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Diálogo entre Jorge Luis Borges y Osvaldo Ferrari

Universida­d Externado de Colombia, Cuadernos Culturales.

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Osvaldo Ferrari: ¿Por qué no parecernos a esos ilustres griegos? ¿qué más podemos desear?

Jorge Luis Borges: Yo creo que un libro clásico no es un libro escrito de cierto modo. Por ejemplo: Eliot pensó que sólo puede darse un clásico cuando un lenguaje ha llegado a una cierta perfección; cuando una época ha llegado a cierta perfección. Pero yo creo que no: creo que un libro clásico es un libro que leemos de cierto modo. Es decir, no es un libro escrito de cierto modo, sino leído de cierto modo; cuando leemos un libro como si nada en ese libro fuera azaroso, como si todo tuviera una intención y pudiera justi carse, entonces, ese libro es un clásico. Y tendríamos la prueba más evidente en el I Ching, o libro de las mutaciones, libro compuesto de 64 hexagramas: de 64 líneas enteras o partidas, combinadas de los 64 modos posibles. A ese libro le han dado una interpreta­ción moral, y es uno de los clásicos de China.

Por ejemplo, se supone que cada línea de Shakespear­e está justi cada, y que cada línea de El Quijote o de la Divina Comedia, o de los poemas llamados homéricos está justi cada. Es decir que un clásico es un libro leído con respeto.

OF: Volviendo a los clásicos, Borges, usted indica dos caminos. El primero seguido por Homero, Milton o Torcuato Tasso, quienes, según usted indica, invocaron a la musa inspirador­a o al espíritu.

JLB: Son los que propusiero­n una obra maestra, sí. Bueno, es lo que ahora se llama lo inconscien­te, pero viene a ser lo mismo; los hebreos hablaban de espíritu, los griegos de la musa, y nuestra mitología actual habla de lo inconscien­te- en el siglo pasado se decía los subconscie­nte-, Es lo mismo, ¿no?, y eso me recuerda lo de William Butler Yeats, que hablaba de la gran memoria; decía que todo individuo tiene, además de la memoria que le dan sus experienci­as personales, la gran memoria, que sería la memoria de los mayores. que se multiplica geométrica­mente-, es decir, la memoria de la especie humana. De modo que no importa que a un hombre le sucedan o no muchas cosas, ya que dispone de ese casi in nito receptácul­o que es la memoria de los mayores, que viene a ser todo el pasado.

OF: Y después hay otro procedimie­nto, indicado también por usted, seguido por los clásicos para llegar a la forma final de una obra. Y sería el de remontar un hilo, o partir de un hecho aparenteme­nte secundario o anónimo. Como en el caso de Shakespear­e, por ejemplo, sino…

JLB: Las posibilida­des de ese argumento. Esas posibilida­des son, de hecho, in nitas. Eso parece raro en el caso de la literatura, pero en el caso de la pintura o de las artes plásticas, no. Por ejemplo, ¿cuántos escultores han ensayado con felicidad la escultura ecuestre?, que vienen a ser más o menos variacione­s sobre el tema del jinete, el hombre a caballo. Y eso ha dado, bueno, resultados tan diversos como la “Gattamelat­a”, el “Colleoni”. Y mejor es olvidar las estatuas de Garibaldi (ríen ambos), que vienen a ser un ejemplo un tanto melancólic­o del género, ya que son estatuas ecuestres también. Y, ¿cuántos pintores han pintado La Virgen y el Niño, La Cruci xión? Y, son embargo, cada uno de esos cuadros es distinto.

OF: Ah, claro, las preciosas variacione­s.

JLB: Sí, y en el caso de los trágicos griegos, ellos trataban temas que los auditorios ya conocían. Y eso les ahorraba el trabajo de muchas explicacio­nes, ya que decir “Prometeo encadenado”, era referirse a algo conocido por todos. Pero, quizá, de hecho, la literatura sea una serie de variantes sobre algunos temas esenciales. Uno de ellos sería la vuelta: el ejemplo clásico sería La Odisea, ¿no?

OF: Cierto.

JLB: O bien el tema de los amantes que se encuentran, de los amantes que mueren juntos; hay unos cuantos temas esenciales que dan libros del todo distintos.

OF: Sí, ahora la vigencia de un clásico depende, usted dice, de la curiosidad o de la apatía de las generacion­es de lectores.

JLB: Sí.

OF: Es decir, al principio la obra no está manejada por el azar, sino por el espíritu o la musa; pero después es dejada al azar de los lectores.

JLB: Es que, quien sabe si es un azar; ayer yo me di cuenta de la importanci­a de la lectura que hace cada uno, porque oí dos análisis de un cuento mío “El Evangelio según San Marcos”. Esas dos interpreta­ciones eran dos cuentos bastante distintos, muy inventivas, hechas por un psicoanali­sta y una persona versada en teología. Es decir que, de hecho, había tres cuentos: mi borrador, que fue el estímulo, lo que dijeron ellos. y yo agradecí eso, porque está bien que cada texto sea un Proteo, que pueda tomar diversas formas, ya que la lectura puede ser un acto creador, no menos que la escritura-. Como dijo Emerson, un libro es una cosa muerta hasta que alguien lo abre.

OF: Pero qué curioso que un psicoanali­sta y un teólogo se hayan entendido frente a un cuento suyo.

JLB: Buenos, era una teóloga en realidad, un poco discípula de los mitos de Jung, de modo que se encontraro­n en ese mundo mitológico de Jung (ríen ambos).

OF: Ahora, siguiendo con los clásicos: usted siempre nos dijo que el compenetra­rse de un autor es, de alguna manera, ser ese autor. El leer a Shakespear­e es, mientras dura la lectura, según usted, ser Shakespear­e.

JLB: Sí, y en el caso de un soneto, por ejemplo, uno vuelve a ser el que fue el autor cuando lo redactó, o cuando lo pensó. Es decir, en el momento en que decimos “Polvo serán, mas polvo enamorado”, somos Quevedo, o somos algún latino –Propercio- que lo inspiró, a Quevedo.

OF: Pero usted que se ha compenetra­do de los clásicos de su predilecci­ón.

JLB: Claro, porque cada uno elige. Yo he fracasado con algunos, por ejemplo, con los clásicos de la novela, que es un género asaz reciente. Pero también con algunos antiguos: recuerdo haber adquirido las obras de Rabelais en dos ediciones distintas porque pensé: “En esta edición no puedo leerlo, quizá con otra letra y con otra encuaderna­ción pueda leerlo”. Pero fracasé ambas veces.

Salvo algunos pasajes muy felices; entre ellos, uno que le gustaba a Xul Solar: se trata de una isla, en la que hay árboles, y esos árboles producen instrument­os, herramient­as. Hay, por ejemplo, un árbol que da martillos, otro que da armas blancas, otro que da planchas; en fin, una isla fantástica. Y nosotros elegimos ese capítulo –Silvina Ocampo, Bioy Casares y yopara la antología de la literatura fantástica: “La isla de las herramient­as”, o “Los árboles de las herramient­as”, no recuerdo exactament­e, pero es de Rabelais, y lo leí con mucho placer.

OF: Esa familia de clásicos es de su predilecci­ón, Borges, de alguna manera o ha incorporad­o. Se dice de usted que es ya un clásico viviente, ¿qué piensa de eso?

JLB: Bueno, es un generoso error. Pero, en todo caso, he trasmitido el amor por los clásicos a otros.

OF: Sí, realmente.

JLB: Y de algún clásico reciente, un poco olvidado ya. Porque se olvidan clásicos recientes; por ejemplo, yo he difundido en diversos componente­s el amor por Stevenson, por Shaw, por Chesterton, por Mark Twain, el amor por Emerson; y, bueno, quizá eso sea lo esencial de lo que se ha dado en llamar mi obra: el haber difundido ese amor. Bueno, el haber enseñado también, lo cual no está mal; mi familia se vincula a la enseñanza, mi padre fue profesor de psicología, una tía abuela mía fue una de las fundadoras del Instituto de Lenguas Vivas; creo que está su nombre escrito en una piedra, un mármol de ese edificio: Carolina Haslam de Suarez.

OF: Celebramos, entonces, Borges, este nuevo cumpleaños suyo con el recuerdo de los clásicos.

JLB: Sí, es una buena idea.

(*) Fragmento del libro Conversaci­ón con Jorge Luis Borges-Osvaldo Ferrari. Diálogos. México, Siglo XXI, 2005. Cuadernos Culturales

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