Santurbán, paraíso de cóndores y lagunas
“Bienaventuradas mis narices que respiran de nuevo la libertad de las montañas”, me dije con Zaratustra cuando levantamos la carpa en este mar embravecido de rocas detenidas en el tiempo. Tal me pareció el corazón del nudo de Santurbán. De la lejana geografía de primaria recordaba el nudo de Los Pastos en Nariño, el nudo de Paramillo en Antioquia y este de Santurbán, entre los dos Santanderes.
Veníamos invitados por Jorge William Sánchez, montañista y buzo, conocedor profundo de todas las gargantas, valles y lagunas de esta escabrosa y espectacular región.
Habíamos partido de Mutiscua. Este pueblo metido en un verde recodo de las montañas posee los mármoles más bellos de Colombia y así se les puede admirar en su iglesia: blancos, negros, rosados, verdes. Paso a paso y sudor tras sudor fuimos subiendo por caminos abruptos y olorosos a ores silvestres, bordeando gargantas profundas y atravesando valles constelados de frailejones hasta los 4000 metros, donde al abrigo de rocas graníticas plantaríamos nuestras carpas.
Temprano, al otro día acompañamos a Jorge William a la laguna Pintada. Es la reina de las lagunas de la región. A veces el color es verde, a veces azul profundo. Con mis amigos de aventura, Jorge Pachón y Carlos Andrés Torres, le dimos la vuelta, admirando y fotogra ando sus rincones en los que los frailejones y matas humildes de páramo estaban escandalosamente orecidos; mientras tanto, Jorge William buceaba en la laguna, a 3800 metros sobre el nivel del mar, una proeza, pues el agua está casi congelada.
Sentados en la roca más alta que rodea la laguna permanecimos el resto de la tarde viendo cómo el viento rizaba las aguas y pensando en el poeta y su verso sibilino: “Siéntate al sol, abdica y sé rey de ti mismo”.
Al segundo día trepamos hasta Cerro Nevado, el gigante de la región. Desde su cumbre, a 4300 metros, el día desusadamente azul nos permitió gozar de la visión de la Sierra Nevada de Mérida, en Venezuela. Una pareja de cóndores voló sobre nosotros, curioseándonos o mirando si esos seres acostados sobre las rocas eran codiciada carroña. Prometimos buscar el nido en el laberinto de rocas y cañones. Y así lo hicimos al día siguiente. Por suerte las poderosas aves colaboraron. Bajamos a la laguna del Plan y por un cañón descendimos a la del Potrero, escondida en un impresionante hueco. Los cóndores seguían volando en círculos hasta que los vimos meterse por un cañón. Los seguimos, descendiendo entre rocas y precipicios. Llegamos exactamente frente a ellos, cañón de por medio. Dos horas permanecimos mirándolos. El macho oteaba los horizontes mientras la hembra abría las potentes alas y se calentaba al sol de la tarde. Para nosotros fue un momento de mucha emoción.
REINO DE FANTASMAS
Madrugábamos para ver las neblinas apoderarse del páramo y convertirlo en un reino de fantasmas, y para luego verlas huir cuando salía el sol, desapareciendo como habían venido, misteriosamente. Trepábamos por las rocas buscando pequeñas lagunas encaramadas en los picos y desde allí descendíamos siguiendo el curso de los arroyuelos.
El nudo de Santurbán, con su conjunto de páramos, es vecino del afamado páramo de Berlín, convertido hoy en un inmenso cultivo de cebolla. Santurbán es fábrica de agua para los dos Santanderes y los Llanos Orientales. El descenso lo hicimos hacia Vetas, municipio minero de estampa montañera. Primero la laguna Barrosa, luego inmensos jardines rojos formados por la planta que los biólogos llaman befaria resinosa y, por último, un valle alargado, verde y amarillo por los cultivos, un valle como un edén perdido. Esas fueron las etapas del descenso hasta la casa de Benjamín Rodríguez, guardabosques del páramo, quien nos proporcionó bestias. La invitación fue espléndida: tamales y sopa de papa.
En Vetas conocimos las instalaciones de las minas de oro explotadas por los indios antes de la llegada de los españoles. Con sus casas blancas sobre una ladera, nos pareció Namche Bazar, pueblo clave a la entrada del Everest en el Himalaya. Don Saturio Guerrero nos alojó en su casa y luego nos llevó a conocer la hermosa laguna de Cunta. Saturio nos contó historias maravillosas del pueblo y de la región, que él ha caminado y conoce como la palma de su mano.
Al despedirnos prometimos volver porque Santurbán guarda todavía muchos rincones, cañones y lagunas. Ah!, admirar de nuevo los cóndores es bueno para el corazón.
(*) Archivo de El Tiempo