La Opinión - Imágenes

Geógrafo de cien caminos

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Las obras tienen tantas vidas como lectores. Una lectura de Cote Lamus puede ser desde las geografías. En Memoria de un olvido hice énfasis en las geografías de Chitagá y de la “Bábega lejana” que citara en Disco rayado y su casa de La Chamba: “Y la casa / de antiguas añoranzas colgada de las ramas / del pueblo como un musgo encanecido”.

El recorrido geográ co de la obra cotiana es amplio, es recorrer hitos innominado­s montañas, volcanes, calles, muelles, islas, fuentes, islotes, montes, caminos, avenidas, playas, senderos, puertos, mares, ríos, aljibes, lagunas, paisajes, aldeas, países con nieve, mi pueblo (su pueblo): ¡el universo!

Pero esa vasta geografía se viste de nombres propios cuando clava en los versos al Orinoco, el Zoo de Berlín, Xochimilco, el Guaviare, las calles de Frankfurt, el Ganges, Chichén Itzá, el barrio Chino de Salamanca, Babilonia, el Duero, Pompeya, el Misisipi, las catedrales de Colonia, Burgos y Milán, Heidelberg, el mar de Lisboa, el tren de Lyon, Castilla, el Atlántico, Machu-Picchu, el Foro y El Palatino de Roma, Segovia, Tebas, la Mérida de Santa Eulalia, Nicaragua, Jerez de la Frontera, Cúcuta, Villa Borghese, la Alemania de posguerra, Bolivia, la Puerta de Alcalá, la villa de Ocaña, Zaragoza, Santiago de Compostela, Egipto, Córdoba, Pamplona con sus caminos a la Corcova, los Garabatos y Chíchira, el Meno, el camino de Silos, Nínive, el caudaloso Atrato, la Ebertwälde­rstrasse, la tasca donde Honorio vende vino en la calle Donoso Corté de Madrid, las fuentes de El Consejo o de Agua Clara, el Guadarrama, Creta, el potrero del Güire, la playa de Ostia, la isla de Quíos, Sumeria, el Partenón de Atenas, el río San Juan. En n Europa y América. En n los Estoraques de la Playa de Belén. En n la Tierra baldía de Eliot y La Garita que muda, siente pena por abrazarte de manera de nitiva.

Pero también podríamos leer a Cote desde su religiosid­ad, obra llena de Dios, oraciones, ángeles, salmos, cielos, lamentos, almas, plegarias, de su Cruz, de Santa Olalla, Santa María Stella Matutina Madre de Dios.

O también podríamos leerlo como un marino experto en anclas, velas, naufragios, vientos, balandras, botes, embarques, fragatas, alas, cordeles, quillas, mástiles, olas, orillas, caracolas,

O como a un experto botánico que porta en su amplia canasta raíces, ores, habas, trigos, líquenes, frutas, helechos, semillas, frailejone­s, espartos, ramajes, orquídeas, bosques, maíz, granos, gavillas, heno, la or de espino, lianas, tallos y troncos, pastos, cafetales, savias, germinacio­nes, rosas y espinas, hojas, yerbas, pétalos, huertos, polen corola cáliz, racimos, mazorcas, lirios, robles, cipreses, jazmines, vilanos, cosechas, romeros o una tuna solitaria.

Tal vez como el ser de familia que se mueve entre el recuerdo de Madre, la admiración a Padre, el amor a sus hermanos vivos, su gemelo ausente y su hermano Pedro Pablo que murió de pulmonía, Jorge Gaitán su hermano del alma y el apego a sus amigos.

Y usted amigo, ¿cómo lee a Cote después de 53 años de ausencia? Ya no sigamos enfocados en su tema central: la muerte porque sabemos que es olvido. Podemos leerlo con cualquiera de las múltiples categorías de la vida o podemos leer los calendario­s de Nana en el tiempo o de diciembre para ti. Leer a enero y a la primavera en La fuente del colegio de Fortuny; leer un día maravillos­o de febrero en Paraíso para tí o el duro febrero En memoria de Julio Mario Rodríguez; leer marzo en Poema donde crecen las hojas; leer el gris y ventoso otoño en Ausencia, En la muerte de un amigo, Poema en otoño o en Meditación de otoño, vivir las estaciones de Sonata autora y de la Estación perenne. Podemos leerlo a la luz de los elementos de Tales, Anaxímenes, Heráclito y Jenófanes. Hay honduras pendientes de ser conquistad­as.

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César Eduardo Camargo Ramírez
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Eduardo Cote Lamus

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