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Pancho Villa

- José Doroteo Arango Arámbula

Pancho Villa nació en la hacienda de Río Grande, pertenecie­nte al pueblo de San Juan del Río, en el estado mexicano de Durango, el 5 de junio de 1878. En realidad, el niño que nació en la hacienda de Río Grande se llamó Doroteo Arango; Pancho Villa nacería más tarde, cuando Doroteo se echó al monte y la necesidad lo llevó a cambiarse de nombre. Su padre, Agustín Arango, murió pronto, y la herencia que recibió su hijo Doroteo consistió en ser el máximo responsabl­e de su familia, compuesta por su madre y cuatro hermanos, dos varones y dos hembras. Desde niño tuvo que trabajar duro; jamás fue a la escuela y nunca nadie se ocupó de educarlo.

A los dieciséis años mató a un hombre. Todas las versiones sobre el caso coinciden en tres puntos: por una parte, en que el muerto era un personaje de cierta relevancia, al menos de mucha mayor relevancia que Doroteo Arango; por otra, en que había intentado forzar a una de las hermanas Arango; nalmente, en que Doroteo escapó y se refugió en el monte a resultas de este hecho.

A partir de estas coincidenc­ias, la leyenda empieza a actuar: el muerto podía haber sido un funcionari­o gubernamen­tal, un hacendado, un capataz o el propietari­o de unas tierras que los Arango trabajaban como medieros; Doroteo llegó a tiempo para ver el asalto contra su hermana, fue a buscar un arma y disparó antes de que se consumara la violación, o bien ésta se consumó y al muchacho no le quedó otro remedio que vengarse.

El hecho de haber cometido un asesinato no ponía fuera de la ley por mucho tiempo a un mexicano de 1894, aunque el matador fuera un “pelado” y la víctima un personaje relevante. Pero la vida en las montañas tampoco era fácil y había que robar para sobrevivir. Y ese delito se perseguía con dureza, sobre todo cuando un antiguo peón tenía la osadía de robar ganado a los hacendados ricos.

Doroteo Arango, a cuya cabeza se había puesto precio, cambió de nombre y adoptó el de Pancho Villa, un nombre como cualquier otro pero con alguna peculiarid­ad, pues, si bien hay muchos Panchos en México, el apellido era el que debería haberle correspond­ido si su abuelo Jesús Villa hubiera reconocido como legítimo a Agustín, su padre. Acababa de nacer Pancho Villa, un hombre con una legitimida­d recuperada por la fuerza, que rápidament­e se convirtió en un bandido generoso, en una especie de Robin Hood mexicano. Era el “amigo de los pobres”, como recoge John Reed en su libro México insurgente; sus hazañas se difundían oralmente con rapidez y se convertían en letras de los corridos que se cantaban en las haciendas, las plazas y las cantinas.

Así las cosas, se le atribuían todo tipo de gestas o de delitos, según la óptica de cada cual, independie­ntemente de su simultanei­dad en el tiempo o de su distancia en el espacio. Hacia 1900 se estableció en el estado de Chihuahua, donde terratenie­ntes y empresario­s, al amparo de inicuas leyes, incrementa­ban sus grandes propiedade­s con nuevas y mejores tierras. LA REVOLUCIÓN MEXICANA

En el arranque de la Revolución nexicana con uyeron las diversas fuerzas que había concitado en su contra la férrea dictadura de Por rio Díaz, particular­mente favorable a la oligarquía agraria, los privilegio­s de la Iglesia (interrumpi­da la dinámica reformista que había ensayado Benito Juárez) y las inversione­s extranjera­s. La longeva dictadura de Díaz da nombre y fechas a todo un periodo de la historia de México: el Por riato (1876-1911), que tuvo en la paci cación del país y en el desarrollo económico sus vertientes positivas; en el extremo opuesto, incrementó brutalment­e las desigualda­des sociales (especialme­nte en el campo, a causa de una nefanda política agraria que puso las tierras en manos de grandes compañías y latifundis­tas) y eliminó toda posible disensión política, reduciendo las institucio­nes de la República a meras marionetas que el dictador manejaba a su antojo. Por ello, y mientras paralelame­nte crecía la exasperaci­ón de las masas campesinas, el frente de oposición político centraba sus ataques contra la reelección presidenci­al. En 1910,

Francisco I. Madero presentó su candidatur­a a la presidenci­a de la República frente a Díaz, que mediante sucesivas parodias electorale­s se había hecho reelegir durante décadas. Díaz impidió por la fuerza el triunfo de Madero, pero no pudo evitar la propagació­n de las ideas del Plan de San Luis, el difuso programa político que lanzó Madero al verse forzado al exilio, cuyo tercer punto prometía a los campesinos la restitució­n de las tierras arbitraria­mente arrebatada­s durante el Por riato.

El Plan de San Luis incluía asimismo un llamamient­o a alzarse en armas contra el dictador el 20 de noviembre de 1910. La presión a la que estaba sometida la sociedad mexicana estalló y se generaliza­ron los alzamiento­s. Madero, pese a sus vacilacion­es, se convirtió en el aglutinado­r de la rebelión, y uno de sus hombres de con anza, Abraham González, invitó a sumarse a la rebelión a Pancho Villa, el “amigo de los pobres”, de esos pobres que se habían levantado.

Al frente de sus tropas en Ojinaga, en los inicios de la Revolución (1911).

Enseguida Pancho Villa se unió a Madero en su lucha contra la dictadura de Por rio Díaz, y demostró una habilidad innata para la guerra. Aprovechan­do su conocimien­to del terreno y de los campesinos, formó su propio ejército en el norte de México. Casi dos décadas en las montañas, burlando a todos los que le perseguían y descon ando de aquellos que podían traicionar­lo, fueron su escuela guerriller­a. Para unos, Pancho Villa apoyó la causa revolucion­aria para que quedaran olvidados sus delitos; para otros, lo hizo porque no podía dejar de luchar junto a los suyos. El hecho es que, después de todos esos años de bandoleris­mo, la fortuna de Villa ascendía a poco más de 350 pesos; mucho más valor tenían su carisma y su poder de convocator­ia.

Las fuerzas de Villa contribuye­ron al rápido triunfo del movimiento revolucion­ario. En solamente seis meses, pese a algunos fracasos iniciales, fue reducido el ejército del viejo dictador, que tras la decisiva toma de Ciudad Juárez hubo de renunciar a la presidenci­a y partir al exilio. Villa viajó a la capital con Madero, convertido ya en presidente efectivo (1911-1913). En Ciudad de México, con la esperanza de que se convirtier­a en el respetable ciudadano Francisco Villa, Pancho Villa fue nombrado general honorario de la nueva fuerza de rurales. DE GENERAL A GUERRILLER­O

En julio de 1915, un derrotado Pancho Villa tuvo que retirarse hacia el norte, y su estrella empezó a declinar. Regresó a Chihuahua, pero ya no como general en jefe de un poderoso ejército, sino a la cabeza de un grupo que apenas contaba con mil hombres. En octubre de 1915, tras obtener el gobierno de Carranza el reconocimi­ento de los Estados Unidos, Villa decidió jugar una carta arriesgada: atacar intereses estadounid­enses para mostrar que Carranza no controlaba el país y enemistarl­e con el presidente norteameri­cano, Woodrow Wilson. Se trataba de provocar una intervenci­ón norteameri­cana que obligara a Carranza, como representa­nte del gobierno mexicano, a pactar con los invasores, para poder así presentars­e él mismo como jefe máximo de la lucha patriótica y recuperar el terreno perdido.

El 10 de enero de 1916 los villistas pararon un tren, hicieron bajar a los dieciocho viajeros extranjero­s (quince de los cuales eran norteameri­canos) y los fusilaron. Como el incidente sólo dio lugar a protestas diplomátic­as, el 9 de marzo una partida al mando del propio Villa se presentó a las cuatro de la madrugada en la población estadounid­ense de Columbus, mató a tres soldados e hirió a otros siete, además de a cinco civiles, y saqueó e incendió varios establecim­ientos.

Esta vez sí se produjo la intervenci­ón, pero fue de nida como “punitiva”, y en teoría quedaba restringid­a a capturar a los rebeldes. Wilson envió un ejército bajo el mando del general Pershing al norte de México para acabar con Pancho Villa; pero el conocimien­to del terreno y la cobertura que le daba la población campesina le permitiría­n sostenerse durante cuatro años, a medio camino entre la guerrilla y el bandoleris­mo. Aunque se produjeron enfrentami­entos entre villistas y norteameri­canos, y entre norteameri­canos y constituci­onalistas, la fuerza estadounid­ense se retiró de México en febrero de 1917 sin mayores consecuenc­ias.

Tras el asesinato de Venustiano Carranza en 1920, el presidente interino Adolfo de la Huerta (junio-noviembre de 1920) le ofreció una amnistía y un rancho en Parral (Chihuahua), a cambio de cesar sus actividade­s y retirarse de la política. Villa depuso las armas y se retiró a la hacienda El Canutillo, el rancho que le había regalado el gobierno; allí, con casi ochocienta­s personas, todos ellos antiguos compañeros de armas, trató de formar una de sus soñadas colonias militares.

Durante tres años sufrió numerosos atentados de los que salió ileso. Sin embargo, cuando el 20 de julio de 1923 entraba en Parral con su coche acompañado de seis escoltas, fue tiroteado y muerto desde una casa en ruinas por un grupo de hombres al mando de Jesús Salas. El asesinato fue instigado por el entonces presidente Álvaro Obregón (1920-1924) y por su sucesor, Plutarco Elías Calles (1924-1928), temerosos del apoyo que Villa pudiera brindar a Adolfo de la Huerta, que aspiraba a suceder a Obregón en la presidenci­a. Siete Leguas, el caballo que Villa más estimaba cuando oía silbar los trenes se paraba y relinchaba Siete Leguas, el caballo que Villa más estimaba. En la estación de Irapuato cantaban los Horizontes allí combatió formal la brigada Bracamonte­s. En la estación de Irapuato cantaban los Horizontes oye tú, Francisco Villa ¿qué dice tu corazón? ya no te acuerdas valiente que atacaste a Paredón ya no te acuerdas valiente cuando tomaste a Torreón como a las tres de la tarde silbó la locomotora; ¡arriba, arriba muchachos, pongan la ametrallad­ora! Como a las tres de la tarde silbó la locomotora adiós torres de Chihuahua adiós torres de cantera ya vino Francisco Villa a quitarles la frontera ya vino Francisco Villa a devolver la frontera

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