La Opinión - Imágenes

“Aquí suspiró tu viejo árbol”

- ALFRED TENNYSON

Alfred Tennyson, (Somersby, Lincolnshi­re, Inglaterra, 6 de agosto de 1809 - Lurgashall, Sussex Occidental, Inglaterra, 6 de octubre de 1892), uno de los poetas y dramaturgo­s ingleses más ilustres. La mayor parte de su obra está inspirada en temas mitológico­s y medievales, y se caracteriz­a por su musicalida­d y la profundida­d psicológic­a de sus retratos. TODAS LAS COSAS MORIRÁN

El río azul claramente derrama su corriente bajo mi ojo. Cálido y amplio, el viento del sur arrasa los cielos; Una tras otra, las blancas nubes son derretidas. Cada corazón que esta mañana late con pasión, lleno de precaria alegría, algún día, sin embargo, morirá.

La corriente dejará de fluir, La brisa cesará su canto, Las nubes no flotarán, El corazón ardiente callará, pues todas las cosas morirán.

Todas las cosas morirán. La primavera será tempestad; ¡Oh, vanidad! La muerte aguarda en el umbral. ¡Mira! todos nuestros amigos abandonan el vino y la alegría... Nos llaman, debemos ir.

Yace abajo, bien abajo. En la Oscuridad debemos reposar. Las risas alegres permanecen graves; y el canto de las aves, o el viento sobre la colina, no volverán a ser oídos. ¡Oh Miseria! ¡Escuchen todos! la Muerte nos llama mientras derramo mis versos.

La mandíbula cae, La mejilla cálida empalidece, Los fuertes brazos se abaten, El hielo y la sangre se mezclan, La mirada se vuelve rígida; Nueve veces la campana resuena:

Vosotras, almas alegres, adiós. La vieja Tierra nació, como los hombres saben, en años perdidos. Pero la vieja Tierra morirá. Dejad entonces que el cielo ruja y que las azules olas azoten la costa. Nunca veremos a través de la eternidad, todas las sutilezas que nacen, algún día ya no serán, pues todas las cosas morirán.

CADA DÍA TIENE SU NOCHE

Cada día tiene su noche, Cada noche su mañana: Resplandec­ientes y oscuras, las horas aladas son llevadas bien, bien lejos.

Las estaciones florecen y decaen; La dorada calma y la tormenta, Día a día, se frecuentan. No hay una sola brillante forma Que no arroje sombra, Bien, bien lejos.

Cuando reímos, y nuestra alegría Simula la veta feliz de la piedra, Somos tan parecidos a la tierra Como al dolor del padre, Bien, bien lejos.

La locura se ríe a carcajadas, La risa trae lágrimas, Los ojos se desgastan, Hasta que los miedos Llegan con la mortaja, Bien, bien lejos.

Todo es cambio, Aflicción o riqueza, La alegría es hermana de la tristeza; La pena y el regocijo Se roban los símbolos; Bien, bien lejos.

Las alondras en el paraíso cantan, Las palomas se lamentan Día a día, sin tardanza; Pero no te desanimes; Lloremos juntos en la esperanza. Bien, bien lejos.

DESPEDIDA

Fluye abajo, fría corriente, hacia el mar; Tu tributo de olas será entregado: Hacia tí, mis pasos ya no correrán, Nunca más, eternament­e.

Fluye, fluye suave por hierbas y campos, creciendo de corriente a río: Para tí, mis huellas ya nunca serán, Ya no, eternament­e.

Pero aquí suspiró tu viejo árbol, Y aquí tiemblan sus trémulas hojas, Al compás de las inquietas abejas. Para siempre, eternament­e.

Mil soles brillarán sobre tí, Mil lunas se estremecer­án, Y por tus riberas mis pies ya no andarán, Ya no, eternament­e.

NO VENGAS CUANDO ESTÉ MUERTO

No vengas cuando esté muerto a derramar tontas lágrimas sobre mi tumba, a pisotear alrededor de mi cabeza caída, atormentar el infeliz polvo no nos salvará; deja que el viento me acaricie y que las aves me lloren, Pero tú, sigue de largo.

Niña, si esto fuera un error o un crimen poco me importa, siendo mi existencia maldita: Únete con quien desees pues cansado estoy del tiempo, y mi único anhelo es descansar. Pasa, corazón débil, y déjame donde yazgo: Sigue, sigue de largo.

POR LA NOCHE YACÍAMOS SOBRE EL CÉSPED

Por la noche yacíamos sobre el césped, Pues debajo la hierba era seca y cálida; Y a través del cielo una bruma plateada Se anticipaba al verano, en calma,

Permitiend­o que los cirios ardan inquebrant­ables: No se escuchaba el canto de los grillos, Y sólo se oyó el murmullo de un arroyo lejano, Y sobre la urna el débil aleteo

De los murciélago­s en los fragantes cielos, Girando brillantes en delicadas formas Que surgen durante el crepúsculo, Envueltos en capas oscuras; Con pechos hirsutos y perlados ojos.

Mientras cantábamos viejas baladas que sonaron De colina en colina, donde cómodos yacíamos, La blanca becerra resplandec­ió, y los árboles Rodearon el campo con sus oscuros brazos.

Pero cuando los otros, uno por uno, Huyeron de mí y de la Noche, Cuando en la casa, una por una, Las luces se apagaron, yo permanecí solo.

El hambre asaltó mi corazón, Leí; Sobre aquellos felices años que una vez fueron, En las hojas marchitas que conservaba­n su verdor, Las nobles letras de los muertos.

Extrañamen­te, sobre el silencio brotaron Las mudas letras parlantes, y extraño Fue el lamento desafiante de las palabras Que probaban su valor. Entonces, oh prodigio: habló.

Habló de la Fe, el Vigor, el Valor de detenerse Donde la duda impulsa la espalda del cobarde, Y pronunció agudos enigmas que sugerían, Que atraían hacia la intimidad de su celda.

Entonces, palabra a palabras, línea tras línea, El hombre muerto me tocó desde el pasado, Y todo al mismo tiempo me pareció Que el alma viviente fue reflejada en mí. Allí mi alma fue herida, girando Sobre las empíreas alturas del pensamient­o, Llegando hasta aquello que es, atrapando Las hondas pulsacione­s del mundo.

Una melodía antigua que medía Los pasos del tiempo, los golpes de la fortuna, El soplo de la Muerte. Lentamente, mi trance Fue diluyéndos­e, aferrada a la penosa duda.

¡Vagas palabras! Pero cuán difícil es Darles forma, moldearlas en el discurso, Que duro es para el intelecto hurgar En la memoria de lo que me convertí.

Hasta ahora, el dudoso crepúsculo revela Las colinas una vez más, donde cómodos yacíamos, Donde la blanca becerra resplandec­ía, y los árboles Rodeaban el campo con sus oscuros brazos.

Aspirada desde las tinieblas lejanas, La brisa comenzó a temblar sobre Las grandes hojas del sicomoro, Penetrando todo con su inmóvil fragancia.

Reuniéndos­e sobre las frescas bóvedas, Sacudió las ramas de los olmos, y pasó Sobre las rosas abatidas; y agitó Los lirios de un lado a otro, diciendo: El Alba, el Amanecer. Y murió lejos. El este y el oeste, sin un hálito de aliento, Mezclaron sus tenues luces, como la vida y la muerte, Para esculpir un día que jamás tendrá fin

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