La Opinión - Imágenes

La premisa de las redes sociales

- Gerardo Sojo González

Nunca me he declarado enemigo de la tecnología. Considero que es útil en la casi totalidad de los escenarios de la vida, hasta que riñe y va en detrimento del pensamient­o crítico.

Hoy en día es apenas normal encontrar personas que llevan el celular tan aferrado a si cómo el corazón al alma. Se jactan de informació­n todo el día, la inmediatez no les sorprende y la soledad no es una opción. En su Twitter, Facebook e Instagramr­ecolectan noticias hasta llenar la canasta intelectua­l. Bien lo dijo Gabriel García Márquez: “No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor.”

Este símil cabe a cabalidad para el punto que busco exponer.

La saturación de informació­n a la que el hombre está expuesto hace que no se je de donde proviene, que matiz busca el autor hacerlo aprehender con la misma y el por qué leerla. Simplement­e se lee sin forma y sin fondo. Aglomerar informació­n es magní co, siempre y cuando, esta sirva de prejuicio para mover el mundo.

El camino más certero para allanar la crítica hacia el entorno es la soledad. En ella es lícito repensar lo que ya se ha leído. Con ella se comprenden los porqués para incentivar los cómos y las dudas que servirán para criticar la realidad. En aquella soledad sin teléfono inteligent­e, “a la sombra de un león” o en la compañía de una taza de café.

De manera, que las redes sociales apabullen nuestro tiempo dejando despojado el momento para cavilar y emprender posturas críticas. Posturas que inexorable­mente son las que pide el mundo y que desde una perspectiv­a aristotéli­ca son obligatori­as de tener. Las redes sociales bombardean de noti caciones y no solo hacen que la sociedad se pierda sin cavilar en lo que le concierne, sino que la lleva a creer una compañía plagada de falacias.

Los centena- res de relaciones que pululan los per les de las redes sociales han replantead­o el gozo hacia el presente. Las personas se preocupan de sobre manera en mostrar que están comiendo, donde están y con quién departen. De vez en cuando es de utilidad disfrutar el egoísmo de compartir ante unos ojos, engordarse con un postre repleto de crema o de sentir, con solemnidad, las brisas del malecón. Esos pequeños secretos donde la complicida­d humana se sincroniza con el mundo son íntimos e invaluable­s. De nada sirve desaprovec­harlos para publicar, si al nal, el resultado es ver la vida desde el frívolo lente de un celular y tener algunos “me gusta”.

En algunos casos las redes sociales son puentes efectivos para conectarse con el mundo. Allí se pueden encontrar situacione­s que solían sernos desconocid­as, trabajos de magní cos fotógrafos, eventos cercanos y buen humor. Además, permiten mantener el contacto con amigos y familiares que habitan en el exterior.

La preocupaci­ón radica en cómo han mutado las relaciones humanas, hay quienes vaticinan que los cafés de tertulia son animales extintos. Los amigos están al alcance de la mano en facebook, es por ello, que las conversaci­ones se tornan insulsas y no alcanzan la profundida­d necesaria para entablar lazos fraternos. Es bien sabido que el amigo se puede encontrar en cualquier momento, solo basta con escribir un mensaje de texto. En una urgencia es fundamenta­l poder contactarl­o, no obstante, se ha perdido el gusto por extrañar y anhelar la compañía del otro.

Antaño no siempre se podían encontrar a los amigos, esto hacía que uno los extrañara y cuando se los topara se explayará una charla picante y deliciosa. Aquí reinaba el gusto por la espera y el afán del encuentro. Las redes sociales han vuelto desangelad­os los encuentros puesto que siempre se está charlando en segundo plano y sin profundida­d. De vez en cuando es más sabroso contener el cotilleo en aras a departirlo con gestualida­d, camaraderí­a y una buena cerveza. Sin duda alguna, con espera de por medio, la conversaci­ón desembocar­á en regocijo para el alma y no en calvos emoticones. O en su defecto habrá una sorpresa que motivará la tertulia.

Advierto que, para ello, no es menester discutir sobre las náuseas de Voltaire, simplement­e es preciso estar frente a frente.

Por ejemplo, Madame Bovary de Gustave Flaubert tiene como personaje central a Emma Bovary. Ella comete algunas in delidades, en los pensamient­os hacia sus amantes y en las argucias que emplea para verlos se basa parte de la trama de la novela. En caso de que Emma Bovary hubiese tenido un celular, jamás hubiesen sido palpables los pensamient­os pasionales que ella misma desarrolla­ba puesto que hubiera podido chatear debajo de las sabanas con su tinieblo. Y sin esos pensamient­os, muchas veces angustioso­s, Flaubert no hubiera podido crear tan magno y complejo personaje. La magia del mismo se habría perdido, porqué resulta esencial ver a Emma escondiénd­ose por la ciudad para darle una razón al amante o extasiarse con el recuerdo de la noche pasada. Un mensaje de texto es minúsculo y pér do ante tan angustiosa maravilla.

La raíz del tema no emerge en la carencia tecnológic­a, se basa en la mezcla entre la relación, el sentimient­o del matiz humano con la convergenc­ia del mundo, algo que es imposible hallar dentro de los pixeles de una pantalla.

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