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Turcos en Cúcuta

- Beto Rodríguez

Uno de los árabes de especial comportami­ento en la manera de trabajar y atesorar con el esfuerzo del semejante, en este caso las mujeres que acudían a su condición de industrial, fue José Elías, iraquí de nacimiento y deseoso de acomodarse a perpetuida­d sobre un diván repleto de dinero.

El turco José Elías, no era lo que se llama un patriarca por su nombre, sino un mortal práctico, empresario audaz, compró varios automotore­s, los llenaba con mujeres y recorría la zona petrolera en el decenio de 1940 en ejecución de su innegable e cacia de viajero proxeneta.

Veterano negociante reclutó a las damas ejercitada­s en la venta carnal, entre ellas a Juana La Paila, La Gallineta, La Bejuca, La Ciega Hermelina, La Enana, La Patineta, La Culo de Lata, La Tortuga, Las Hermanas Cabras, La Plancha Gocha, La Tetero Loco, La Cuatrocien­tos, La Estera, La Pollina y otras fenecidas en la amnesia de El Catatumbo.

El turco instalaba carpas con ínfulas de gitano señorón en las cercanías de los campamento­s, los obreros en fecha de paga se auto agasajaban y se reconforta­ban con las mujeres de sus apetencias.

Si un celebrante deseaba llevarse para Tibú alguna barragana, le pagaba al cabrón José Elías una especie de multa y tenía derecho a un erótico y trotón n de semana sobre complacien­te cabalgadur­a.

Árabe ganador cobraba por la venta de licor, alquiler de las tiendas de campaña y porcentaje sobre los honorarios exigidos por sus subalterna­s.

Semejante trá co le produjo grandes resultados al turco, tenía contador, asesores comerciale­s, ventanilla de atención al consumidor y la propina era colectiva a la moda europea.

El turco José Elías vendía más que los proxenetas de Cúcuta juntos y los dueños de bares organizado­s se quejaban de la competenci­a desleal del jeque y su estación de servicio a domicilio.

En temporada de grandes huelgas los obreros del petróleo visitaban al turco en búsqueda de mantenimie­nto al ado, éste aceptaba y cuando la compañía complacía las exigencias del proletaria­do, aumentaba los intereses por mora, martillazo o polvorete y otros derechos, de recto proceder. Los jefes de los obreros tenían permanente crédito, muestras gratuitas de la mercancía y en momentos en que el turco se tomaba sus alcoholes, cantaba y gastaba.

Tan sólo borracho el turco dejaba de hablar trabado, concedía vales a sus empleadas a destajo, con base a la capacidad de trabajo y el buen uso de la noble herramient­a.

Las cosas marchaban bien para el turco mientras denigraba del Gobierno con tal de agradar a los gastadores que bailaban con música de victrola, acorralado­s por la abstención cárnica, por la solitaria permanenci­a en la selva catatumber­a.

Pero llegó la infausta fecha en que el benemérito gonococo con sus primas las monilias, ladillas y la espiroquet­a pálida hicieron triunfal aparición. Los trabajador­es miedosos orinaban entre alaridos y púbica rasquiña, a extremos de arrancarse los pendejos contra los árboles y musitando oraciones a la castidad.

Las enfermedad­es se diseminaro­n, a la petrolera le tocó dar incapacida­d en masa a los apestados y muchos no se quejaban, por pánico a las inyeccione­s y a los gloriosos masajes prostático­s.

Las consejeras sexuales del turco José Elías se vieron abocadas a la mala situación económica, mientras los convalecie­ntes guardaban para el retorno gastador millones de unidades de penicilina.

Entre tanto las prostituta­s, apenas contaban a n de no aguantar hambre, con escasos ahorros guardados en el banco de espermas, ganados en buena noche de esfuerzo, sudor, lágrimas y aliento de borrachos.

Algunas fueron dadas de baja de la nómina del inversioni­sta y enviadas a Cúcuta a buscar salud en el Hospital San Juan de Dios.

Una de ellas, acomplejad­a, en medio del llanto le dijo al médico Miguel Roberto Gelvis Sáenz: -Doctor, tengo una nevera.

-No mija, lo que tiene es una tremenda venérea. -Doctor, me da susto. Tranquila que Ud. lo hizo con gusto.

El galeno le formuló una descarga de inyeccione­s, le recomendó a la postrada darle mejor trato al aparato refrigerad­or y le sugirió tener cuidado para que pudiera orinar tranquila en la vejez, entre recuerdos de disipada juventud.

Ante la proliferac­ión de enfermos la compañía petrolera buscó el auxilio del corregidor y la Policía, y en trío iniciaron feroz persecució­n contra el turco, a quien los obreros en esa ocasión no defendiero­n por temor a la burla debido a las exquisitec­es de los exámenes del urólogo.

El cabrón partió hacia Venezuela a seguir con su industria en la región del lago.

La Colombian Petroleum Company fundó el Centro Antivenére­o y a las mujeres de la zona de tolerancia conocida como El Hoyito las dotó de neveras de verdad y les enseñó a exigirle a los clientes metiches condones.

El nueve de abril de 1948 el turco Said Lamk Atala volvió a brillar con luz propia en el rmamento histórico de la región en uno de sus acostumbra­dos actos de destreza y valentía.

En esa fecha, al parecer un lustrabota­s mató a bala al caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán y se desató el Bogotazo. Los liberales de Cúcuta en cantidad de 20 mil se congregaro­n en el parque Santander a las cuatro de la tarde a protestar por el abominable crimen con banderas nacionales, pabellones rojos, pancartas y consignas contra la oligarquía colombiana, a la que sindicaban de ser la autora intelectua­l del asesinato.

El ejército se tomó la Alcaldía de Cúcuta, apostó hombres en las cuatro esquinas, de repente sonaron varios disparos entre la turbamulta y el teniente Miguel Silva quien comandaba a los uniformado­s cayó sin vida, lo mismo los soldados Cipriano Torres y Gustavo Camargo.

Un subo cial asumió el mando y dio orden de fuego, muchos protestant­es cayeron a tierra bañados en su propio ujo, el parque se tiñó de colorado y por los desagües corría sangre en forma alarmante.

Entre los ancianos sobrevivie­ntes a la pequeña guerra hay quienes a rman que el autor de los disparos fue el turco Saíd Lamk Atala con base a su instrucció­n bélica por haber sido subo cial de la Policía, del Ejército, en uso de buen retiro.

Una considerab­le partida de agitadores, entre ellos el turco perdieron la libertad, pero en corto tiempo recobraron el derecho a locomoción por falta de pruebas.

En ese momento el país ardía y se desató la larga oleada de violencia que en la actualidad destroza a Colombia.

El Ejército esa noche llevó al hospital San Juan de Dios varios muertos, pero el director Alirio Sánchez Mendoza se negó a recibirlos para evitar una epidemia de grangrena gaseosa.

Según el galeno, los cadáveres sumaban decenas y fueron enterrados por el cuerpo armado en Los Patios con ayuda de maquinaria pesada.

El cantante Julio García (Bicicleto), dijo nervioso durante muchos años que los occisos podrían ser cuatrocien­tos, porque vio todo. El director de orquesta Edmundo Villamizar a rmó que se le hizo difícil salir del parque a causa de seguidos tropiezos con los cadáveres. El joven trabajador José Aristóbulo Rodríguez González (Toto), pudo abandonar el campo de combate gracias a un militar de apellido Marcucci que lo conoció y lo puso a salvo.

Said Lamk Atala concibió un hijo extra matrimonia­l llamado Francisco Rodríguez y nueve con su esposa Margarita Alvárez: Juan José, Saíd Fernando, Jesús Ricardo, Germán, Fredy, Jairo Omar, Cristian, Nelson Yesid y Margarita.

Los hijos del turco Said Lamk Atala estudiaron diversas profesione­s y conformaro­n una pléyade de extraordin­arios baloncetis­tas componente­s de la Selección Norte de Santander. Tres de ellos, Juan José, Jesús Ricardo y Margarita integraron el quinteto de Colombia en ciertas oportunida­des.

El hermano del turco Said, Naví Lamk Atala, nació con temperamen­to pací co, amable y se dedicó durante la existencia al cuidado de sus seis hijos, a los cuales sostuvo y les dio estudio hasta que su temprana muerte se lo permitió.

Sus descendien­tes, Naví Lamk Valencia, Guillermo, la hermosa, Yolanda, Jorge, Mario, Said y María Patricia han cumplido con el deber ciudadano de cuidar a los suyos al estilo típico de los árabes.

El turco José Mancilla Sleby partió historia de la belleza en dos. Antes del industrial Mansilla Sleby, hombres y mujeres

iban por separado a barberías y salones, pero este maestro del afeite y mayorista de productos necesarios en el cosmético arreglo importó a Colombia la moda unisex y desde entonces las parejas se confunden en las salas de estética, llenas de crema en manos de conocidos peluqueros con genial resultado. Su primo Jairo Sleby ocupó la Alcaldía de Cúcuta por elección popular y dejó huella en la historia de la ciudad con su temperamen­to extroverti­do carente de las afectadas ceremonias protocolar­ias de los nuevos ricos.

Su padre José Sleby hizo de la parranda su mejor aliada, formó parte de la guerrilla liberal, la venta indiscrimi­nada de mercancía se tornó en su pasión y tomaba las armas sin miramiento alguno

Roque Barjuch engendró hijos que no pasaron desapercib­idos, entre ellos Hernando quien fungió como consejero presidenci­al y su hermano Pedro, gerente nacional del ICEL. Elías Saad mantuvo una relación estable con la matrona del disfrute Esther Mantilla y sólo la muerte los separó luego de largos años de convivenci­a y vida útil.

Su hermano Jorge Saad fundó una numerosa y sólida familia al tiempo que le dio inicio a innúmeras empresas.

José Seade le dejó edi cios céntricos a Cúcuta, sus vástagos Mario y Germán continuaro­n con la obra y le dieron a la compra venta de bolívares un matiz industrial.

Una mañana del 9 de agosto de 1997 un comando sedicioso del ELN mató a bala al Senador Jorge Cristo Sahium y su hijo Juan Fernando Cristo Bustos, heredó la bandera y la curul en apostolado paci sta desde donde se ha hecho entender a la hora de discernir sobre distintos aspectos nacionales.

El químico farmacéuti­co Eduardo Assaf Elcure también ocupó la alcaldía de Cúcuta, algunos cargos en distintas Corporacio­nes, llegó a la Gobernació­n de Norte de Santander con los votos del pueblo y el dos de octubre de 1989 un incendio destruyó, en su administra­ción, en forma parcial, la sede del Gobierno Departamen­tal.

Hoy día se escuchan en el transcurri­r fronterizo nuevos apellidos árabes al frente de sus almacenes y otros negocios, entre ellos los Mustafá y los Merheb encabezado­s por Jorge y su hermano el abogado y ex ministro de Educación libanés, Francoise, expulsados de su país por la inhumanida­d de la guerra.

Los nuevos árabes instalaron una Mezquita en un céntrico lugar donde cumplen con los deberes religiosos y en su debido momento lloran con ansiedad, perturbaci­ón de ánimo y zozobra a sus muertos.

“El Señor Barsúm Amín Named Eslag fue llamado al seno de Alá. Su esposa Majibe Turbay y sus hijos Masmud, Bichara, Sha k, Foat, Saddám, Elías, Simbad, Musalám, Yadira, Soraya, Zaine, Zuleima y Natina, convocan al acto del sepelio a efectuarse a la caída del sol en el Jardín de Las Huríes. Al tiempo invitan a sus amigos, relacionad­os y clientes, a un baratillo de telas a hacerse en señal de duelo por la fortuna perdida en los días de tan irreparabl­e falla económica”.

¡Grandes dividendos en su

tumba!

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