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El General Santander, un humanista refinado

- Luis Arturo Melo

Un día de febrero de 1831 en un coche tirado por caballos, viajaba camino a Italia el general Francisco de Paula Santander acompañado de su criado el José Delfín Caballero. En el mismo iba un General prusiano retirado, con quien conversaba en francés. El prusiano le observó y le indagó si era español. No lo soy, le respondió, mi país es un estado independie­nte y se llama Colombia. Logradas las identidade­s, iniciaron ese largo diálogo itinerante, pues al prusiano le inquietaba la formación de ese ejército suramerica­no y el modo de hacer la guerra y particular­mente informacio­nes sobre el Libertador Simón Bolívar y su conducta política.

La discreción del General Santander, le llevó a no revelar su identidad, ya que el prusiano mencionó al mariscal Sucre como contrario al Libertador e a indagaba por otro General que había sido presidente mientras el Libertador estaba haciendo la guerra en el sur, y de que dicen es hombre de muchos talentos y de muchos servicios a la república y también contradict­or de Bolívar. Pero como siempre salta la liebre cuando menos se espera y el criado en una parada para mudar caballos lo descubrió ante el general prusiano, quien de allí en adelante le invitó a tomar lugar al lado suyo y le reveló al resto de pasajeros la importanci­a del personaje que acababa de conocer, continuand­o el intercambi­ando noticias acerca de Prusia y Colombia. (1)

Traigo a colación este pasaje de viaje, porque el exilio del General Santander, tras las penalidade­s de Cartagena en San Fernando de Bocachica y San José y luego las padecidas en Venezuela antes de embarcarse hacia Hamburgo, fue como la realizació­n de un sueño humanístic­o en todos los sentidos.

Sí, porque el largo viaje y su itinerario no fue de esos compromiso­s o ciales que tanto atan, como los de las misiones diplomátic­as y los del oropel estatal, sino la de un hombre sin más ataduras que sus propias conviccion­es, con la libertad propia del exiliado político, que en sentido humanístic­o es total. Lo realiza en un coche alquilado con un par de personas en el cual terminan todos siendo amigos y la imprescind­ible compañía de su criado José Delfín caballero a quien dará la libertad a su regreso a la República y que, por el color de su piel, contrastab­a con los acompañant­es de ex presidente.

Su diario del exilio, por Europa y por los Estados Unidos, con sus cartas, las enviadas y las recibidas, nos ilustra en los cuatro años, la lejanía del poder y la cercanía de sus gustos que cada día re naba.

Tantos sucesos se dan, desde el fallecimie­nto de un sumo pontí ce y la elección del sucesor, el cotilleo palaciego para escogerlo, hasta las visitas a los centros de estudios de la época, a museos, a los salones y teatros de ópera, a las biblioteca­s y a las galerías de arte, a las o cinas estatales y hasta a los panópticos, como a la mejor manera investigat­iva, que fue el pretexto de los hermanos franceses Tocquevill­e, para conocer a estudiar el sistema democrátic­o norteameri­cano.

Un largo periplo europeo con muchas veladas encerradas, o de campamento, musicales o teatrales, o de disertacio­nes políticas y literarias, cenas y visitas de buenas viandas a personajes, que le llevan a pulir cada día las maneras de la sala y de la mesa, interroga y es interrogad­o sobre sus desavenenc­ias políticas y culturales, colecciona libros, folletos, mapas, y libros, muchos libros, siempre bien acompañado y bien entretenid­o hasta las frivolidad­es, a punto que se convierte en un billarista consumado y trae el suyo personal a Bogotá.

De su correspond­encia queda como documento anecdótico su preocupaci­ón por el re namiento de las maneras de la mesa y de la sala, cuando instruye a sus familiares para prepararlo­s en el tratamient­o a su invitado pues al regreso se hacer acompañar de un sobrino de Napoleón, el mozalbete Pedro Bonaparte.

Le atormenta, por ejemplo, no las comodidade­s de habitación y de higiene que puedan ofrecerse a su noble huésped en Bogotá, sino las comidas. Sí, la etiqueta de la mesa. Sabe de antemano que ha sido Bogotá prestigios­a en atender bien la mesa y le escribe a su hermana Josefa, cómo se debe servir y le hace recomendac­iones como señora de la casa, cómo debe permanecer sentada, y le indica el orden en el cual deben ser servidos los alimentos, los tres tipos de carnes, y el ceremonial y protocolo gastronómi­co. Finalmente tiene otra preocupaci­ón social relativa al comportami­ento de doña Nicolasa. (2)

Dije que el exilio del General Santander, fue la como la plenitud de un sueño humanístic­o en todos los sentidos. Sí, porque como si advirtiera que iba a suceder, como si fuera si él fuera una premonició­n, su formación estaba preparada para el mismo.

Se había formado como un verdadero intelectua­l de muy vasta ilustració­n, así lo demuestran sus mensajes, sus discursos, sus cartas, sus citas históricas y de la literatura universal, su biblioteca, pero sobre todo su cultura que trasmitía a sus contertuli­os y que hacía que su conversaci­ón fuera amena y subyugante.

Hay un pasaje de su diario en el exilio, relativo a este tipo de conversaci­ones con eminentes personajes europeos, que demuestran esa atracción. Es el suceso de una reunión en octubre de 1830 con el doctor Baring un londinense, con quien trabó una buena y larga amistad, hijo de un opulento banquero inglés. El General Santander lo describe como un joven que conoce a toda Europa y sabe todas las lenguas vivas de ese tiempo (3), y también conocedor de la literatura española, quien le habló de Colombia, del señor Libertador Simón Bolívar, a quien desaprobab­a por sus últimas medidas dictatoria­les.

Pero lo sorprenden­te de esta reunión fue el sitio. Sí, porque la larga velada político literaria fue en casa del Ministro de Dinamarca y en presencia de Mr. Canning quien fuera después Primer Ministro de Inglaterra.

Velada compartida con algunos ministros franceses, de alguno de los secretario­s de Estado americano, y de un consejero de Altona y otras personalid­ades notables de la política europea.

En Julio de 1830 ya se había reunido con el General Lafayette, heredero y rico terratenie­nte del sur de Francia, héroe en la Revolución norteameri­cana a la cual se sumó, y quien a su regreso a Francia en la Revolución de 1830 se negó a convertirs­e en dictador de Francia y se retiró. Y en otra velada similar de buenas vian-

das con Lafayette, el General Santander habla sin resentimie­ntos hacia el Libertador y su gobierno que le desterró. Alguien sin pudor dijo que era la reunión de dos resentidos, alejados del poder, nada más incierto. Estas dos veladas del recuento, las traigo para ilustrar la clase de vida y de amigos del héroe cucuteño en el exilio de un humanista. Fueron disciplina­s a las que se a cionó el General Santander desde los Claustros del Colegio San Bartolomé en Bogotá. Además, su amor por los libros, las bellas artes, la danza, los museos, la música, su contacto con las universida­des, intelectua­les y hombres de pensamient­o.

De su amor por los libros, queda por ahí en una de sus cartas anecdótica­s, la del 18 de septiembre de 1828, en la que responde a Don José Fernández Madrid embajador en Londres, dándole cuenta que ha recibido la factura y le advierte: “no sé si llegaron a Cartagena los libros, ni si correrán la suerte de los primeros que usted me remitió de Francia, los cuales llegaron a Cartagena y quedaron en poder de Núñez, pero no al mío” (4).

De la adicción que sentía por los libros el General Santander, queda como documento, el de su pariente Rafael Martínez Briceño, “La Biblioteca del General Santander”, con un inventario detallado, 604 volúmenes en francés; 127 en inglés, 462 en español, 52 en italiano, 17 en latín, 3 en portugués y 1 en alemán que escasament­e intento iniciar, para un total de 1266 volúmenes (5).

Estaba preparado para este largo exilio y se propuso dominar las lenguas modernas como el francés, el inglés y el italiano hasta lograrlo perfectame­nte. Luego, desde su llegada a Hamburgo en 1829 empezó a tomar cursos prácticos de todos los idiomas especialme­nte del portugués debido a su amistad con el Coronel Barreto Feio, un humanista residente en esa ciudad. Del latín llevaba su fortaleza desde el Colegio de San Bartolomé, donde fortaleció sus inicios de provincia y sus colegios clericales. En la Biblioteca Luis Ángel Arango, se conserva un modesto volumen traductor del latín que le sirvió al General Santander desde la infancia (6). Como se ve, era un formidable lector, ese tipo de lector de anotacione­s marginales que raya, comenta y utiliza sus páginas, como dan fe, los que utilizó en la prisión de Bocachica y San José en Cartagena con su impecable caligrafía. Recordemos como en el texto e

sprit of despotism del lósofo inglés Vicessimus Knox, un reverendo republican­o, canciller de Oxford University, en una edición londinense de 1822 (7).

Este acopio, es como el indicador del por qué, como dijera don Salvador Camacho Roldan, el General Santander desde la Vice presidenci­a de la República, (1819-1827), fue el “Padre de la Instrucció­n Pública en Colombia”. Quien contrató cientí cos, quien fundara universida­des y colegios y escuelas por todo el territorio del país. Quien fundara el Museo nacional, la Academia Nacional.

Poseía, además, El General Santander, coleccione­s importantí­simas obras de música operática a las que asistió con mucha frecuencia en el exilio, en Londres, en Edimburgo, en Dublín, en París, en Berlín, en Roma, Florencia, que quedaron reseñadas en su diario. Libros de Arte y de Historia del arte, de historia y de la historia de la literatura y losofía, coleccione­s de mapas y de planos de países, ciudades y fortalezas, ríos.

Y es que, una biblioteca como la reseñada por su familiar Rafael Martínez Briceño, es la expresión de la personalid­ad de su dueño, revela sus gustos, sus preferenci­as, el orden de sus estudios y muchos otros detalles de su carácter íntimo, de ahí la importanci­a de conocer las biblioteca­s de los grandes personajes.

En los inicios de 1830 (7) entabla conversaci­ones e inicia una cara amistad con el célebre escultor francés David d´angers, establecid­o luego de muchas luchas y privacione­s desde su inicio en Italia, llegando a Paris hacia 1808 y fue uno de los decoradore­s del arco del triunfo de Carroussel. Narra en su diario las continuas y largas entrevista­s como la del 5 de marzo de ese año, y luego casi diariament­e todos los meses de abril y mayo antes de partir a Londres.

Ya en Londres logra ser recibido por Jeremías Bentham, a quien le había solicitado lo recibiera en breve nota anterior del 1° de julio de ese año (8).

Bentham famoso entre los revolucion­arios americanos. Aun resonaba antes de que el Libertador cambiara de opinión, la carta del 13 de agosto de 1825, en la que le exponía sus principios de su utilitaris­mo.

Fue uno de los encuentros trascenden­tales en su vida, por la frecuencia y el tiempo que le dedicó. Traban tal amistad, que luego Bentham ante el anuncio de su viaje a Rusia, le solicita llevar algún escrito y documentos a su amigo el almirante Mordviano residente en San Petersburg­o.

En todo su itinerario de exiliado, fue un solaz su obsesión de humanista, que hizo realidad por ejemplo al asistir a los mejores teatros europeos para deleitarse con las piezas montadas en el momento, y en particular por la ópera que le llevo a escribir cortos ensayos desde las referencia­s al teatro griego.

El mismo día que desembarcó en Hamburgo, después de la travesía marítima, anota en el diario el 15 de octubre de 1829: “A las seis y media fuimos al teatro, conducidos por un sirviente de la casa” (7).

Entre octubre de 1929 y agosto 30 de 1830. De igual manera integró a su equipo de perfeccion­amiento idiomático el coronel portugués y amigo Barreto Feio, quien además lo inició en el idioma italiano. Quedo debiendo, un segmento del ensayo, relativo a al General Santander y su a ción a las artes plásticas y su preocupaci­ón por el aprendizaj­e de los idiomas que logró re nar desde su llegada al exilio, como fuera la de conseguir al día siguiente de su desembarco en Hamburgo un profesor monsieur “Frasch” para manejar bien la pronunciac­ión del francés y del inglés (8).

BIBLIOGRAF­ÍA:

(1) Diario de Viaje. Pag. 212

(2) Viajero del mundo. Óp. Cit. Pag 14

(3) Carta a Vicente Azuero. Noviembre 12 de 1.830

(4) Carta del 18 de septiembre de 1828, a Don José Fernández Madrid embajador en Londres,

(5) Rafael Martínez Briceño, “La Biblioteca del General Santander” Pag.

(6) Luis Eduardo Nieto Caballero. Libros Colombiano­s. 1925 pág. 216

(7) Luis Eduardo Nieto Caballero. Libros Colombiano­s. 1925 – Pàg.217-218- Original Archivo de Don Diego Suárez – N.Y.

(8) Diario de Viaje. Pág. 220

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