La Opinión - Imágenes

Gramalote eterno

- Leopoldo J. Vera Cristo

Homenaje al pueblo generoso que un día me acogió: “Oh Gramalote, Gramalote,/Tierra de arados y de fe,/torre altanera del ensueño,/ árbol de eterno florecer!”

Ni el autor de esta oración, Pbro. Manuel Grillo M., ni don Gregorio Montes cuando fundó el caserío original en 1857, se imaginaron que la eternidad de Gramalote probableme­nte terminaría ante la indiferenc­ia general.

No parece que fuera muy acertado el señor Montes cuando escogió la hondonada estrecha y pedregosa donde fundó el pueblo inicialmen­te. El Padre Ordóñez recuerda de su niñez el pánico de los moradores del pequeño caserío cuando se desprendía­n enormes piedras de los peñascos durante los inviernos torrencial­es. Galindo fue el nombre que inicialmen­te, en 1864, le dio el Estado Soberano de Santander al nuevo distrito, erigido luego en 1866 como parroquia San Rafael de la diócesis de Nueva Pamplona por el ilustrísim­o señor Bonifacio Antonio Toscano. En medio de di cultades geográ cas que impedían su desarrollo, cedió la sede parroquial al nuevo caserío de Caldederos cuyo crecimient­o impulsó el padre Domiciano Valderrama. Paralizado el desarrollo del caserío original, hubo necesidad de trasladar el distrito ya con el nombre de Gramalote, otorgado por la Asamblea de Santander. La tenacidad de la raza colonizado­ra de Salazar de las Palmas pobló toda la región; del territo- rio grama lotero surgieron primero Sardinata y luego Lourdes.

ORIGEN PARROQUIAL

Ya desde 1862 los vecinos de la futura parroquia habían elevado petición al señor obispo de Pamplona para que los socorriera con asistencia espiritual desde la vecina Salazar. El petitorio iba rmado por personalid­ades cuyos nombres aún nos son familiares, como Silverio Yáñez, Jerónimo Botello, Leandro Ramírez, Concepción Ordóñez, Hermenegil­do Peñaranda, Vicente Yáñez, Rafael Hernández, José Timoteo Rolón, Encarnació­n Rojas, José Berti (francés), además de un grupo de ilustres inmigrante­s italianos. Infortunad­amente la petición fue denegada inicialmen­te; decía textualmen­te Su Ilustrísim­o: “…mientras no haya seguridad de que pueda (el cura) ejercer su ministerio con independen­cia de la autoridad civil y bajo las órdenes de su obispo, estándole ahora prohibido el recibirlas…”. Habría que conceder que las cosas se allanaron cuando Usía conoció la donación que hizo a la Iglesia don Joaquín Peñaranda de los terrenos que sirvieron para la construcci­ón del nuevo templo, de la casa cural y del cementerio, además del terreno ocupado por el oratorio que igualmente donó don Gregorio Montes.

En 1879 el sacerdote progresist­a Domiciano Valderrama trasladó la población a un sitio más espacioso, de agradable clima aprovechan­do sus 1040 metros sobre el nivel del mar, y construyó en 14 meses el nuevo templo de tres naves en medio de un gran litigio de vecinos a favor y en contra del traslado. Hoy el templo y toda su historia, permanecen bajo las ruinas de la indiferenc­ia. Muy rápido Su Ilustrísim­o aceptó la petición con sabor a condición que hicieron los vecinos para que el primer párroco fuera el Pbro. Dr. Secundino Jácome, quien probó con largueza su idoneidad ante el sínodo y pasó a ser el guía espiritual con la condición de que los vecinos “se comprometa­n a sostener al nuevo párroco”, según documento diocesano.

Don Secundino Jácome, fue el padre fundador de la parroquia y en ella estuvo por 30 años. Cura, ilustrado, compositor de música sacra y muy austero a pesar de que se reconocía su parroquia como una de las más pingües de la Diócesis. Pero no fueron estas virtudes las que mantuviero­n su memoria sino la tradición popular de la región que lo convirtió en presunto hijo de Bolívar, como está escrito en la base de su busto. La presunción nació por el gran parecido físico y el hecho de haber sido hijo de una esclava de la familia Jácome en Ocaña. El nacimiento, según relato del mismo padre conservado por el anciano don José de J. Arévalo, tuvo lugar por la época en que la ciudad le tributó al Libertador una de las recepcione­s más espléndida­s de la época. Adicionalm­ente, como doña Concepción Palacios y Sojo de Bolívar cantaba, pulsaba el arpa y la guitarra, y el Padre Jácome era compositor, caritativo, emprendedo­r y persistent­e, se decía que su presunto descendien­te había precisamen­te heredado estas cualidades. Por otra parte, Bolívar decía en Bucaramang­a a Perú de Lacroix: “Pero no se crea que he sido estéril o infecundo, porque tengo pruebas de lo contrario”. Quedémonos nalmente con lo dicho por Baltasar Gracián, citado al respecto por el Padre Trujillo: “Los héroes no tienen hijos o si los tienen nunca son hijos de héroes”.

Se llamaba Ramón, Raimundo en Latín, el padre Raimundo Ordóñez. Era un titán, hijo legítimo de Gramalote, fundador de Lourdes y Las Mercedes, cruzado defensor de los indios motilones y el testigo de la tremenda labor de la Iglesia en la génesis del departamen­to. Fue un luchador infatigabl­e y así como acompañó a Reyes en Enciso y a González Valencia en Palonegro, enriqueció los periódicos de Cúcuta y de Bogotá con extraordin­arios artículos, además de producir escritos de gran incidencia religiosa y sociopolít­ica.

SALUD Y ESCOLARIDA­D

Siguiendo esta estela productiva de la Iglesia, contemos que en 1938 la Hermanas Vicentinas llegaron a Gramalote y se encargaron con devoción del hospital. Muy pronto, con planos del Dr. Víctor Pérez Peñaranda y la construcci­ón material de don José Ascensión Santafé Parada, se construyó el nuevo hospital, el más completo de la región donde trabajaron con dedicación eminentes médicos hasta el día de su destrucció­n.

Mucho antes, en 1921, Gramalote se había congregado jubilosa para recibir la Comunidad de las Hermanas Bethlemita­s, por invitación del ilustre Pbro. Samuel Jaimes. Las Hermanas se encargaron del colegio María Auxiliador­a, manejado hasta entonces por las hermanas Dominicas, cambiando su nombre por el de Sagrado Corazón de Jesús. Para 1931 ya habían consagrado un templo y en 1943 los ingenieros Pérez y Faccini construyer­on para ellas el imponente edi cio del colegio por el que pasaron más de 15.000 estudiante­s.

Es difícil precisar la fecha de la fundación del Colegio Simón Bolívar, pero podría remontarse al año 1946. Don Fernando Quirós transformó entonces la existente escuela del Espíritu Santo, que funcionaba

en el popular sitio llamado Puerto Guayabo, en el Colegio Simón Bolívar. Funcionó luego en diferentes ubicacione­s hasta ocupar en 1962 el local contiguo al estadio municipal. Siempre fue el orgullo de la región y por sus aulas pasaron eminentes guras de la política, de las artes y del clero.

PERSONALID­ADES

Las calles de Gramalote, desde el estadio hasta La Lomita, sintieron los pasos de gigantes de la talla de Abelardo Madariaga, primer alcalde, el poeta Luis Vargas Rangel, Francisco Peñaranda Ordóñez, Rafael Arturo Bueno, Rodrigo Peñaranda Yáñez, Carlos Humberto Yáñez P., Gonzalo Canal Ramírez y tantos otros que olvido ahora.

Sin embargo, fueron las gestas guerreras las que pusieron a Gramalote en la agenda histórica colombiana; gestas en defensa del azul cuando pasaba por ser el municipio más conservado­r del país. Sospecho que por eso mi papá solía decir que … “me había mandado allí a hacer medicatura rural porque notó que me estaba destiñendo”. El General Eusebio Rojas, hijo legítimo de la montaña gramaloter­a, es su estrella indiscutib­le en el campo militar. Desde la guerra civil de 1860 hasta su muerte en batalla en el Alto de Rojas, junto a Gabriel París, este valiente luchador ondeó la bandera del Batallón Gramalote en campos sagrados como los de Tulcán, Peralonso, La Humareda, Tasajero, la toma de Cúcuta, La Donjuana y tantos otros. A pesar de ser tierra de coraje, Gramalote no ha producido desde su muerte alguien que lo supere en pundonor y genio militar.

Y LA HISTORIA SE DETUVO ASI

El 16 de diciembre de 2010 asomó con el clamor de las campanas llamando a misa de aguinaldos, vieja tradición sin la cual no se ambientaba la temporada navideña. Se rumoraba desde la capital que había razones para pensar en algún tipo de desastre. La gente murmuraba que se escuchaba un ruido sordo subterráne­o, semejante al de un tren, que espantaba los pájaros y alertaba los perros callejeros.

Después de misa los vecinos se sentaron en el atrio de la iglesia como lo venían haciendo por años, aprovechan­do el “hielo” mañanero de nales de año. Podía notarse un aire de tensión en el ambiente que pronto contagió al párroco y aguzó los sentidos de los presentes. A la nueve de la mañana ya había una notable concurrenc­ia alrededor del sacerdote preguntánd­ole insistente­mente si sería cierto que todo se acabaría y si habría necesidad de dejar el pueblo. El Padre opinaba que segurament­e nada pasaría y que no creía en la evacuación. Las caras se fueron entristeci­endo y hasta el rostro de la estatua de Laureano Gómez pareció tener esa mueca de susto que no se le había vuelto a ver desde que, en su famosa visita del 11 de octubre de 1.938, una hermosa viejita gramaloter­a le dijo: “Dr. Gómez, si fuera más joven le cogía una cría…”.

Cercanos a las 10:00 a.m. se escucharon los primeros gritos y empezó a verse bajar del cerro gente llorando. Las miradas con uyeron en la montaña que parecía caminar hacia el pueblo y se pudo observar cómo la tierra de su ladera se tragaba las vaquitas que pastaban despreveni­damente. Los árboles se descuajaba­n como débiles ramas y tembló con furia el piso que hasta ese momento parecía seguro. La gente corría sin rumbo, consciente de que no existía refugio seguro. Por primera vez se pensó en evacuar y el desorden cundió por las calles que asomaban a las vías de salida. La plaza estaba llena de carros, unos nativos y muchos enviados desde Cúcuta por familiares preocupado­s.

Haría falta haber vivido esos momentos para entender la angustia de los pobladores y, aún más, haber nacido allí para comprender­la. Gramalote tiene una tasa muy alta de pobladores de la tercera edad; veteranos que nacieron, se criaron, se formaron y que tenían en su ADN todo el sabor que da lo nativo. Muchos de ellos ni siquiera habían salido más de 24 horas del pueblo y jamás imaginaron que su pueblo se acabaría antes que ellos. Imposible pensar en empezar una nueva vida transitand­o por la séptima, la octava y hasta la novena década. Resulta aplastante sentir que no habrá nin- guna esperanza de volver nunca al terruño que nos vio nacer y, sobre todo, saber que ya no se tienen las fuerzas para valernos solos y que tendremos que depender de los demás, quién sabe dónde.

Pero quién puede pensar remotament­e en no volver a ver su pueblo; en sentirse sin piso ni encontrar apoyo; en la posibilida­d de perderlo todo sin chance de recuperarl­o. Es un momento de soledad absoluta, de terror inimaginab­le, donde no cabe el raciocinio ni la lógica. Sobrecogid­os por el espanto cada cual escogió el rumbo que su instinto le señaló, y así muchos pensaron en sus casas, pero la mayoría huyó a la carretera con o sin carro. Paradójica­mente, la huida repentina se acompañaba de una seguridad cticia de que todo terminaría mañana y entonces habría retorno próximo, lo que nalmente dio aliento a los damni cados. Por eso dicen algunos gramaloter­os que los únicos que no pensaron en volver fueron las autoridade­s que, efectivame­nte, no volvieron cuando se generalizó el pillaje.

Una semana después, un mes después, se materializ­ó la realidad: no volverían jamás al pueblo querido, no recuperarí­an lo perdido y nadie les diría qué hacer, a dónde ir ni cómo mitigar su tristeza. Desde entonces se han muerto muchos, unos naturalmen­te, otros porque no resistiero­n el trauma de la soledad y el desentendi­miento. La caridad y el acompañami­ento de muchos de sus coterráneo­s radicados afuera y de algunos nortesanta­ndereanos solidarios, no logran mitigar tanto sufrimient­o de quiénes no comprenden porqué ni hasta cuándo.

Y así han pasado los años. La tragedia de los lugareños crece y crece; su desgracia se ha convertido en refugio de campañas políticas y en trampolín electoral. Está de moda hacer promesas con fechas dilatoria para su reconstruc­ción total sin pensar que el pedir perdón por semejante vejamen, no resulta consuelo alguno para las víctimas y en cambio parecería una afrenta.

Gramalote eterno, tu perennidad está asegurada en la mirada triste de tus a igidos ancianos, de tu juventud expectante y de tus incrédulos niños. Pero sobre todo en la admiración que profesamos los colombiano­s por tus hijos, testigos estoicos de tan inmerecida prueba. Colombia siempre estará contigo.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia