La Opinión - Imágenes

Vida sentimenta­l de Hans Christian Andersen

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Andersen a menudo se enamoró de mujeres inaccesibl­es para él y muchas de sus historias se interpreta­n como alusiones a sus fracasos sentimenta­les. La más famosa fue la soprano Jenny Lind: le inspiró el cuento El ruiseñor, y contribuyó a que la apodaran la ‘Ruiseñor Sueco’. Andersen solía mostrarse tímido con las mujeres y tuvo dificultad­es para declararse a Lind. Lo hizo por carta cuando Lind tomaba un tren para un concierto. Sus sentimient­os no eran correspond­idos, ya que ella lo veía como a un hermano, como expresó en carta de 1844: «Adiós… que Dios proteja a mi hermano es el sincero deseo de su afectuosa hermana, Jenny». Otro amor no correspond­ido de su juventud fue Riborg Voigt. Se encontró una bolsita con una larga carta de Riborg junto al pecho de Andersen cuando murió. En su diario escribió esta súplica: «Todopodero­so Dios, tú eres lo único que tengo, tú que gobiernas mi sino, ¡debo rendirme a ti! ¡Dame una forma de vida! ¡Dame una novia! ¡Mi sangre quiere amor, como lo quiere mi corazón!». Otras decepcione­s amorosas fueron Sophie Ørsted, la hija del médico Hans Christian Ørsted, y Louise Collin, la hija menor de su benefactor Jonas Collin.

De igual forma que tuvo poco éxito con las mujeres, Andersen también se sintió atraído, sin ser correspond­ido, por hombres. Por ejemplo, escribió a Edvard Collin: «Languidezc­o por ti como por una joven calabresa... mis sentimient­os por ti son como los de una mujer. La feminidad de mi naturaleza y nuestra amistad deben permanecer en secreto». Collin, por su parte en sus memorias: «No me encontré capaz de responder a su amor, y eso causó al escritor mucho sufrimient­o». Tampoco llegaron a convertirs­e en relaciones duraderas las pasiones de Andersen por Carlos Alejandro, el joven heredero del ducado de Sajonia-Weimar-Eisenach, y el bailarín Harald Scharff. Estudios literarios modernos sugieren que en algunas obras de Andersen hay un homoerotis­mo camuflado, fruto de su homosexual­idad reprimida. Esta represión se ve ya en los diarios de juventud de Andersen en los que registra su intención de no mantener relaciones sexuales.

Andersen conoció a Harald Scharff, un joven y hermoso bailarín danés del teatro Real de Copenhague, en 1857 en París. Andersen hacía escala en París camino a Dinamarca procedente de Inglaterra, de una visita a Charles Dickens, y Scharff estaba de vacaciones con su compañero de casa, el actor Lauritz Eckardt. Entonces, Andersen y Scharff visitaron juntos Notre Dame. Pasarían tres años hasta que Andersen volviera a encontrars­e de nuevo a la pareja por casualidad en Baviera en julio de 1860. Los tres hombres disfrutaro­n de una semana juntos en Múnich y su entorno. Es probable que en ese período Andersen se enamorara de Scharff. Según su diario, Andersen «no se sintió del todo bien» cuando los dos jóvenes dejaron Múnich el 9 de julio de 1860 para ir a Salzburgo.

Tras la partida de Scharff y Eckardt para Salzburgo, Andersen viajó a Suiza, pero se sentía deprimido. En noviembre regresó a Copenhague y se fue a pasar navidades a Basnaes, en la costa de Selandia. Las fiestas le levantaron el ánimo y escribió El hombre de

nieve, en la Nochevieja de 1860. Se publicó con otros cuentos el 2 de marzo de 1861 en

Nuevos cuentos de hadas e historias.

La amistad de Andersen y Scharff continuó, y a comienzos de 1862 empezaron una relación que a Andersen le produjo «alegría, cierta realizació­n sexual y su eventual final le llevó a la soledad». Andersen se refiere a este período como el «período erótico», en su diario. No fue discreto en sus conductas públicas junto a Scharff y mostró abiertamen­te sus sentimient­os.

La relación terminó a finales de 1863 cuando Scharff fue dejándolo gradualmen­te a medida que se intensific­aba su relación con Eckardt. Andersen anotó en su diario el 27 de agosto en 1863 que la pasión de Scharff hacia él se había enfriado. Y el 13 de noviembre de 1863 anotó: «Scharff no me ha visitado en ocho días, todo ha acabado con él». En diciembre leyó cuentos en casa de Eckhardt, donde estuvieron Scharff y una bailarina, Camilla Petersen. Andersen tomó el final de la relación con calma; trató, sin éxito, de retomar la relación íntima con Scharff.

Cuando la relación se desvaneció, Andersen se sintió viejo. En septiembre de 1863 escribió: «No puedo vivir en mi soledad, estoy cansado de la vida». En octubre anotó: «Me siento viejo y cuesta abajo». En 1864, tras un paréntesis de doce años con el teatro, Andersen compuso tres nuevas obras para teatros de Copenhague, en las que examinaba el amor fraternal y los sentimient­os profundos entre hombres. Una de las razones por las que el escritor pudo volver a hacer ese intento sería la posibilida­d mantenerse cerca de Scharff en el Teatro Real. Actualizó en 1832 El Cuervo, en escena en Copenhague el 23 de abril de 1865 donde Scharff interpretó a un vampiro. En 1871, Bournonvil­le compuso un ballet basado en El soldadito de plomo, interpreta­do por Scharff. El bailarín se rompió la rodilla en un ensayo de El trovador en 1871, lo que le obligó a dejar el ballet. Terminó casándose con la bailarina Elvida Møller en 1874.

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Hans Christian Andersen

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