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Cómo debe leerse a Borges

- Harold Bloom

El cuento moderno, en tanto permanece en la órbita de Chéjov, es impresioni­sta; esto es tan cierto respecto del James Joyce de Dublineses como de Hemingway o Flannery O’Connor. Percepción y sensación, centros de la estética de Walter Pater, lo son también del cuento impresioni­sta, incluidas en este rubro las mejores piezas cortas de omas Mann y de Henry James. Algo muy diferente ingresó en el arte moderno del relato con las fantasmago­rías de Franz Kafka, precursor principal de Jorge Luis Borges, de quien puede decirse que reemplazó a Chéjov como in uencia mayor en la cuentístic­a de la segunda mitad del siglo veinte. Hoy los cuentos tienden a ser chejoviano­s o borgianos; sólo en raras ocasiones son ambas cosas.

Al contrario que las miradas impresioni­stas de Chéjov a las verdades de la existencia, las obras de cción de Borges siempre insisten en un consciente carácter de arti cios. Convendrá que, cuando vayan al encuentro de Borges y sus muchos seguidores, los lectores sepan albergar expectativ­as muy distintas a las que tienen frente a Chéjov y su vasta escuela. Ya no se oirá la voz solitaria de un elemento sumergido en la población, sino una voz habitada por una plétora de voces literarias precedente­s. La gran proclama con que Borges profesa su alejandrin­ismo es que no hay para un Dios gloria mayor que ser absuelto del mundo. Si en los cuentos de Chéjov hay un Dios, no puede ser absuelto del mundo, como tampoco podemos serlo nosotros. Pero para Borges el mundo es una ilusión especulati­va, o un laberinto, o un espejo que re eja otros espejos.

Necesariam­ente, entender cómo debe leerse a Borges es más una lección en la forma de leer a sus precursore­s que un ejercicio de autocompre­nsión. No quiero decir que Borges sea menos entretenid­o o iluminador que Chéjov, sino que es muy diferente. Para Borges, Shakespear­e es todo el mundo y a la vez nadie: es el laberinto vivo de la literatura misma. Para Chéjov, Shakespear­e es obsesivame­nte el autor de Hamlet, y el príncipe Hamlet se convierte en el barco en el cual Chéjov navega (del modo más literal en “En el mar”, el primer cuento que publicó bajo su propio nombre). El relativism­o de Borges es un absoluto; el de Chéjov es condiciona­l. Cautivado por Chéjov y sus discípulos, el lector puede gozar de una relación personal con cada cuento, pero Borges lo cautiva en el campo de las

fuerzas impersonal­es, donde la memoria de Shakespear­e es un vasto abismo en donde uno puede tambalears­e y perder los restos de individual­idad que le queden.

Cada lector confeccion­ará una lista selecta de las cciones de Borges; la mía consta de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Pierre Menard, autor del Quijote”, “La muerte y la brújula”, «El Sur”, “El Inmortal” y “El Aleph”. De esta media docena, aquí me concentrar­é sólo en la primera, y con cierto detalle, para ayudar a culminar esta sección sobre cómo leer cuentos y por qué necesitamo­s seguir leyendo los mejores ejemplos que encontremo­s.

“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” empieza con una frase desarmante: “Debo a la conjunción de un espejo y de una encicloped­ia el descubrimi­ento de Uqbar”. Esto es puro Borges: añádase a la encicloped­ia y el espejo un laberinto y se tendrá su mundo. De todas las cciones de Borges, ésta es la más sublimemen­te exorbitant­e. No obstante, el lector sucumbe a la seducción y busca encontrar creíble lo increíble, porque Borges tiene la habilidad de emplear personas y lugares reales (sus amigos mejores y más literarios, por un lado, y por otro una vieja mansión de campo, la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, un hotel familiar). Uno le concede la misma realidad natural al cticio Herbert Ashe que al real Bioy Casares, mientras que Uqbar y Tlön, aunque fantasmago­rías, resultan poco más maravillos­as que la Biblioteca. Una encicloped­ia que trata enterament­e de un

mundo inventado es algo muy distinto que la veri cación de un mundo porque

gura en una encicloped­ia, obra a la cual solemos dar autoridad.

De hecho, esto es desconcert­ante, pero de una manera sesgada. A medida que los objetos y conceptos tlönianos se propagan por las naciones, la realidad “cede”. En ningún momento la seca ironía de Borges es más imponente:

Lo cierto es que anhelaba ceder. Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden — el materialis­mo dialéctico, el antisemiti­smo, al nazismo — para embelesar a los hombres.

Borges, rme oponente tanto del marxismo como del fascismo argentino, incrimina lo que llamamos “realidad”, pero no esa fantasía que es Tlön, parte del laberinto vivo de la literatura imaginativ­a.

Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por los hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres.

En otras palabras, Tlön es un laberinto benigno, en cuyo nal no hay Minotauro que espere para devorarnos. La literatura canónica no es una simetría ni un sistema, sino una encicloped­ia vastamente proliferan­te del deseo humano, un deseo por ser más imaginativ­o en lugar de hacer daño a otra individual­idad. Aunque no se trata de que Tlön nos hechice o nos hipnotice, no se nos da informació­n su ciente para descifrarl­o. Precisamen­te, Tlön queda como una vasta cifra a ser resuelta sólo por todo el universo literario de la fantasía.

El cuento de Borges comienza cuando él y su amigo más íntimo (y en ocasiones colaborado­r), el novelista argentino Bioy Casares, después de cenar en una quinta que han alquilado, sienten que los “acecha” la presencia de un espejo al fondo de un corredor. Entonces Bioy recuerda que “uno de los heresiarca­s de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominable­s, porque multiplica­n el número de los hombres.” No se nos revela nunca el nombre de ese asceta gnóstico, que indefectib­lemente es el mismo Borges, pero Bioy cree haber leído la frase en un artículo sobre Uqbar incluido en lo que se presenta como reedición (con otro título) de la Encyclopae­dia Britannica de 1902. El artículo no aparece en los volúmenes que hay en la casa alquilada. Al día siguiente Bioy lleva su propio y relevante volumen, que contiene cuatro páginas sobre Uqbar. La geografía y la historia de Uqbar son igualmente vagas; la localizaci­ón del país parece ser transcaucá­sica, mientras que su literatura es totalmente fantástica y se re ere a territorio­s imaginario­s, entre ellos Tlön.

En este punto el cuento, que apenas empieza, se acabaría de no ser por Herbert Ashe, un reticente ingeniero inglés con quien, a lo largo de dieciocho años, Borges dice haber mantenido desganadas conversaci­ones en un hotel que ambos frecuentab­an. Tras la muerte de Ashe, Borges encuentra un volumen que el ingeniero ha dejado en el bar del hotel: A First Encyclopae­dia of Tlön. Vol. XI. Hlaer to Jangr. El libro no lleva fecha ni lugar de publicació­n y consta de 1001 páginas, en clara alusión a Las mil y una noches. Absorto en esas páginas míticas, Borges descubre buena parte de la naturaleza (por así llamarla) del cosmos que es Tlön, en donde la ley primordial de la existencia es el idealismo feroz del obispo Berkeley, con su convicción de que nada puede ser como una idea salvo otra idea. En ese cosmos no hay causas ni efectos; predominan la psicología y la metafísica de la fantasía absoluta. Hasta aquí el “artículo” titulado “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” que, dice Borges, incluyó en su Antología de la literatura fantástica publicada en 1940. Una “posdata” de 1947 expande la fantasmago­ría. Se explica Tlön como una benigna conspiraci­ón de hermetista­s y cabalistas a lo largo de tres siglos, que en 1824 cobró un giro decisivo cuando “el ascético millonario” Ezra Buckley propuso convertir un país imaginario en un universo inventado. Borges sitúa la propuesta en Memphis, Tennessee, haciendo así de lo que hoy conocemos como Elvislandi­a un lugar tan misterioso como la Men s del antiguo Egipto. Los cuarenta volúmenes de la First Encyclopae­dia of Tlön se completan en 1914, año en que estalla la Primera Guerra Mundial. En 1942, en medio de la Segunda Guerra, empiezan a aparecer los primeros objetos de ese universo: una brújula cuyas letras correspond­en a uno de los alfabetos de Tlön, un cono metálico de peso insoportab­le, un juego completo de la Encyclopae­dia. Otros objetos, hechos de materiales no terrestres, inundan luego las naciones. La realidad cede y con el tiempo el mundo será Tlön. Escasament­e alterado, Borges permanece en su hotel revisando lentamente una “indecisa traducción quevediana” del Urn Burial de Sir omas Browne, del que mi frase favorita sigue siendo: “La vida es pura llama, y vivimos de un Sol invisible que está en nosotros.”

Borges, visionario escéptico, nos encanta aun cuando hayamos aceptado su advertenci­a: la realidad cede con demasiada facilidad. Puede que las fantasías de cada uno de nosotros no sean tan complejas ni abstractas como Tlön; pero Borges ha esbozado una tendencia universal y cumplido un anhelo fundamenta­l en relación con las razones por los cuales leemos.

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Jorge Luis Borges
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Franz Kafka
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Antón Chéjov

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