La Opinión - Imágenes

Un nonagenari­o admirable

Pablo Emilio Ramírez Calderón:

- Juan Pabón Hernández

La casa amplia, bonita y acogedora del Dr. Pablo Emilio y su gentil esposa Mariela, fue escenario propicio para una placentera conversaci­ón con este notable nonagenari­o, digno de respeto y admiración: “a trancas y a mochas, como solemos decir los campesinos, al n arribamos a la amable edad de nueve décadas, una menos para la centuria…no ha sido un lecho de rosas, pero no puedo lamentarme; la vida me ha premiado con todos los dones de la naturaleza y, en especial, con la amistad de muchas personas”.

AÑORANZAS

En la otrora sencilla y apacible Cúcuta de 1927, el 15 de septiembre nació Pablo Emilio Ramírez Calderón, de cuna colomboven­ezolana, en El Llano. Luego, su familia se trasladarí­a a El Contento, otro de esos barrios occidental­es, hasta donde llegaba la ciudad. Las calles no estaban aún pavimentad­as y solo la del centro, en el parque, tenía una cinta de cemento y piedras de río a los lados.

Los muchachos jugaban pelota de trapo y metras, bailaban trompo y en algunas zonas elevaban cometas; iban con frecuencia al río, “a pata”, al Pamplonita, a nadar en los pozos El Soldado o De las Cántaras, y a sacar panches en ocasiones. Sin embargo, él no fue en esa época, lo hizo cuando médico con unos compañeros y se bañaron en el pozo.

Sus recuerdos de familia conmueven: cuenta de sus hermanos eran 6 varones y 2 mujeres. Estudiaron primaria dentro de un esquema tradiciona­l y estricto y, en vacaciones, todos iban al campo, a acompañar a su padre, un ganadero de esos a la antigua, trabajador y aferrado a los principios del honor, en las ncas de los cerros de San Cayetano y Durania. Allí pasaban diciembre y Semana Santa. “íbamos por la carretera antigua a San Cayetano, en un bus escalera, por el Carmen de Tonchalá y llegábamos a orillas del Zulia donde había una tienda bar llamada Zulima, sitio obligado para parar; luego, teníamos que caminar dos leguas. Si no alcanzábam­os a avisar a papá llegábamos a pie; si lo lográbamos, nos mandaba bestias para ir a caballo: pasábamos todo el tiempo en trabajos de ganadería, en los potreros, arriando, ordeñando, en n, papá nos enseñó las labores del campo”.

EL REJO ERA “EL SOCIÓLOGO”

Los hermanos Ramírez se criaron en ambiente sano, incluso cuando volantones, por su amor al campo y el alejamient­o de las costumbres sociales de clubes y demás cosas, sin trago ni tabaco, sin participar en las “furruscas” de los otros.

De manera que se trataba de un ámbito restringid­o, escolar, con buenas costumbres en el hogar y el arraigo al agro que los ataba como un fuerte cordón umbilical. El padre venía los viernes a mercar para regresar sábado o domingo; mientras tanto, la mamá en casa llevaba las riendas: “mi papá era el de los recursos y mi mamá era la del rejo”. Un rejito suavetón, con dos cuerdas de cuero y “tenga”. Y cuando se toca el cinturón se ríe y dice que era “el sociólogo”.

En el tradiciona­l colegio de entonces, Gremios Unidos, en la avenida 4ª con calle 13, estudió la primaria y hasta segundo bachillera­to; después en el Colegio San José de Cúcuta, de don León Garcíaherr­eros, gran pedagogo, fundador de la Academia de Historia de N. de S., literato y culto; lo único malo era que no estaba aprobado por el Ministerio de EduLos cación, por lo cual debió terminar en Bogotá, en el Colegio Nicolás Esguerray presentar un examen de revisión.

Iban al colegio de 7:00 a.m. a 11:00 a.m., almorzaban y regresaban de 2:00 p.m. a 5:00 p.m., para volver a casa, hacer tareas y estudiar las lecciones que al otro día les tomaban los maestros, uno para cada curso, como don Rafael Rangel Duran ‘Randu’, José Francisco Soto, de San Cayetano, muy e ciente, el poeta Daniel A. Gutierrez, quien murió loquito, el Sr. Prada que fundó el Colegio Caldas y el Sr. Barajas ‘El Mono’ rector de Gremios Unidos; luego, León García-Herreros, quien murió prematuram­ente, Régulo y Luis, profesores de matemática­s.

COSTUMBRES SANAS

Las niñas eran bonitas, especialme­nte las de La Presentaci­ón y el Colegio Cúcuta, que quedaba en donde hoy está la Normal de la Calle 13, eran queridas, coquetas, alegres, fiesteras, sanas, con vestidos vaporosos, no usaban pantalones, sólo vestidos de tierra caliente a la rodilla,

de una sola pieza, camisones, con trenzas; eran mucho más tiernas que las de hoy, sin vicios, sin tanta disolución, amables y cariñosas. La gran mayoría eran vírgenes (“ahora de 13 años para arriba están preñadas”), usaban rebozo para ir a la iglesia y llevaban abanicos para aliviar el calor, almohadill­as para arrodillar­se: eran muy piadosas. Las estas eran sanas y se ambientaba­n con sifón derivado de cerveza en cántaras, hasta temprano. Se hacían melcochas. Con esa que no bailaba bien y aprendió más tarde a medio bailar boleritos, bambucos, pasillos y joropos: “eso de muchachos hasta tan tarde en las calles era una excepción”.

En general el ambiente era de familia, tranquilo, hacían las comidas juntos y el de los Ramírez especial, dice el doctor, con los hijos dedicados al estudio.

AMOR POR LA MEDICINA

En 1945 termina el bachillera­to e ingresa a la U. Nacional, a Medicina, en donde terminó en 1951, iniciando luego un aventajado proceso de especializ­aciones, cirugía ginecológi­ca, anestesiol­ogía, y otras, en la universida­d y en connotados hospitales capitalino­s. Hace su medicatura rural en Madrid, Cundinamar­ca. Estaba de director de Salud Pública el Dr. cucuteño Jiménez Gandica. En n, en 1956 regresó a Cúcuta a ejercer.

(Como magní co cafetero, pide más y, desde luego, yo también, “Café negro y caliente como el in erno y amargo como el amor”, dice).

Dejó de ejercer su profesión. Y esto lo lleva a repasar esa época de trabajo intenso, privado (no tuvo puesto público), en un recorrido añorante por institucio­nes y personas, para detenerse en un momento melancólic­o en la enfermedad de su hermano Juan Agustín, por la cual se retiró del hospital, para dedicarle más tiempo al cuidado del exalcalde, con quien era muy fraternal. Y eso que el director, Dr. Alberto Duarte Contreras le propuso facilidade­s de tiempo.

Rememora nombres y sucesos: Dr. Humberto Faillace, ganadero de éxito, Dr. Pablo E. Casas, Dr. Sergio Lamus, titulares de Ginecologí­a, compañeros fraternale­s. Luego, Dr. Luis Figueredo, amable y respetuoso, gran amigo, con quien trabajó muy bien, Dr. Salvador Cristancho, de Durania, Dr. Joaquin Abello, Dr. Félix Conde “el negro”, condenillo, parrandero, Dr. Heber Suarez: todos han muerto. Especial recordator­io hace del Dr. Ciro Jurado quien padece una enfermedad calamitosa, el Parkinson.

“Incursiona­mos en el campo que, por genética, no podía faltar y refundamos con mi hermano Juan Agustín y mi amigo y colega el Dr. Reinaldo Omaña y después con mi hermano mayor Antonio Vicente, una nca dedicada a la cría de ganado cebú puro, en Hato Viejo, corregimie­nto de Durania, durante 27 años. Actualment­e visito los domingos, con mi hijo mayor Emilio, una casa con solar grande que poseemos en Cedralito, una vereda de Capacho (Venezuela), donde criamos unas pocas vacas girolandas, de selección”.

SU PARALELO CULTURAL

Empezó a formar su biblioteca hace muchos años, debe tener 5 mil libros ahora, con libritos de Sopena, novelas, de Víctor Hugo, etc…, por lo cual se iba a cionando a la lectura con verdadera pasión.

En el campo cultural su desarrollo fue paralelo. Ingresó a la Academia de Historia de N. de S., presentado por Laura Villalobos, Fernando Vega, José Luis Villamizar y Julián Caicedo, primero como Miembro Correspond­iente y, luego, de Número. Desde entonces ha trabajado mucho por la academia y fue su presidente. Además, ha estado vinculado a los periódicos de la ciudad, Diario de la Frontera, con la columna La Danza del Caduceo, un nombre combinado de dos columnas nacionales, la del Dr. Edmundo Rico, Balanza del Caduceo, en El Tiempo y otra de Calibán, Danza de las Horas. Tiene una columna semanal en La Opinión y es colaborado­r del Magazín Cultural Imágenes.

“En 1990 algunos amigos me propusiero­n presentar mi nombre en una lista al Concejo de Cúcuta, y dije que no, pero al nal me convencier­on: si no quiere, tendremos que seguir votando por los vagamundos y ladrones de la ciudad; eso me impactó y acepté. Éramos concejales sin sueldo, por amor a la ciudad, día y noche. Logramos realizar una labor muy buena.

Además, escribí un libro sobre Bavaria”.

SU MUJERCITA COMPAÑERA

Doña Mariela es de Bochalema, su padre era cafetero y ganadero, sobrina del Dr. Fernando Gómez Rivera, Magistrado de Pamplona que trabajaba en la Cámara de Comercio de Cúcuta e invitó a Mariela a hacer una pasantía y allí se conocieron. Se casaron en Bochalema a las 4:00 a.m., en 1961, después de 3 años de amores y formaron su hogar. El matrimonio lo ofició el padre Sandalio Anaya (chocato), a esa hora porque salían para luna de miel a Medellín y la Costa Atlántica. En casa de la mamá de la novia tuvieron un grato “desayunito”. Llegaron pronto los hijos, Emilio, Miguel, Igor y Carlos, a quienes criaron con dedicación y disciplina, con “el sociólogo” de vez en cuando.

Poseen una estrecha relación familiar, lo cual lo tiene muy satisfecho por haber formado la familia con una mujer querida, culta, cariñosa, tolerante, respetuosa y colaborado­ra y unos hijos magní cos de los que se siente orgulloso: “más, no le puedo pedir a la vida…muchas cosas se han logrado realizar, a través de tantos años, pero lo mejor, indudablem­ente, son mi mujercita, de Bochalema, de raíces cafeteras y ganaderas como las nuestras, a todo honor, y nuestros cuatro hijos, nuestros nietos, a quienes queremos con todo nuestro corazón”.

EPÍLOGO

La participac­ión del Dr. Pablo Emilio Ramírez Calderón en el desarrollo de la ciudad ha sido tanto vital como generosa, en todos los sentidos. Su polémica lucha por sembrar un criterio personal de nido y dejar una huella de servicio y honestidad, lo hacen un patrimonio invaluable entre los personajes de región.

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Juan Pabón Hernández
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