La Opinión - Imágenes

“Madre: Hoy te recuerdo así, como los días sin colegio”

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MADRE LUIS GARCÍA MONTERO Granada, España, 1958

Dentro de nada, cuando me den permiso las fieras de mi tiempo, cumpliré una palabra que nunca me pediste. Te llevaré a París.

Porque tal vez, entonces, en los Campos Elíseos o en las aguas del Sena, con Notre Dame al fondo o con la Torre Eiffel, veré de nuevo el brillo más joven de tus ojos, la luz adolescent­e que baja del tranvía con bolsas y comercios y saludos y poco más de veinte años.

Hoy te recuerdo así, como los días sin colegio, bandera hermosa de un país difícil, lluvia delgada de los sábados.

Nunca guardaste mucho para ti. Ni siquiera una noche, una ciudad o un viaje. Tu tiempo se sentaba en nuestra mesa y había que partirlo como el pan, entre tus hijos y tu miedo. Seis veces el temor a que la enfermedad, el vicio o la desgracia se quisieran sentar en nuestra mesa. No vayas a salir, a dónde vas ahora, hay que tener cuidado con las mujeres y las carreteras, deja ya la política. Y sin embargo lo que no te atrevías a pedir duerme en el corazón de cada uno.

Porque el amor se hereda como un abrigo sin botones, y a mí me gustaría acompañart­e por los pasillos del museo, más obediente y repeinado, para encontrar en La Gioconda el sueño y la sonrisa de un carné de familia numerosa.

Te llevaré a París o a la ciudad que duerme en la taza de té de tus meriendas, con tu cristalerí­a de familia burguesa y más aspiracion­es que dinero, con tus dientes manchados de carmín, con tus estudios de Filosofía y Letras, je m’appele Elisa, j’ai cherché la lune, la mer, la vie, la pluie, mon coeur, y todo se interrumpe.

Sólo somos injustos de verdad cuando sabemos que el amor no pasará factura. Pero el río sin agua también lega a desbordars­e, y a tu lado me busca esta vieja nostalgia de ser bueno, de no ser yo, de conocer al hijo que mereces.

Te llevaré a París. En mi recuerdo has aprendido algo de lo que olvidaste en la vida: pedir por ti, andar por tus ciudades.

LA MADRE JORGE GALÁN, MADRID, ESPAÑA.

Tráeme un souvenir, dijo Y yo le dije, Sí.

No pude hablarle de lo que sucedía, no pude mentirle otra vez, decirle: volveré en tres semanas, en un mes, en unos cuantos días. Y todo es bueno. Y todo es increíblem­ente luminoso.

Tráeme algo del mar, dijo Y yo le dije Siempre.

Ya no pude contarle que no estaba en la costa que nada había para mí entre las hermosas bañistas, que me hallaba rodeado de montañas nevadas pero que nada era inmenso,

que la mancha amarilla que sobre las colinas avanzaba al amanecer era apenas un rastro de venados asesinados por el frío,

que los ríos solo podían alejarse, que la belleza se había extinguido para todos nosotros, para ella también,

y que era diciembre pero en los vasos ya no quedaba nada que se pudiera beberse, nada que no fuera semejante a la textura del fango donde los peces mueren por el aire.

Tráeme a mi hijo, dijo. Tráeme a mi hijo, dijo otra vez. Y volvió a decirlo. Y otra vez, hasta que el mundo fue su voz y el pasado se volvió su silueta y cientos de tormentas de nieve me cerraron la boca.

EL PRINCIPIO RABINDRANA­TH TAGORE

-¿De dónde venía yo cuando me encontrast­e? -preguntó el niño a su madre. Ella, llorando y riendo, le respondió apretándol­o contra su pecho: -Estabas escondido en mi corazón, como un anhelo, amor mío: estabas en las muñecas de los juegos de mi infancia, y cuando, cada mañana, formaba yo la imagen de mi Dios con barro, a ti te hacía y te deshacía; estabas en el altar, con el Dios del hogar nuestro, y al adorarlo a Él, te adoraba a ti; estabas en todas mis esperanzas, y en todos mis cariños. Has vivido en mi vida y en la vida de mi madre, tú fuiste creado siglo tras siglo, en el seno del espíritu inmortal que rige nuestra casa. Cuando mi corazón adolescent­e abría sus hojas, flotabas tú, igual que una fragancia, a su alrededor; tu tierna suavidad florecía luego en mi cuerpo joven como antes de salir el sol la luz en el Oriente. Primer amor del cielo, hermano de la luz del alba, bajaste al mundo en el río de la vida y al fin te paraste en mi corazón… Qué misterioso temor me sobrecoge al mirarte a ti, hijo, que siendo de todos, te has hecho mío. Y ¡qué miedo de perderte! ¡Así, bien apretado contra mi pecho! ¡Ay! ¿Qué magia ha entregado el tesoro del mundo a mis frágiles brazos?

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