El talante liberal de Virgilio Barco Vargas
Analizar la vida de Virgilio Barco, es repasar la personalidad de un gran estadista
Virgilio Barco, que, como Aquileo Parra, Santiago Pérez, Felipe Pérez, Santos Acosta, Santos Gutiérrez, Jorge Eliécer Gaitán y Darío Echandía, no utilizaba el segundo apellido, fue el artí ce del más radicalmente liberal de los gobiernos de la segunda mitad del siglo XX y una de las administraciones más progresistas y transformadoras que haya tenido Colombia.
A Barco lo quieren borrar de la historia porque dizque gobernó en cuerpo ajeno, yo, que puedo decir que solo en ese gobierno he estado cerca del poder, conozco que, ciertamente, tenía problemas de salud, pero, ni mucho menos, dejó de empuñar con rmeza la nave del Estado.
Conversé con él faltándole unas tres semanas para concluir su período presidencial y me asombró su lucidez mental. Nuestro tema fue el partido Liberal, tan cercano a sus afectos y a los míos, y no dejaba, como suele decirse, de “tirar línea”, preocupado siempre por el futuro de la colectividad roja.
También sus enemigos se solazan con los evidentes problemas de comunicación que tenía, pero él mismo solía a rmar “He tenido como lema de mi vida hacer más y hablar menos”. Con la frase de cajón pudiéramos decir que sus obras hablan por él, como fueron la terminación del ferrocarril del Atlántico en el gobierno de Alberto Lleras, la operación Maíz o la transformación de Bogotá cuando fue su alcalde para la visita del papa Pablo VI.
Barco, que ha sido visualizado por los colombianos como un gran ejecutivo y no como un político de carrera, es, quizás, el último Presidente de Colombia que hizo de la política su razón de ser y recorrió en ella toda la escala que señala la democracia sin saltarse ningún escalón. Comenzó su vida pública como Concejal y Presidente del Cabildo de Durania y Concejal de Cúcuta como suplente de Jorge Eliécer Gaitán hasta alcanzar la primera magistratura de la nación, siendo Secretario de Despacho, Embajador, Ministro, Representante a la Cámara y Senador y directivo de organismos internacionales. Fue considerado por muchos como un Radical del siglo XX porque creía rmemente en la libertad absoluta, el Estado laico con libertad de culto, la defensa de la propiedad para todos, la protección de la vida, honra y bienes de los ciudadanos, la apelación al voto como instrumento de cambio dentro de la democracia, la implantación de la igualdad, la fraternidad y la equidad, la primacía del Parlamento sobre los otros poderes y la supremacía del hombre social que apareció de la mano de Otto Von Bismark.
Creía en los valores de nuestros dirigentes y decía que su desempeño estaba íntimamente ligado a las virtudes y fortalezas de las instituciones de la República. En su discurso de aceptación de la candidatura presidencial, señalaba: “Vivimos un momento histórico. Están sometidos a prueba nuestra capacidad para resolver los problemas; nuestras creencias y nuestros valores; nuestros Partidos y nuestro liderazgo; nuestra organización y nuestro porvenir; la paciencia y las esperanzas del hombre común y olvidado que está ubicado en la base de la pirámide social”.
Barco debió afrontar la caída del tratado de extradición de delincuentes a los Estados Unidos porque la Corte Suprema de Justicia consideró que no había sido debidamente rmado por el presidente Julio César Turbay Ayala sino por su ministro en funciones presidenciales Germán Zea y, sin embargo, cuando fue capturado el narcotra cante Carlos Ledher, acudió a una medida administrativa para llevarlo ante los tribunales norteamericanos.
También fue Barco el primero que en la ONU dijo al mundo que el problema de lo droga no era un problema colombiano sino de todo el mundo porque si aquí se producía la droga, no era aquí donde se lavaba el dinero de los poderosos tra cantes, ni donde se producían los precursores químicos, ni donde se fabricaban las armas y que, por tanto, el problema era un asunto global que debía ser enfrentado a nivel mundial, porque el terrorismo no conocía patria ni fronteras.
El Golpe del 49: Virgilio Barco era congresista cuando sucedieron los lamentables hechos que dejaron muerto en su curul al joven parlamentario sogamoseño Gustavo Jiménez Jiménez y quedó con graves heridas, que le causarían la muerte, quien fuera la conciencia tributaria de la segunda República Liberal don Jorge Soto del Corral, el 8 de septiembre de 1949. Dos meses después, El 8 de noviembre del mismo año participó en la sesión privada que hicieron los parlamentarios de la mayoría Liberal de la Cámara de Representantes “con el objeto de examinar la conveniencia de que esa corporación nombrara una comisión para investigar la conducta del presidente de la República y proponer a la misma Cámara si debía o no acusar a dicho alto funcionario ante el Senado de la República, de conformidad con las disposiciones respectivas de la constitución nacional y por actos o culpables omisiones, violatorias de la constitución o las leyes”. El 9 de noviembre, al día siguiente, el Presidente de la Cámara César Ordóñez Quintero y el representante Julio César Turbay Ayala entregaron, personalmente, al señor ministro de Guerra general Rafael Sánchez Amaya la carta dirigida al presidente Mariano Ospina Pérez y a él mismo en la que se le informaba que un grupo de liberales, representantes a la Cámara, se proponía nombrar dicha comisión y solicitaban, de acuerdo con el ordinal 6 del artículo 118 de la Carta, que se pusiera a disposición del Parlamento a la fuerza pública indispensable para cumplir su desarrollo. Dos horas después el primer mandatario de la nación y sus Ministros procedieron a dar un golpe de Estado, cerrando el Congreso, implantando el estado de sitio y la más férrea censura de prensa hablada y escrita, suspendiendo las Asambleas departamentales y los Concejos municipales, la policía ocupó el Capitolio, se prohibieron las reuniones públicas y hasta se modificaron las mayorías para votación en la Corte Suprema de Justicia pasándolas de mayoría simple a las tres cuartas partes de sus miembros para que los Magistrados conservadores tuvieran la potestad de bloquear sus decisiones. Por ello, como decían los parlamentarios liberales de
Senado y Cámara, en carta conjunta, con Barco como uno de los rmantes, enviada a Colombia y al mundo, en documento con el título “¿Por qué cerraron el Congreso?”, a rmaron: “En conclusión, el Presidente de la República y sus ministros han consumado un golpe de Estado contra el Congreso, sin antecedentes en la historia del país y han asumido una dictadura de hecho fuera de toda norma constitucional, con absoluto y soberbio menosprecio de las tradiciones democráticas de la nación”.
Y, quizás por ello, por ese recuerdo de haber tenido que dejar, a la fuerza, de ser congresista, es por lo que en una reunión de parlamentarios liberales el 4 de diciembre de 1985 se expresó en defensa del poder legislativo: “Pero es bien poco lo que se hace para defender al Congreso, sometido a una dura prueba; a pesar de que ninguno de los poderes expresa con mayor delidad el origen popular de nuestras instituciones, en contra suya se vuelven, por sus acciones o por sus omisiones, con razón o sin ella, todas las críticas de una nación que percibe el inadecuado funcionamiento de su sistema pero no ha sido capaz de formular un diagnóstico acertado de sus dolencias. Su confusión entonces la hace volver en contra de la más débil de las instituciones, la que por su misma composición y su origen, no tiene responsables distintos a los partidos políticos; la que por las mismas características de su acción es lenta, compleja, exige de compromisos y realiza una labor en la cual es tan importante lo que se aprueba como lo que se niega o deja de estudiar”. Y se acusa al Congreso de todos nuestros males, como si los grandes escándalos que el país ha padecido en la última década y media hubieran tenido como implicados al Senado o a la Cámara de Representantes. Bien vale la pena hacer la defensa de la política, porque como dice Bernard Crick en su libro que lleva ese título: “Pese a la confusión que produce la política, ésta es la única alternativa al gobierno por la fuerza”.
Virgilio Barco participó con entusiasmo en la defensa del Frente Nacional organizando a los intelectuales del país para combatir a la última dictadura del siglo XX y en defensa de los pactos que en Benidorn y Sitges rmaron Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez, en las épocas en que los jefes políticos ejercían su liderazgo y su in ujo sobre los colombianos. Hoy, los profetas del pasado, suelen criticar al Frente Nacional y achacarle todos nuestros males, pero, en honor a la verdad, ahí se trazó una raya con un hacia atrás no me acuerdo, en la que a nadie se metió a la cárcel, a nadie se le quitaron las armas, a nadie se le hizo reparar a las víctimas, a nadie se le prohibió hacer política y por eso el Frente Nacional ha sido el único experimento de paz, de los 184 que en 192 años de vida independiente, desde la batalla de Boyacá hasta nuestros días, hemos vivido los colombianos, en que ha habido perdón y olvido.
Consideraba, como lo a rman nuestros estatutos, que el Liberalismo es una coalición de matices de izquierda democrática que tenía su gran fuerza en la libre discusión de las ideas y cuyo objetivo eran la libertad, la igualdad de oportunidades, la justa distribución del ingreso y el cambio social dentro de la ley. Propendía por un estado e caz alejado del desperdicio de la administración pública.
DISCURSO DE PAZ EN BARRANCABERMEJA
“El partido Liberal ha luchado siempre por la paz, la concordia y el entendimiento entre los colombianos”: Virgilio Barco.
Barco se llamaba a sí mismo un irreductible defensor de la paz y a rmaba que ella debía ser un compromiso de todos los colombianos: “Nadie es dueño de esta causa y nadie puede ser ajeno a ella, porque como lo dije hace poco, en su logro está comprometido nuestro destino como nación”. Y, en Barrancabermeja, el 29 de julio de 1985, mencionó la frase del padre de la Historia, Herodoto, cuatro siglos antes de Cristo, cuando expresó: “¿Qué hombre es tan insensato para preferir la guerra a la paz?”. Advertía que a la empresa de la paz debían estar vinculados los Partidos políticos y las fuerzas sociales y, con una claridad muy actual decía que los procesos de paz no podían ser iguales para todos los movimientos subversivos porque sus rivalidades, las diferencias en su comportamiento y su muy distinta visión del país, podía enredarlos, tal como hoy estamos viendo en la actitud de los dos principales grupos guerrilleros y las diferencias tan