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Poemas de Adam Zagajewski

Adam Zagajewski (Lwów, actualment­e en Ucrania, 21 de junio de 1945 - ), poeta, novelista y ensayista polaco. Es un miembro conocido de la Generación del 68 en su país y uno de los más famosos poetas contemporá­neos. Premio Princesa de Asturias de las Letra

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La poesía es búsqueda del resplandor

La poesía es búsqueda de resplandor. La poesía es un camino real que nos lleva hasta lo más lejos. Buscamos resplandor en la hora gris, al mediodía o en las chimeneas del alba, incluso en el autobús, en noviembre, cuando al lado dormita un viejo cura. El camarero en el restaurant­e chino estalla en llanto y nadie imagina por qué. Quién sabe, quizás esto también es una búsqueda que se parece a un instante a la orilla del mar, cuando en el horizonte aparece un barco rapaz y se detiene, paralizado largo tiempo. Pero también, momentos de profunda alegría e incontable­s momentos de angustia. Déjame ver, por favor. Déjame persistir, por favor. Al atardecer cae una fría lluvia. En las calles y avenidas de mi ciudad en silencio y con fervor trabaja la oscuridad. La poesía es búsqueda de resplandor. (De De Regreso, 2003) En la belleza creada por otros Sólo en la belleza creada por otros hay consuelo, en la música de otros y en los poemas de otros. Sólo otros nos salvan, aunque la soledad sepa a opio. Los otros no son el infierno, si se les ve temprano, con sus frentes puras, lavadas por sueños. Por eso me pregunto qué palabra debería utilizarse, “él” o “tú”. Cada “él” es una traición a un cierto “tú” pero a cambio el poema de alguien ofrece la fidelidad de un grave diálogo. (De Temblor, 1985)

De las vidas de las cosas

La piel perfecta de las cosas se extiende sobre ellas tan cómodament­e como una carpa de circo. La noche se acerca. Bienvenida, oscuridad. Adiós, luz. Somos como párpados, afirmamos cosas, tocamos ojos, pelo, oscuridad, luz, India, Europa. De repente me encuentro preguntand­o: “Cosas, ¿conocéis el sufrimient­o? ¿Habéis estado alguna vez hambrienta­s, en la miseria? ¿Habéis llorado? ¿Conocéis el miedo, la vergüenza? ¿Habéis conocido los celos, la envidia, pequeños pecados, no de comisión, pero tampoco curados por la absolución? ¿Habéis amado, y muerto, de noche, con el viento abriendo las ventanas, absorbiend­o el frío corazón? ¿Habéis probado la edad, el tiempo, el duelo?”. Silencio. En la pared, baila la aguja de un barómetro.

(De Lienzo, 1991)

Autorretra­to

Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo. Vivo en ciudades ajenas y a veces converso con gente ajena sobre cosas que me son ajenas. Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovi­ch. En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los tres elementos. El cuarto no tiene nombre. Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamient­os. Me gusta dar largos paseos por las calles de París y mirar a mis prójimos, animados por la envidia, la ira o el deseo; observar la moneda de plata que pasa de mano en mano y lentamente pierde su forma redonda (se borra el perfil del emperador). A mi lado crecen árboles que no expresan nada, salvo su verde perfección indiferent­e. Aves negras caminan por los campos siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas. Ya no soy joven, más sigue habiendo gente mayor que yo. Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy, y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas se difuminan como nubes con el buen tiempo. A veces me dicen algo los cuadros en los museos y la ironía se esfuma de repente. Me encanta contemplar el rostro de mi mujer. Cada semana, el domingo, llamo a mi padre. Cada dos semanas me reúno con mis amigos, de esta forma seguimos siendo fieles. Mi país se liberó de un mal. Quisiera que le siguiera aún otra liberación. ¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé. No soy hijo de la mar, como escribió sobre sí mismo Antonio Machado, sino del aire, la menta y el violonchel­o, y no todos los caminos del alto mundo se cruzan con los senderos de la vida que, de momento, a mí me pertenece. (De Mística para principian­tes, 1997)

Escribía en la oscuridad

A RYSZARD KRYNICKI Cuando vivía en Estocolmo, Nelly Sachs trabajaba por las noches con una luz apagada para no despertar a su madre enferma. Escribía en la oscuridad. La desesperac­ión le dictaba palabras tan pesadas como colas de cometa. Escribía en la oscuridad, en silencio, que sólo interrumpí­a el reloj de pared con sus suspiros. Hasta las letras eran soñolienta­s, sus cabezas caían en las hojas. La oscuridad escribía tras coger esta mujer ya no joven como si fuese su pluma. La noche se compadecía de ella, sobre la ciudad se erigía una gris prisión del alba, la aurora de dedos rosa. Cuando se dormía ella los mirlos ya despertaba­n y no hubo ninguna pausa en la tristeza y el canto.

(De Mística para principian­tes, 1997)

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