El olvidado arte de pensar
Estamos en la era del “todo lo bueno es fácil”, del “cómo conseguir X en tanto tiempo”, de la despreocupación cuyo lema es “esté relajado”, de la existencia y los criterios fugaces, etéreos, volubles e intrascendentes. Los adelantos de la tecnología envuelven al hombre en un sinnúmero de comodidades y de situaciones confortables que rozan la ciencia cción. Pareciera que el más mínimo gusto o la más compleja transacción se resuelven ahora oprimiendo un botón, escribiendo unos cuantos algoritmos o solicitando un servicio por teléfono o internet. Las “cosas” y su disfrute automático desplazaron al antes muy valorado “sentido de las cosas”.
MUNDO DIGITAL
Esto, que pareciera un punto a favor del hombre esconde su lugar oscuro: empezamos a depender de las cosas, de los instrumentos de comunicación, de los botones y las teclas. Y nos vamos especializando tanto en nuestro campo laboral, que ya no tenemos ni mínima idea de cómo se hacen las cosas o cómo funcionan los aparatos. Mucho menos, conocer aquello que es parte integrante y sublime de toda la naturaleza humana. Nos basta el uso para el disfrute y nada más.
Tal concepción de realidad va calando en las formas de experimentar e interpretar la vida, en las maneras que tenemos de captar la realidad e interactuar en ella. Nos estamos volviendo cada vez más pragmáticos, utilitaristas y dependientes de las cosas y su gozo instantáneo. Si algo no conmueve nuestra sensibilidad de manera intensa y prolongada, ese algo se vuelve complicado, inútil, aburrido, del todo despreciable.
El ejercicio más esencial y dador de felicidad dejó de ser el de las actividades cognitivas neuronales. Ahora, basta con mover dedos, el mundo dejó de ser un horizonte complejo y se redujo a lo que nos proporcione un conjunto de dedos, la realidad es pobremente digital.
DESENCUENTROS
Frecuentemente nos sorprendemos al ver que los sitios y los rituales sociales que antes eran para el encuentro, el diálogo, la discusión y el intercambio afectuoso, hoy se tornaron meros lugares donde dos, tres, diez, cuarenta coinciden, pero todos están pegados a un celular, ignorando, olvidando o marginando a los demás. Se acabaron las clases en las que se debía atender pues era muy importante correlacionar las explicaciones del docente con las temáticas estudiadas y las propias dudas sobre el asunto. Los restaurantes se volvieron la triste imagen de una colección de personas hablando con monosílabos y
pendientes solamente de los chats en el celular. A los hijos pequeños se les habla y ya resulta problemático que alejen la vista de los videos o programas con los que están jugando.
A este estado de cosas lo podemos llamar el mundo de las rutinas práctico-utilitarias, aspecto de nuestro diario vivir que no exige encuentro, pausa, soledad, re exión, crítica, invención, perseverancia en la búsqueda y la construcción de un ideal. Antes la madurez se podía estimar por la capacidad de entenderse, entender a los demás y tomar opciones trascendentales que movían a una acción original y pleni cante.
Ahora ya no hace falta tal rodeo intelectivo. Compre, use, gaste, bote para volver a comprar y así, hasta el in nito, vivir una existencia de simple manipulación de artefactos. El lema de muchos podría ser “Gozo, luego existo”, con el gran problema de que no todo es disfrute sensible, extático e inmediato. Pegados a las cosas, nos volvemos y volvemos a todos los demás, meras cosas.
De otra parte, los medios de comunicación conforman un ambiente de producción de comprensiones, de ideas, que no se interesa ni por la profundidad del espíritu humano ni por los valores más trascendentes de la cultura. Son una gran voz que somete las conciencias individuales para que obedezcan sumisamente los dictados del dios consumo. Nuestros gustos han sido invenciones de los centros de producción y mercadeo.
Los ídolos de la moda, del deporte, del cine, la televisión, la música, son eso: falsas imágenes del hombre feliz, monigotes que invitan a experimentar felicidades baratas que se compran en una tienda o se piden por internet. Lo que muchos creen que es “su modo de pensar”, no es otra cosa que las tres o cuatro ideas que mueven a los ingenuos para que se dejen manipular por los antivalores y el consumismo.
Al lado de esto, la juventud que se tiene que caracterizar por su rebeldía, vuelve el con icto con los adultos una cuestión de caprichos y gusticos. Entonces la grosería, el caprichismo, el alzar la voz y contestar de cualquier forma, se justi can con el argumento de la búsqueda del propio yo y el libre desarrollo de la personalidad. Pero se echa de menos la discusión inteligente, el planteamiento crítico bien argumentado, el horizonte propositivo fresco y creativo, la ilusión por una utopía que regale paz, plenitud, prosperidad, solidaridad, justicia, igualdad. No hay mucho por pensar, pero sí mucho por reclamar. La ira juvenil gratuita se pre ere a la oposición reflexiva y dialogante.
EL ARTE DE PENSAR
En este contexto es que podemos inscribir la labor del pensamiento filosófico. No se trata de pensar cualquier cosa, sino de pensar con orden, con rigor, con criticidad, de cara a la realidad de todos los días. Pero pensar en términos de estructuración de la realidad requiere de un distancia- miento, de movernos hacia lo que no es ni útil, ni inmediato, ni cómodo. Lo valioso implica esfuerzo existencial, intelectual y moral para que rinda frutos de profundidad y grandeza. El sentido de la vida no se revela en un “meme”, en una consigna leída en “twitter”. Por esta razón estudiar el pensamiento acoge los grandes sistemas y corrientes losó cas, porque ellos contienen las líneas fundamentales de interpretación del mundo que se han dado a lo largo de la historia. Tenemos que pasar por la cruci xión del pensamiento losó co para gustar las plenitudes de la propia losofía de vida, del propio esquema de comprensión. Filosofar se presenta como el dialogar para que yo, construyendo mi propia losofía de vida, produzca pensares, sentires y decisiones que me hagan mejor ser humano. Introducirnos en el mundo conceptual de un lósofo representa el entrar en contacto con la rica fuente de una mente privilegiada, de una época, de una dinámica de comprensión y acción que me invitan a crecer y pleni carme. Qué bueno sería reemplazar la obsesión por un celular cada vez más caro e “inteligente”, (algunas veces más inteligente que su dueño) por el interés en ser más, comprender más, vivir más auténticamente. Ante el facilismo, la mediocridad, la super cialidad de un mundo del consumo que adormece conciencias, optamos por la investigación losó ca que nos catapulta para vivir y ejercer un arte hoy desprestigiado: el arte de buscar la verdad, el arte de cuestionar lo que todos tienen por cierto e incontrovertible, el arte de ver el fondo de las cosas, el arte de conectar lo cotidiano con grandes valores e intereses, el arte de trascender las apariencias, el arte de conocerme y crecer conociendo y estimando al otro, el arte de inventar la tolerancia y la unidad donde antes todo era resentimiento y venganza. Sí, conocer y practicar el olvidado arte de pensar.