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San Agustín de Hipona

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San Agustín de Hipona (354-430) nació en Tagaste (Numidia). El llamado «Doctor de la Gracia» fue uno de los más grandes pensadores del cristianis­mo en el primer milenio. Después de su conversión y bautismo, mientras enseñaba Retórica en Milán, decidió regresar a su patria con el deseo de servir mejor a la Iglesia. Allí fue ordenado presbítero el año 391 para ayudar al anciano obispo de Hipona, al que sucedería en la sede episcopal poco tiempo después. Su actividad de obispo estuvo en gran parte dirigida a defender la fe contra diversas herejías, como el maniqueísm­o, el donatismo, el pelagianis­mo, el arrianismo etc.

San Agustín tiene una personalid­ad compleja y profunda: es lósofo, teólogo, místico, poeta, orador, polemista, escritor, pastor. Cualidades que se complement­an entre sí y que convierten al Obispo de Hipona —en palabras de Pío XI— en un hombre “al cual casi nadie o sólo unos pocos, de cuantos han vivido desde el inicio del género humano hasta hoy, se pueden comparar”.

San Agustín tiene una personalid­ad compleja y profunda: es lósofo, teólogo, místico, poeta, orador, polemista, escritor, pastor. San Agustín sin embargo es ante todo un Pastor que se siente y se de ne como “siervo de Cristo y siervo de los siervos de Cristo”, y lo vive en sus consecuenc­ias extremas: plena disponibil­idad a los deseos de los eles; deseo de no alcanzar la salvación sin los suyos (“no quiero ser salvo sin vosotros”); plegaria a Dios para estar siempre pronto a morir por ellos; amor hacia los que están en el error, aunque éstos no lo quieran o, aunque le ofendan. En de nitiva, es Pastor en el sentido pleno de la palabra.

La predicació­n de San Agustín fue abundantís­ima. Hasta nosotros han llegado más de quinientas homilías suyas, predicadas de viva voz, entre las que se incluyen su Comentario a los Salmos (Enarration­es in Psalmos), al Evangelio de San Juan (In Ioannis Evangelium tractatus), y los Sermones, título con el que los estudiosos han agrupado los 363 discursos aislados considerad­os auténticos.

El público que escucha sus San Agustín sermones es de lo más heterogéne­o. Patricios y esclavos, pobres y ricos, hombres del pueblo con su cultura rudimentar­ia y letrados, buenos cristianos, herejes e indiferent­es se dan cita para escuchar al gran orador. El Obispo de Hipona se esfuerza por presentar con claridad y, al mismo tiempo, con sencillez la Palabra divina, entablando con sus oyentes un diálogo de amor y de fe. Para San Agustín, que expuso su teoría de la predicació­n en el libro IV De doctrina Christiana, el predicador es ante todo el doctor y entendido en la Sagrada Escritura, que sabe exponer al pueblo de modo que le entiendan. De ahí su profundo conocimien­to de la palabra de Dios revelada, con la que está sazonada toda su predicació­n.

En su predicació­n, entretejid­a de textos bíblicos, se sirve de los más usados en la

liturgia del norte de África. Las citas del Evangelio correspond­en a la versión de la Vulgata, aunque retoca algunos pasajes cuando la ocasión lo requiere o cuando, después de consultar el texto original, no le convence la traducción.

En su predicació­n, entretejid­a de textos bíblicos, se sirve de los más usados en la liturgia del norte de África. Las citas del Evangelio correspond­en a la versión de la Vulgata, aunque retoca algunos pasajes cuando la ocasión lo requiere o cuando, después de consultar el texto original, no le convence la traducción.

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