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Jim no ha muerto, lo que pasa es que huele raro

James Douglas “Jim” Morrison (8 de Diciembre de 1943 – 3 de Julio de 1971) escritor, cantante y poeta americano, intérprete líder de The Doors. Morrison es reconocido como uno de los cantantes más influyente­s en la historia del rock. En 1993, Morrison, fu

- Rafael Chaparro

La noche que murió Jim Morrison los vecinos aseguraron haber visto bajarse del metro, en la estación cercana donde vivía el ex Doors, a un indio navajo anciano, que fumaba un apestoso tabaco negro y murmuraba palabras extrañas, inaudibles, tal vez mágicas. El anciano indio salió a la super cie y merodeó el apartament­o donde Jim Morrison vivía exiliado con su novia, de donde casi no salía porque estaba dedicado a la lectura indiscrimi­nada de los mejores poetas franceses, y la sobredosis era pero de Rimbaud, Nerval, Baudelaire, etc. El navajo miró hacia la luz donde vivían los Morrison y después se lo tragó tal vez la multitud., tal vez el calor del verano, las pequeñas luces alucinator­ias de París en un caluroso mes de julio.

Esa madrugada, 3 de julio de 1971, hacia las cinco, Jim Morrison murió y algunos amigos, con quienes se ponía a tomar vino en la estación del metro, aseguraron que esa mañana vieron otra vez al indio navajo acompañado de Jim, pero que este no los saludó a pesar de que insistente­mente lo saludaron y le recordaron la cita de esa semana para tomar vino barato, jugar dados, cantar antiguas canciones francesas y cantar la canción que más le gustaba a Morrison cuando estaba ebrio: Light my re. Alguna vez Morrison había dicho que las mejores canciones de los Doors no debían ser cantadas en un concierto en Miami para sesenta mil personas, sino que deberían ser cantadas por los clochards borrachos del metro de París a la una de la mañana y caídos de la perra. Esa madrugada el indio navajo de la muerte se llevó a Morrison para siempre. Lo montó en el metro y después se lo llevó por el oscuro túnel de la incertidum­bre eterna.

Desde ese día los clochards amigos de Morrison se fueron muriendo de pena moral. Uno a uno fue recogido en las noches por el indio navajo de la muerte. Al cabo de un año nadie cantaba sus canciones con el aliento a vino rojo barato en las estaciones de París a las dos de la mañana, pero el mito se había encendido en otra parte: el cementerio Pére Lachaise, división sexta, es decir donde estaba enterrado Jim Morrison. Jim está por aquí, baby Para llegar al cementerio

Père Lachaise hay que coger el metro, dirección Gallieni y bajarse en la Pére Lachaise. Apenas se sale del metro, uno sabe que ha llegado de nitivament­e a otro planeta. En el bulevar Ménnilmont­ant los árboles se reúnen en grupos de tres o de a cuatro y fuman. A su lado los viejos perros pastores alemanes con las pulgas más viejas de París en sus espaldas deambulan como alucinados por entre las mareas del Gauloise, que impregna todo el bulevar y hace navegar a los árboles y a la gente en un sopor particular, en una nube alucinógen­a rota a la distancia por el ruido del metro, las sirenas de la policía, los cantantes que se paran en la boca oscura del metro y el ruido de los bares. Sin embargo uno sabe que está cerca de Jim Morrison por diversas razones. Cuando se baja, por ejemplo, en la estación Trocadoreo abundan los perfumes discretos, las cámaras de cuatro lentes, las jaurías de japoneses y alemanes. En cambio, en la estación Père Lachaise lo primero que encuentras son perfumes indiscreto­s y si delante de uno hay una chica que camina descalza y lleva el pelo desordenad­o y una rosa en la mano con toda seguridad va a visitar a James Douglas Morrison.

Toda clase de seres van a visitar a Jim. Pero en su mayoría son chicas, las chicas más bellas del universo, que vienen como sacerdotis­as de la heroína y del whisky y le ofrecen sus ojos, le ofrecen sus tetas, sus manos, sus dientes, su cuerpo entero a Morrison. El des le empieza a las nueve de la mañana y a esa hora cuando el aire está impregnado de mierda triste de triste paloma y por entre los árboles del cementerio se ltra ese olor a huesos con sangre antigua, las chicas, las devotas de Morrison, empiezan a llegar y se dirigen a la sexta división del cementerio. A medida que uno se acerca va viendo echas que cien “Jim está por aquí, baby” y entonces por entre las tumbas se alcanza a escuchar esa vieja canción que dice “Vamos al bar de whisky más cercano porque si no moriremos… vamos al bar de whisky más cercano…”.

Entonces se acercan a la tumba de Morrison, la única tumba vigilada del cementerio, pues en dos ocasiones se robaron su busto (en este momento solo hay una placa con su nombre) y le botan cigarrillo­s con inscripcio­nes que dicen “Fúmame toda Jim” o “Para que no te aburras allá”. Otras más atrevidas le botan tabaquitos de hash o riegan whisky, mientras la policía, que no entiende tanta devoción, las saca a empellones.

Mientras las chicas de todo el universo le riegan whisky a Jim Morrison el ámbito empieza a oler a un olor muy particular. Cerca de la tumba de Morrison hay un olor mezclado a lluvia, orines, sangre, whisky y heroína. Es el olor de aquel que nunca han dejado en paz. Los clochards de la estación de Pére Lachaise dicen que hay noches donde les parece oír la voz de Morrison gritando cada vez que pasa el metro que por favor no le jodan más la vida. Otros clochards dicen que a veces, sobre todo en el verano, se le escucha cagado de la risa, al saber que va a venir a visitarlos el ejército hermoso de alemanas, españolas, de sudacas, de suecas, de inglesas, de gringuitas despistada­s que se toman un sorbo de whisky sentadas en el borde de la tumba mientras el sol revienta en sus cabellos tristes.

En todo caso cuando se cierra el cementerio, a las cinco de la tarde, los espíritus quedan en sosiego, pero solamente en una tumba hay ores, whisky y cigarrillo­s para toda la eternidad. Solamente en una tumba un muerto está sentado en el borde de su tumba con un cigarrillo en los labios, una botella de whisky, cantando hasta el amanecer, cuando llega el viejo indio navajo, le acaricia la frente, le limpia las lágrimas y lo manda a dormir un rato. Por eso la gente que sabe dice que Jim Morrison no está muerto, lo que pasa es que huele un poco raro.

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Jim Morrison

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