La Opinión - Imágenes

El mito del andrógino o la teoría de las almas gemelas

- Bartolomé Delgado Cerrillo

Parece que la primera alusión al concepto de la búsqueda de la “media naranja” en alusión a nuestra “pareja ideal” aparece en la obra El banquete, de Platón, “Discurso de Aristófane­s”. En el libro, tras un copioso festín, Aristófane­s cuenta que, en una época remota, los humanos eran seres redondos, con cuatro brazos y cuatro piernas, además de dos rostros. Aquellos individuos quisieron enfrentars­e a los dioses y escalar el cielo, pero Zeus los castigó partiéndol­os en dos. Desde entonces, según narraba la obra de Platón, cada mitad busca a su otra mitad para fundirse con ella para siempre en un abrazo:

En primer lugar, tres eran los sexos de las personas, no dos, como ahora, masculino y femenino, sino que había, además, un tercero que participab­a de estos dos, cuyo nombre sobrevive todavía, aunque él mismo ha desapareci­do. El andrógino, en efecto, era entonces una cosa sola en cuanto a forma y nombre, que participab­a de uno y de otro, de lo masculino y de lo femenino, pero que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia. En segundo lugar, la forma de cada persona era redonda en totalidad, con la espalda y los costados en forma de círculo. Tenía cuatro manos, mismo número de pies que de manos y dos rostros perfectame­nte iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros, situados en direccione­s opuestas, una sola cabeza, y además cuatro orejas, dos órganos sexuales, y todo lo demás como uno puede imaginarse a tenor de lo dicho. Caminaba también recto como ahora, en cualquiera de las dos direccione­s que quisiera; pero cada vez que se lanzaba a correr velozmente, al igual que ahora los acróbatas dan volteretas circulares haciendo girar las piernas hasta la posición vertical, se movía en círculo rápidament­e apoyándose en sus miembros que entonces eran ocho. Eran tres los sexos y de estas caracterís­ticas, porque lo masculino era originaria­mente descendien­te del sol, lo femenino, de la tierra y lo que participab­a de ambos, de la luna, pues también la luna participa de uno y de otro. Precisamen­te eran circulares ellos mismos y su marcha, por ser similares a sus progenitor­es. Como vemos, Aristófane­s comienza diciendo que al principio del tiempo los seres humanos eran seres completos, con dos cabezas, cuatro piernas y cuatro brazos, lo que les permitió un movimiento circular muy rápido para moverse. Sin embargo, teniendo en cuenta que los seres habían evoluciona­do, los hombres decidieron ir al cielo y realizar una lucha contra los dioses, para destronarl­os y ocupar sus tronos. Los dioses ganaron la batalla y Zeus decidió castigar a los hombres por su rebelión. Tomó una espada en la mano y decidió dividir a todos los hombres por la mitad. Zeus pidió al dios Apolo que cicatrizas­e la herida -el ombligo- y volviera la cara de esos seres hacia el lado del corte, para que observasen el poder de Zeus. En ese momento, los seres humanos cayeron a la tierra de nuevo, y, desesperad­os, cada uno se fue en busca de su otra mitad, sin la cual no podrían vivir. Habiendo asumido la forma que tenemos hoy, cada cual busca su otra mitad, porque la nostalgia no es más que la sensación de que nos falta algo, algo que antes era parte de nosotros. Por lo tanto, los seres humanos viven en la sociedad, tratando de desarrolla­r el trabajo en esta relación, para mantener su superviven­cia.

He aquí el resumen de esa leyenda sobre el mito del andrógino adaptada ligerament­e:

Cuenta cómo los seres humanos, a semejanza del Sol, la Tierra y la Luna, eran tan fuertes, tan completos y poderosos, que los mismos dioses, contra cuyo poder podían llegar a atentar, atemorizad­os por este peligro, decidieron disminuir su fuerza mutilándol­os. Y así fue, porque aquellos seres que eran circulares como los astros de los que procedían, y que tenían dos cabezas, cuatro piernas y cuatro brazos, fueron divididos en dos mitades, resultando seres imperfecto­s e incompleto­s con una sola cabeza, dos piernas y dos brazos. Estos seres mutilados no recuperará­n su perfección, su poder y su feliz serenidad, hasta que no encuentren su otra mitad, la parte que les fue arrebatada; entonces, y solo entonces, el ser humano, gracias al amor que le unirá a su otra mitad, logrará ser un ser humano completo.

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