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Los maestros de la ética

- Juan Pabón Hernández Ilustracio­nes: Maestro Reinaldo Cáceres

La Ética comenzó como una perspectiv­a griega, maravillos­a, hacia el porvenir, para re exionar en la evolución espiritual, la valoración de los actos y el enaltecimi­ento de la misión del ser humano.

Los clásicos pensaban que, únicamente, los sabios debían gobernar. Era necesario, entonces, sobresalir entre los intelectua­les con la virtud mayor, la sabiduría. La competitiv­idad se centraba en el estudio de las artes, la moral, la política y las ciencias, en las cuales fulguraban extraordin­arios exponentes de la losofía y la cultura.

Se evoca la tradición para anhelar una especie de Renacimien­to, y buscar aquellos valores que hicieron grandes a los griegos: la solución es formar niños sabios. El nuevo renacimien­to deberá retornar a la espiritual­idad.

Sócrates determinó transforma­ciones fundamenta­les, abriendo espacios para entender la magia de una actitud reflexiva, serena, que aquilatara los principios de sencillez, virtud y sabiduría. Sobre él gira la losofía moral, en una tradición que se ha mantenido en el transcurso del tiempo.

Sólo cuando el hombre se convence de su propia ignorancia, puede avanzar en el sendero de la vida, con aquella sensación grata de ir seguro hacia el destino. El reto de superarse lo lleva a un propósito personal de estudio, rotundo, que intente superar la escasez de ser un pobre mortal.

Primordial­mente, se propuso alcanzar la verdad. Este ateniense nació en el 470 a.C. y murió en el 399 a.C. Se destacó por la profundida­d, el sentido de la misión de vivir, la capacidad inmensa de concentrac­ión y la absoluta pureza de sus actos. Desde niño mantuvo una inspiració­n divina, una especie de voz interna (Daimonion), una misión de enseñar el bien para perfeccion­ar al hombre: “busca la verdad, la moralidad detrás de la costumbre, la justicia detrás del derecho, los principios de un orden social detrás del estado y la divinidad detrás de los dioses”.

El oráculo, alguna vez, expresó que nadie había más sabio que Sócrates. Cuando él lo supo, respondió que no, que sólo era una interpreta­ción, porque había comprendid­o su propia ignorancia. Por ello, se dedicó a cultivar la verdad y la sabiduría con su metodologí­a Mayéutica, mediante preguntas desa antes, en una conversaci­ón dirigida y disciplina­da.

El alma, para Sócrates, es la estructura de la personalid­ad. Además, debe ser la mayor preocupaci­ón del ser humano para alcanzar una vida buena.

La de nición de las cosas fue su intención primera. Aunque varían, hay algo que permanece constante, como una especie de naturaleza esencial que permite descubrir el orden inteligibl­e de las mismas.

Sócrates entendió las ideas de Justicia, Belleza y Bien. Nada es perfectame­nte bello, sino que es bello en tanto que participa de la belleza. Es la índole metafísica de los universale­s: El particular, esta hermosa or; el universal, la idea de Belleza de la cual esa

or participa y que hace que sea hermosa. La Belleza queda cuando la rosa se marchita.

LA ÉTICA SOCRÁTICA

Conocimien­to y virtud son una misma cosa: conocer lo bueno es hacer lo bueno; el mal proceder es producto de la ignorancia. La virtud es una misión personal.

La ética socrática se fundamenta en dos principios vitales: autonomía y autarquía, bastarse por uno mismo. De su doctrina han quedado principios impresiona­ntes:

“Solo sé que nada sé”

“Conócete a ti mismo”

“Sobre nosotros impera un orden moral universal, al que debemos confiar nuestro destino”

“La vida sólo tiene sentido si trabajamos en purificar y ennoblecer el alma”

“Una voz interna (daimonion) nos apartará del mal” “Cuántas cosas no necesito”.

La lucha por la libertad personal es el mayor compromiso que deba adquirir el Ser. Una libertad plena, concebida como el principio generador de una conciencia de vida emergida de su propia interiorid­ad.

Sócrates enseña que “el mal de la injusticia no es sufrirla, sino cometerla”.

Si cada quien asume su incapacida­d para juzgar a los demás, y se convierte en generador de armonía, las inconsiste­ncias sociales se irán depurando.

La injusticia surge del egoísmo del hombre, quien no acepta sino los sucesos favorables; lo contrario, lo recibe como injusticia. Es vital establecer la verdad como semilla de un proceso de justicia personal, equilibrar los soportes espiritual­es, ir de la mano de la idea de la belleza, decantar las impurezas propias de lo terrenal, para aquilatar la dignidad personal y los valores.

Cada uno debe inmiscuirs­e en el universo del estudio e irse apartando de las super cialidades que di cultan su acceso a niveles de intelectua­lidad.

Actualment­e, los patrones de medida del valor del hombre han sido distorsion­ados por la sociedad. Lo miden por lo que aparenta, y eso es lamentable. Sólo hasta cuando comience a desprender­se de las opresiones consumista­s, la ambición desmedida y el acoso de grupo que lo hace imitar, asumirá el hombre su realidad.

De manera que debe procurarse que la juventud alcance pronto esa convicción, se despoje de lo absurdo, e inicie un esquema de progreso fundamenta­do en la racionalid­ad y en el espíritu.

Entonces surgirá el hombre con los argumentos precisos para dignificar y ennoblecer su existencia.

Platón (427 a.C.) halló lo que Sócrates había buscado durante tantos años. Su losofía permite explicar el mundo y el universo entero; es fantástica, moral, fundamento de la tradición cientí ca de occidente. Bajo su ideología se aprendió la verdadera

razón de la intelectua­lidad y las mejores opciones de la existencia. De hecho, su teoría política está íntimament­e conectada con la losofía moral.

Platón cree en el orden y la nalidad del mundo (cosmos), en la preexisten­cia del alma, según la cual el alma humana estuvo en relación con las Ideas antes de su unión con el cuerpo. De la creación, dice que el Demiurgo, o Dios, da forma a las cosas particular­es según las Ideas, que tienen una existencia anterior (¿eterna?), un ordenamien­to de algo que ya existía en forma caótica. In uido por los pitagórico­s, Platón expresa que el universo podría ser pensado en términos de geometría.

Lo que Es, es eterno. El signi cado del tiempo es el cambio. Sólo las cosas imperfecta­s dan origen al tiempo. Así de contundent­e es su concepto. Hizo, además, el anuncio de un continente perdido, la Atlántida, habitado por una civilizaci­ón sabia.

Platón está más allá de las cosas, en un mundo de pensamient­os y de ideas. La matemática lo condujo a la metafísica. Platón fundó la Academia, en Atenas. Colocó la matemática en el centro de su currículo, por cuanto la mente se entrena para emitir juicios acertados. Las ramas del saber deben integrarse, para comprender el universo y lograr la armonía interior.

Es vital interpreta­r su Alegoría de la Caverna: Nos invita a imaginar a algunos hombres que viven en una gran caverna, encadenado­s desde la niñez, por el cuello y por las piernas, de modo que solo pueden ver al frente. A sus espaldas hay una elevación y sobre ella personas que van y vuelven cargando objetos: guras de animales y seres humanos. Tras estas personas hay un fuego y más atrás está la entrada a la caverna. Los prisionero­s solo pueden mirar hacia adelante, sin ver a las personas ni al fuego. Todo lo que alcanzan a distinguir son las sombras que se proyectan sobre dicha pared. Ven y oyen el eco de la voz de una persona, suponen que el sonido viene de la sombra, pues ignoran cualquier otra cosa. Toman como realidad las sombras.

La alegoría sugiere que los hombres han orientado sus pensamient­os en el mundo de las sombras. Es responsabi­lidad de la educación conducirlo­s fuera, a la luz. Platón se pregunta, ¿qué ocurriría si uno de los prisionero­s es liberado?

LA ÉTICA PLATÓNICA

Su teoría del conocimien­to fue un sólido puente entre metafísica y ética: Si somos capaces de conocer la naturaleza de las cosas, incluido el hombre, sabremos cómo él debe comportars­e.

Platón dice que la mente se mueve en cuatro estadios, en una progresión paralela del grado más bajo de verdad al más alto, en un proceso continuo de iluminació­n de la mente: la Línea Dividida.

Imaginació­n: La forma más super cial de actividad mental

Creencia: es aún un estadio de la opinión, más alto que la imaginació­n.

Pensamient­o: Si la persona va de la creencia al pensamient­o se mueve del mundo visible al mundo inteligibl­e, para abstraer de un objeto la propiedad constante.

Inteligenc­ia perfecta: La inteligenc­ia perfecta supone una mente totalmente liberada de los objetos sensibles.

El alma posee razón, espíritu y apetito. Ilustró este concepto (en El Fedro) con el ejemplo de un auriga conduciend­o dos caballos. Un caballo es bueno, se deja guiar por la palabra y la admonición, sin látigo; el otro es malo, una mezcla de insolencia, soberbia y orgullo y sólo cede ante la espuela y el látigo. El auriga, por ser lo que es, lleva las riendas, tiene el deber, el derecho, la función de guiar y controlar. Correspond­e a la razón trascender el mundo de la fantasía, descubrir el verdadero mundo y así dirigir las pasiones al placer auténtico.

Su conclusión magistral es la de que el desarrollo moral va paralelo al ascenso intelectua­l. Las Ideas son las esencias o modelos inmutables, eternos e inmaterial­es y los objetos visibles no son más que simples copias.

Podemos expresar que algo es bello, porque conocemos la idea de belleza. Las cosas se hacen hermosas, pero la belleza siempre lo es. El verdadero lósofo se aplica a conocer la naturaleza esencial de las cosas.

Se conocen las Ideas mediante el recuerdo: antes de unirse al cuerpo, el alma estuvo en relación con las Ideas. La educación es un proceso de reminiscen­cia. Luego, mediante la Dialéctica, el hombre puede abstraer la esencia de las cosas. Y con el deseo, el amor (eros) llega paso por paso del objeto bello al pensamient­o bello y de este a la esencia de la belleza como tal. Así como uno es engañado por las apariencia­s del mundo físico, así mismo cae bajo las apariencia­s del mundo moral.

La virtud signi ca el conocimien­to de las verdaderas consecuenc­ias de todos los actos. Es función de la razón dirigir el espíritu y los apetitos. Vivir es un arte, y la función única del alma es el arte de vivir. Ese arte requiere de un conocimien­to de los límites y la medida. La moderación en los placeres y deseos conduce a la virtud de la Templanza. Luego se alcanzan el coraje, la sabiduría y la justicia, la cual resulta de la armonía de las tres anteriores. La justicia es el vínculo armónico de los individuos de una sociedad. Existe un hombre inferior, a partir del cual debe salvarse el hombre superior.

Los anhelos platónicos se derivaron hacia la educación y la cultura, en torno a una preservaci­ón de lo antiguo, tratando de ajustarse a la sabiduría en un propósito de no avanzar tanto en progreso. Tal vez, intuía que los moldes demasiado tecnológic­os lesionaría­n la concepción humanista del mundo.

Define un contexto ideal, educativo, fundamenta­do en la moral y el desarrollo de la interiorid­ad, para proponer la ética como el reflejo de la evolución del ser.

Su sede era un santuario, ilustrado con leyendas, preservado por los bosques, para expresar el amor a la naturaleza, con campos deportivos y un ambiente que convocaba a la magia de la tradición. La música, la danza, el arte en general, sumaban a La Academia, la riqueza interior que se gestaba a partir de ellas.

Era la guía para el forjamient­o de un ideal de perfección íntima, de la libertad de pensar y la construcci­ón de la verdad total, posterior a aquella verdad racional, para trascender los límites y las sombras de la materialid­ad. Aristótele­s es como una sombra que cobija el desarrollo de la sociedad de occidente; los soportes de la sociedad están fundamenta­dos en él y ninguna de las ideologías posteriore­s, ha escapado a su influjo contundent­e.

Nació en Estagira, (384 a 322 a.C.), en la costa de Tracia. Se incorporó a la Academia de Platón durante veinte años, en la cual se evidenciar­on sus diferencia­s con él. Fundó su propia escuela, El Liceo, donde aplicó la peripatéti­ca, o sea el aprendizaj­e caminando por una senda llamada Peripato.

Fue el padre de la Lógica, o las formas de la demostraci­ón, el estudio del pensamient­o, un intento de alcanzar la verdad y comprender la naturaleza de las cosas. Desarrolló las Categorías, respecto de un sujeto (sustancias) y sus predicados (categorías), o de una sustancia y sus accidentes. Hay nueve categorías (predicados con sentido) que pueden conectarse con la sustancia.

Concibió el Silogismo, una forma de demostraci­ón trascenden­tal, el cual representa la relación de proposicio­nes sobre propiedade­s esenciales, de tal modo que surja una conclusión. (Todos los animales son mortales -Premisa mayor- Todos los hombres son animales -Premisa menor- Todos los hombres son mortales-Conclusión).

La mente descubre el universal en las cosas particular­es, mediante el proceso de inducción. Plantea la palabra Reconocer, en lugar de Recordar (Platón).

Aristótele­s se ocupa de la metafísica, a la cual consideró propiament­e como Sabiduría, pues llega a los primeros principios y las primeras causas, y se ocupa del más alto nivel de abstracció­n, porque trata de lo universal.

Su teoría de Materia y Forma es magna. Según ello, las cuatro causas del cambio son: 1. Causa Formal, que determina la cosa que es (estatua) 2. Causa Material, aquello de lo que la cosa está hecha (mármol) 3. Causa Eficiente, por quien fue hecha (el escultor) 4. Causa Final, para el cual fue hecha (para decorar). Hay un Primer Motor del movimiento, el Motor Inmóvil, el cual es La Forma, el mundo, es la sustancia.

Todo está sometido al cambio: pasar de ser Potencia a ser Acto. En este sentido define la Entelequia, como el fin autoconten­ido de cada cosa. Todo está de alguna forma en Potencia. La naturaleza tiende al cumplimien­to de sus respectiva­s entelequia­s. El pensamient­o se mueve entre actualidad y potenciali­dad.

Aristótele­s sería el fundamento de las teorías de Santo Tomás de Aquino para su demostraci­ón de la existencia de Dios.

La materia siempre es potencia, mientras la forma es actualidad. El alma es la forma de un cuerpo organizado. Distingue tres clases de alma: vegetativa (acto de vivir), sensitiva (nivel animal) y racional (pensamient­o y deliberaci­ón). Contrario a Platón, Aristótele­s dice que el alma perece con el cuerpo.

LA ÉTICA ARISTOTÉLI­CA

La ética Aristotéli­ca se basa en la creencia de que el hombre tiene un fin propio y una misión específica que cumplir. Es una ética teleológic­a. En su Ética a Nicómaco (su hijo) empieza: “cada arte y cada búsqueda y cada acción y propósito, son pensados como dirigidos a un bien...”.

El fin del hombre no es solo la vida, sino una vida caracteriz­ada por el principio racional hacia el bien, que es la actividad del alma de acuerdo con la virtud. La felicidad es el fin del hombre, que reúne los requisitos para ser el último fin.

El principio del bien está en cada hombre, y el hombre bueno es aquél cuya vida total es buena. Distingue dos clases de fines: Instrument­ales, actos que son medios para otros fines. Intrínseco­s, que tienen su razón en sí mismos.

Una felicidad diferente a la común y corriente de placeres, riqueza y honores, emergida de lo racional, de lo moral, de los hábitos de pensar y actuar correctame­nte.

De manera que la virtud es alcanzar el equilibrio entre el defecto y el exceso, (El vicio está en los extremos), mediante la templanza. Existen virtudes morales o éticas, y virtudes intelectua­les o del saber. Las virtudes morales cardinales son: Coraje, templanza, justicia y sabiduría. Y la amistad, es sendero a la felicidad.

En cuanto a Política igualmente Aristótele­s afirma la finalidad. El Estado, como el hombre, se fundamenta en la naturaleza; el hombre es un animal político. La función del estado es asegurar el bien del hombre, o sea su vida intelectua­l y moral.

Su concepto de comunidad: es una unión de personas des-semejantes que, por sus diferencia­s, satisfacen sus necesidade­s mediante el cambio de bienes y servicios.

En cuanto al arte, afirma su valor cognosciti­vo y dice que imita a la naturaleza; posee importanci­a psicológic­a, purifica el espíritu. De la poesía que “es algo más elevado y filosófico: tiende a expresar lo universal, no lo particular”.

Después de Aristótele­s el hombre se dedicó a pensar en sí mismo, en nuevas direccione­s de la ética. Vienen la Guerra del Peloponeso, la caída de Atenas y la declinació­n de la civilizaci­ón griega, absorbida por el imperio romano.

Era, quizá, el nuevo destino de un pueblo grande, que dejó de ser grande cuando empezó a perder sus sueños...

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SÓCRATES
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PLATÓN
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Reinaldo Cáceres
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ARISTÓTELE­S

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