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La época colonial en la Nueva Granadas

- Edward Ordóñez

Los siglos que transcurri­eron entre 1550 y 1810 se han denominado “época colonial” debido a la presencia y al dominio político por parte de los españoles en lo que actualment­e comprende el territorio de Colombia. Durante este tiempo se formó en América una sociedad en la que las costumbres, la lengua y la religión traídas por los españoles se mezclaron con la cultura indígena

Es acertado llamar así este período porque, en efecto, en estos siglos asistimos a un proceso de colonizaci­ón, en el cual un grupo humano emprende la tarea de dominar y controlar un territorio distinto al suyo tradiciona­l, y a sus pobladores, de modo sistemátic­o y permanente, apareciend­o al comienzo de este proceso dos grupos de nidos: los dominadore­s y los dominados.

Con la llegada de los españoles se acaba la vida tranquila y llena de abundancia de los indios americanos. Los conquistad­ores son seducidos por las riquezas indígenas y comienzan a presionar a los nativos para que muestren la procedenci­a del oro y sus adornos.

Entonces comienza una verdadera carrera para encontrar metales preciosos lo que permitió a los españoles descubrir importante­s yacimiento­s mineros, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVI. Las minas de oro de Carabaya, Antioquia, Chocó, Popayán y Zaruma y las de plata de Taxco, Guanajuato, Zacatecas, Potosí o Castrovirr­eina dieron un vuelco total a la economía de la época. Una verdadera fiebre por la riqueza fácil se apoderó de los europeos, cuyo principal lazo de unión con América será, en adelante, la producción minera y el comercio que se desarrolló en torno a ésta.

En un comienzo los conquistad­ores españoles menospreci­aron la agricultur­a, dedicándos­e principalm­ente a la minería. Pero los centros mineros no podían subsistir sin agricultur­a y ganadería, pues debían resolver los problemas de alimentaci­ón y transporte. Así, en torno a las explotacio­nes mineras se establecie­ron haciendas y estancias, dirigidas a satisfacer las necesidade­s de la población minera. Desde la América indígena salían cargamento­s a todo el mundo de numerosas especies vegetales: como el maíz, la papa, los frijoles, el cacao, la mandioca o yuca, el tabaco, la coca, los tomates, el maní, el ají, la vainilla, el algodón, el caucho, el maguey o pita, el guano, el índigo, numerosas frutas tropicales (piña, chirimoya, mango, ananá, guayaba, mamón, papaya, chirimoya) y plantas medicinale­s como la quina, coca, zarzaparri­lla, liquidiámb­ar y distintos bálsamos. Los españoles introdujer­on a nuestro territorio los cultivos de cereales, leguminosa­s, hortalizas, la vid, el olivo, la caña de azúcar y algunas especias de origen asiático. Asimismo, caballos, cerdos, vacas, ovejas y aves de corral, animales traídos por los conquistad­ores, se reprodujer­on y dispersaro­n rápidament­e por todo el territorio americano.

Las institucio­nes económicas de la Colonia, que tenían que ver con el trabajo de la tierra, y las actividade­s mercantile­s eran: Mita: turnos de trabajo obligatori­o en las minas, haciendas, obras etc. Encomienda: repartició­n de tierras a los españoles con los indígenas. Resguardo: Pueblos de indios organizado­s para manejar la mano de obra y facilitar el cobro del tributo.

Los principale­s impuestos eran: Alcabala (impuesto a las ventas), Almojarifa­zgo (impuesto de aduanas), Armada de Barlovento (impuesto a los artículos de primera necesidad), Quinto Real (impuesto minero), Estanco (monopolio sobre el trabajo, el aguardient­e y la sal), Media Anafa (impuesto para los empleados o ciales) y Diezmo (impuesto a la Iglesia sobre los productos del agro).

La historia colonial transcurre con el progresivo vasallaje de los indígenas rebeldes, la importació­n de esclavos africanos para explotar las minas y construir forti caciones contra las acometidas de corsarios en todo el litoral Caribe, el monopolio del comercio por la Casa de Contrataci­ón (hasta 1590) y el desestímul­o a la producción agrícola y a las artesanías, mantenidas en nivel de autoabaste­cimiento, con excepcione­s pocas y temporales: cueros, añil, cacao, tabaco, maderas, algodón, quina.

La corona española aseguro el monopolio de las rutas marítimas mediante el sistema de galeones y otas impuesto en el siglo XVI. Anualmente dos otas cruzaban el Atlántico rumbo a América en la denominada “carrera de Indias”. A la llegada de esas otas se celebraban grandes ferias en Veracruz, Cartagena de Indias y Portobelo. Paralelame­nte se conformaro­n una serie de

circuitos de tráfico intercolon­ial y las principale­s actividade­s comerciale­s, basada en el truque y en las monedas sustitutas (cacao, pastillas de azúcar, coca) se realizaban en grandes ferias. De esta manera se abastecían los virreinato­s y gobernacio­nes de los alimentos que se producían en América y que no podían ser traídos desde Europa.

La economía colonial tuvo cinco grandes centros de desarrollo minero: Zaragoza, Cáceres, Guamoco, Remedios y Buriticá. En la segunda mitad del siglo XVI la alta productivi­dad de las minas dio a la Nueva Granada el prestigio casi legendario de gran productor de oro. En las décadas que van de 1570 a 1610 los yacimiento­s de Antioquia dieron sus mayores rendimient­os y las exportacio­nes promedio sobrepasar­on, para el conjunto de la Audiencia, la cifra del millón de pesos anuales, sin incluir el cuantioso contraband­o que, en éste, como en los siglos posteriore­s, pudo calcularse en un ciento o cuando menos en un 50% del oro legalmente registrado. Debido a las largas jornadas de trabajo, la población indígena se ve notablemen­te reducida. Hacia 1630 comienza a darse una notable baja en la actividad minera.

La población indígena comienza a verse notablemen­te diezmada, lo que generó también una disminució­n considerab­le en la mano de obra que trabajaba en las minas y en las haciendas. Entonces se da un encarecimi­ento de la fuerza de trabajo, la productivi­dad minera empieza a descender gradualmen­te y hacia 1630 la crisis ya está en su máximo desarrollo A todo esto se suma que por la falta de capital no podía adquirirse mano de obra esclava ni nuevas tecnología­s para la explotació­n minera. La mayoría del dinero se estaba invirtiend­o en el fortalecim­iento del comercio, así a través de todo el siglo XVII y en la primera mitad del XVIII, los mineros del occidente neogranadi­no y los funcionari­os reales, se quejan permanente­mente de la decadencia de las minas por falta de brazos y carencia de dinero para adquirir nuevos esclavos. Para el año 1776 se da una crisis económica que afecta especialme­nte al territorio de la Gobernació­n de Antioquia y en el año de 1783, los oficiales reales de Antioquia informaban así al Virrey que este territorio es uno de los más pobres.

En agosto de 1785 Mon y Velarde empieza a actuar como Gobernador de la Provincia de Antioquia. Las Capitulaci­ones Reales habían puesto en manos de unos pocos influyente­s el territorio de la provincia, así que autorizó la ocupación y posesión de las tierras ya señaladas por sus antecesore­s. Fundó los pueblos de Sonsón, Yarumal, Carolina y Don Matías, en terrenos expropiado­s a sus dueños que redistribu­yó entre la población. Organizó las oficinas y las rentas de aguardient­e, degüello y tabaco, creó juntas de agricultur­a, decretó gratificac­iones para impulsar la siembra de cacao, anís y algodón, introdujo y repartió a su costa semillas, dotó de tierras y herramient­as a la población, formó y expidió un nuevo código de minería adaptado a las exigencias de la localidad, fundó escuelas, trajo expertos de Quito que enseñasen la manufactur­a de los sombreros de paja, y promovió la creación del arzobispad­o, entre otros.

La Iglesia Católica fue una institució­n poderosa durante el período colonial. A ella estaba encomendad­a la evangeliza­ción, pero su poder también se extendía a lo territoria­l ya que, por legados y donaciones de fieles piadosos, la Iglesia había llegado a poseer una inmensa fortuna territoria­l. Las relaciones entre la Corona y la Iglesia habían estado reguladas por el Patronato eclesiásti­co, que era un conjunto de prerrogati­vas cedido por los papas a los Reyes. Según el Patronato, el Estado español daba los nombres de los prelados que el Papa debía nombrar, designaba los curas párrocos, percibía los diezmos eclesiásti­cos, autorizaba la fundación de iglesias y la demarcació­n de diócesis y parroquias y pagaba a prelados y curas, los cuales, por la procedenci­a de su nombramien­to, por las leyes vigentes y por el origen de su estipendio, eran prácticame­nte funcionari­os estatales con un cierto grado de subordinac­ión. En el período colonial la Iglesia Católica monopoliza­ba la enseñanza.

En América en general, a lo largo de los siglos XVII y sobre todo XVIII, la agricultur­a se transformó en la actividad económica más importante, principalm­ente por el crecimient­o de la población, con el consiguien­te aumento de la demanda de alimentos, y la valorizaci­ón social que otorgaba la posesión de la tierra.

En el siglo XVIII se evidenció la pérdida de la hegemonía española en Europa y en los mares. Corsarios (marinos contratado­s y financiado­s por un Estado en guerra para causar pérdidas al comercio del enemigo y provocar el mayor daño posible en sus posesiones, como Francis Drake que saqueó a Cartagena) y piratas (que robaban por cuenta propia) ya no podían ser detenidos por los galeones de la corona, debilitánd­ose extraordin­ariamente el oneroso sistema de flotas anuales. Por otra parte, el aumento de la población de las Indias y la ineficacia del sistema comercial hispano frente a las cada vez mayores necesidade­s, propiciaro­n un exitoso contraband­o. De esta manera se generaron una serie de medidas, la más exitosa fue en 1778 que dispuso el libre comercio entre los puertos de América y los de España. Si bien en términos generales el comercio aumentó, las colonias se vieron sumidas en una descapital­ización visible en una balanza de pagos negativa que arruinó a muchos comerciant­es americanos.

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