El destino del hombre es el in nito
El cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí”.
“Dos cosas me llenan el ánimo de admiración y de respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la re exión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí. No tengo que buscar estas dos cosas fuera del alcance de mi vista, envueltas en tinieblas, y en lo trascendente; tampoco me veo obligado simplemente a suponerlas: las veo ante mí y las vinculo de inmediato con la consciencia de mi existencia.
La primera parte del lugar que ocupo en el mundo sensible externo extiende los vínculos en que me encuentro hacia dimensiones inconmensurables, a mundos que están sobre otros mundos y a sistemas de sistemas; y, además de esto, a los tiempos sin frontera de su movimiento regular, de su origen y duración.
La segunda parte de mi “yo” invisible, de mi personalidad me representa en un mundo que posee una in nitud verdadera, pero que sólo es perceptible para el intelecto, y con el cual (y por eso, al mismo tiempo, con todos aquellos mundos visibles) me reconozco en una conexión no simplemente accidental, como en el primer caso, sino universal y necesaria.
La primera visión –un conjunto innumerable de mundos- aniquila, por así decirlo, mi importancia de criatura animal, que tendrá que devolver la materia, con la que está hecha, al planeta (un simple punto en el universo), después de haber sido dotada por corto tiempo (no se sabe cómo) de fuerza vital.
La segunda visión, por el contrario, enaltece in nitamente mi valor, revela una vida independiente de la animalidad, y hasta del mundo sensible en su integridad por lo menos, en lo que se puede deducir del destino nal de mi existencia en virtud de esta ley; este destino no está limitado a las condiciones y al ámbito de esta vida, sino que llega al in nito”.