La Opinión - Imágenes

No hay que decir “no” porque sí.

- Gerardo Sojo González

Nunca me he dejado seducir por aquella idea que dicta que el ser humano es una “cosa de nida”. Estamos ante un enemigo preocupant­e por su mensaje y repercusió­n, se trata del etnocentri­smo, una mirada hacia la vida que juzga las diferencia­s basada en su única concepción del mundo. Caminar y autode nirse mediante una mirada in exible lleva a ignorar una premisa fundamenta­l: el color perfecto de un lienzo, se origina por una formidable mezcla de diferentes colores, dentro de una misma paleta artística.

La identidad de un ser humano se asemeja a una gura de barro, por su exibilidad y su valentía al no temerle a las diferencia­s de pensamient­o. La identidad debe estar en proceso de fundación constante, aprendiend­o de lo nuevo y sin cerrar su de nición.

El Principito de Antoine de SaintExupe­ry simboliza el misticismo ejercido por la identidad como gura de barro;

El Principito recorre diferentes planetas con la mano tendida y el corazón liviano, queriendo conocer tierras ajenas a la suya para llevarse lo mejor y refundar su espíritu. Sabe que pensar empieza en lo desconocid­o y que en lo atávico reside su compleja y creciente felicidad.

Plantear la identidad como una estatua es una negación para aprehender el mundo. Es rechazar esos puentes invisibles que invitan a la controvers­ia, a replantear, a argumentar y a cuestionar la realidad que nos encuadra más no nos de ne.

Un símil donde las aleaciones de dos corrientes diametralm­ente diferentes arrojaron una genialidad es María de Jorge Isaacs. El escritor empezó escribiend­o poemas de carácter romántico, aduciendo un melodrama caótico que conlleva en el fracaso. El cuarto poema que creó fue el esqueje de María, por oportuno consejo de José María Vergara y Vergara, se reformuló como el inicio de la novela.

Si María hubiese seguido como se planteaba teatralmen­te ahí su simbología hubiera acabado. En cambio, al adicionarl­e a la novela el género costumbris­ta, la obra traspasó la barrera romántica para ser una novela que esgrime una identidad autóctona, que está lejos de representa­r la realidad de manera pintoresca. Así mismo, lo romántico salvó a la novela de encasillar­se en una obra costumbris­ta, como las que pululaban en la época.

Mientras los intelectua­les oscilaban entre seguir con el pensamient­o de herencia española-cristiana o adoptar las corrientes románticas europeas, Isaacs no de nió su pensar y se nutrió con lo mejor de la controvers­ia para escribir una fantástica aleación literaria.

Aprender que las diferencia­s identitari­as no existen lleva a confrontar todos los días nuestro mundo interno con un mundo ajeno, en aras a captar lo mejor de esos dos mundos, y así, atesorar esa creciente pasión por la vida.

Es preciso recordar que frente a cualquier desafío que implique replantear y no seguir la corriente pre establecid­a por la realidad o ante alguna afronta que simbolice empaparnos de algo que no conocemos, somos “ciudadanos del mundo” antes de ser cucuteños.

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