El frescor de los lejanos manantiales Leopoldo Lugones (Argentina)
Deja caer las rosas y los días una vez más, segura de mi huerto.
Aún hay rosas en él, y ellas, por cierto, mejor perfuman cuando son tardías. Al deshojarse en tus melancolías, cuando parezca más desnudo y yerto, ha de guardarte bajo su oro muerto violetas más nobles y sombrías. No temas al otoño, si ha venido. Aunque caiga la flor, queda la rama. La rama queda para hacer el nido. Y como ahora al florecer se inflama, leño seco, a tus plantas encendido, ardientes rosas te echará en la llama.
CLARO FUE NUESTRO AMOR
Claro fue nuestro amor; y al fresco halago plenilunar, con música indecisa, el arco vagaroso de la brisa trémulas cuerdas despertó en el lago. En la evidencia de sin par fortuna, dieron senda de luz a mis afanes tus ojos de pasión, ojos sultanes, ojos que amaban húmedos de luna. Con dorado de joya nunca vista, tu mirada agravaba su desmayo. y removía su ascua en aquel rayo la inquietud de león de mi conquista.
EL ASTRO PROPICIO
Al rendirse tu intacta adolescencia, emergió, con ingenuo desaliño, tu delicado cuello, del corpiño anchamente floreado. En la opulencia, del salón solitario, mi cariño te brindaba su equívoca indulgencia sintiendo muy cercana la presencia del duende familiar, rosa y armiño. Como una cinta de cambiante falla, tendía su color sobre la playa la tarde. Disolvía tus sonrojos, en insidiosas mieles mi sofisma, y desde el cielo fraternal, la misma estrella se miraba en nuestros ojos.
HISTORIA DE MI MUERTE
Soñé la muerte y era muy sencillo: Una hebra de seda me envolvía, y a cada beso tuyo con una vuelta menos me ceñía. Y cada beso tuyo era un día.
Y el tiempo que mediaba entre dos besos una noche. La muerte es muy sencilla. Y poco a poco fue desenvolviéndose la hebra fatal. Ya no la retenía sino por un sólo cabo entre los dedos… Cuando de pronto te pusiste fría, y ya no me besaste…
Y solté el cabo, y se me fue la vida.
LAS MANOS ENTREGADAS
El insinuante almizcle de las bramas se esparcía en el viento, y la oportuna selva estaba olorosa como una mujer. De los extraños panoramas surgiste en tu cendal de gasa bruna, encajes negros y argentinas lamas, con tus brazos desnudos que las ramas lamían, al pasar, ebrias de luna. La noche se mezcló con tus cabellos, tus ojos anegáronse en destellos de sacro amor; la brisa de las lomas te envolvió en el frescor de los lejanos manantiales, y todos los aromas de mi jardín sintetizó en tus manos.