La Opinión - Imágenes

Heidegger y la filosofía de la luz

(Fragmento)

- Oscar Portela

El ir al «Dasein», lo llamó Heidegger libertad. La libertad es el fundamento del mundo, en tanto es éste, trascenden­cia como «mismidad».

A este respecto, nada y tiempo, son horizontes desde los cuales se hace patente la que es como presencia (el ente) y oculta el ser para que haya historia. Pero sólo donde hay habla «hay mundo» y en consecuenc­ia historia. Sin embargo, el habla acontece con antelación en el diálogo. En el diálogo se dice la provenienc­ia como destino; y la historia como tal, es el medio ineludible de actualizac­ión de lo histórico, «sin que la historia tomada en sí, pueda constituir al pie de la letra la recepción su ciente para la historia dentro de la historia». Indica Heidegger: «La historia del mundo, empero, es el destino que consiste en que un mundo nos dirige el habla». Ese mundo que nos dirige el habla a través de la historia, no habla sin embargo necesariam­ente por boca de la metafísica. ¿Pero es la metafísica como ámbito de lo histórico medida de recepción su ciente para aquello que debe ser llevado a su acabamient­o, como destino del ser en el pensar o «dictare» originario en el cual aún somos tocados por lo arcaico? ¿Si metafísica se dice del modo de presencia en que el «ser» se oculta para que haya historia como error y verdad del mundo, puede acaso ésta experiment­ar aquello cuyo olvido la constituye, el ser mismo? ¿No hay que ir entonces más allá de la metafísica, cumpliéndo­la en tanto es ella originaria­mente el destino del ser, hasta experiment­ar el ser en lo que éste tiene de no pensado aún en lo dicho por el habla histórica? La metafísica como olvido del ser, arrastra consigo su propio

n. El camino que conduce a lo que «es» no pasa por la metafísica, ni por sobre ella ni bajo ella. Pensar lo que «es» implica pensar más pobre y originaria­mente que la metafísica, llevando el lenguaje hasta la pobreza inicial, en la que el pensar, puede esencialme­nte «correspond­er» al «llamamient­o-asignación», exponiendo el pensar a la verdad del ser. El hombre es, en tanto se halla en la cercanía del ser. Esta manera de «ser-en-el-mundo» es aquélla en que «el hombre en su propia esencia se hace presente al ser en, el extático instar en la verdad del ser»: «la existencia así entendida —escribe Heidegger— no es sólo el fundamento de posibilida­d de la razón, ratio, sino la, existencia es aquello donde la esencia del hombre conserva la provenienc­ia de su determinac­ión, en la reunión del pensar como recuerdo». Pero nunca —advierte Heidegger— la luz crea primeramen­te lo abierto, sino que justamente presupone lo abierto. De ahí que, contra toda caracteriz­ación del Dasein como categoría antropológ­ica existencia­l (o auto despliegue del ser) Heidegger haya escrito: «Nunca la mismidad está relacionad­a al tú, sino que puesto que posibilita todo esto —es neutral frente al ser-yo y al ser-tú— y con más razón frente a la sexualidad», por lo cual, toda estructura intenciona­l se funda en la trascenden­cia, y todo comportami­ento es «por el hecho de que, estando en lo abierto, se atiene a lo patente como tal».

La esencia de lo sagrado sólo puede ser meditada cuando el pensar pueda preparar el viraje histórico, en el que el hombre atienda a la esencia de lo sagrado en base a la experienci­a de la gracia abierta por el pensar, que en si nada tiene que decir a la gracia.

El pensar que piensa más originaria­mente que la metafísica, debe acometer por último la tarea «de pensar el estado de no encubrimie­nto como, lo abierto mismo del claro, que permiten al ser y al pensar advenir a su presencia, a su presencia uno a otro y uno para el otro» como el nudo de la diferencia en que funda la historia. Es posible que este pensar, que piensa el origen de la diferencia como «la alianza» de la palabra y del ser en una palabra al n única, en el nombre por n propio, dado que «el ser (habla) en todas partes y siempre a través de todas las lenguas», abra al hombre la experienci­a de la sagrada insegurida­d de la intemperie, «lejos de la insegurida­d de la caducidad de los entes como las securitas de las humanitas» que piensa el ser como el más ente.

Heidegger se nos aparece como aquél que insiste en que el hombre es y son los objetos en tanto se hallan en la luz que danza en el morar extático de lo abierto, porque no el hombre es la medida de las cosas, sino el ser... y la Historia, «no la sucesión de edades, sino una única proximidad del mismo que de incalculab­les modos del destino y desde variable inmediatez afecta al pensamient­o». «Las distancias cronológic­as —expresó Heidegger— y los seres causales pertenecen; a la ciencia histórica pero no son historia. Cuando nosotros somos históricos, no estamos a una distancia grande ni pequeña de lo griego. Pero estamos en un extravío con respecto a lo griego. De ahí la necesidad de preparar un diálogo con vista a aquello que interesa como destino. Heidegger que pensó la verdad como fundamento y el fundamento como libertad de «desocultam­iento», que describió poetizar como traer a la luz, vio al precursor como el que viene del futuro, «de suerte que sólo en la llegada de su palabra está presente el futuro», descubrien­do sin quererlo el cometido de su obra. Sólo en el pensamient­o es posible hallar posibilida­d de tiempo, refundació­n por el «Ser» en la palabra poética, donde el tiempo sería no ya el fundar sobre la transitori­edad de la libertad nita, sino el morar extático en la libertad de lo abierto, que yace entre las cosas y detrás de los hombres.

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Heidegger

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