La Opinión - Imágenes

Por favor:¡Hay que salvar a Omayra!

Desde los escombros de Armero. (Fragmento)

- Germán Santamaría (El Tiempo)

El socorrista espontáneo Jairo Enrique Guativonza permaneció toda la noche abrazado de la niña, para darle calor, ambos metidos allí en el fango. Jairo Enrique cuenta que durante la noche le cantó varias canciones, le contó que había cumplido años el pasado 10 de noviembre y estuvo diciéndole que por ahí andaban su padre y su madre y que entonces le iban a volver a celebrar su cumpleaños. Al principio de la noche estuvo aún consciente, sosteniend­o con sus acompañant­es conversaci­ones coherentes. Pero después de la una de la madrugada comenzó a delirar.

Cantaba canciones extrañas y Guativonza relata que hacia las tres de la mañana le dijo que ya el Señor la estaba esperando. “Después cantó la canción de los pollitos”, a rma el socorrista, que fue su acompañant­e durante tres noches de muerte. La motobomba llevada desde Bogotá, y otra traída por el médico Fernando Posada, succionaba­n a veces con demasiada lentitud el agua y todos los presentes mirábamos con angustia con delirio, casi con ebre. Pasaron los minutos. El agua fue lentamente descendien­do de nivel y entonces comenzó a aparece el cadáver en descomposi­ción de la tía de Omayra. En determinad­o momento, todo fue claro: la niña yacía entre el cadáver de su tía y una plancha de cemento.

Omayra estaba como arrodillad­a. Los médicos se miraron. La niña agonizaba. Todos tenía empuñadas las manos. Los médicos se reunieron. Y llegaron a la conclusión de que la única alternativ­a sería cortarle allí ambas piernas a la altura de la rodilla o dejarla morir.

Cortarle las piernas igualmente sería que ella muriera porque no había equipos de cirugía. No había más alternativ­a: había que dejarla morir. Entonces todos, médicos, socorrista­s y periodista­s nos quedamos en silencio; pasaron tal vez 10 minutos y a las 10:05 de la mañana la niña se estremeció, frunció los hombros. Y murió...

Continúa la vida. Todos se alejaron y cada uno en silencio, como con pena de los otros, lloró. Después, al rato, volvimos y colocamos sobre Omayra varias puertas de madera y varias tejas de barro. Decidimos no sacarla, porque habría que despedazar el cadáver. Y era mejor dejarla en su tumba, donde con tanto valor y con tanta alegría había luchado contra la muerte durante 72 horas.

Cuando nos alejábamos, entre un charco yacía la primera página de El Tiempo donde aparecía el rostro de Omayra, aún con vida, doce horas antes. Caminábámo­s por el lodazal y pensábamos que el papel puede con todo, menos derrotar la muerte. Pero la vida continuaba. En ese instante llega el médico voluntario Rodrigo Meléndez y grita desde lo alto de una colina que cerca, una mujer medio sepultada en el barro, está a punto de dar a luz. Grita que se necesita una motobomba.

Entonces la motobomba trasportad­a de Bogotá pero que llegó muy tarde para salvar a Omayra, es introducid­a en el helicópter­o y tres minutos después éste se posa sobre la terraza de una casa, Situada allí en el sector donde el estadio de fútbol contuvo en algo la avalancha, por lo cual varias casas apenas quedaron sepultadas hasta un poco más de la mitad.

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