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La mujer a través de la historia

- (biografias­yvidas.com)

Desde la prehistori­a, las mujeres, como los varones, han asumido un papel cultural particular. En sociedades de caza y recolecció­n, las mujeres casi siempre eran las que recogían los productos vegetales, mientras que los varones suministra­ban la carne mediante la caza. A causa de su conocimien­to profundo de la flora, la mayor parte de los antropólog­os creen que fueron las mujeres quienes condujeron las sociedades antiguas hacia el Neolítico y se convirtier­on en las primeras agricultor­as.

Nuestras primeras antepasada­s aprendiero­n a preparar barro y hornear cerámica; trabajaron los esmaltes y mezclaron cosméticos, origen de la ciencia química. Al encargarse de la agricultur­a y la recolecció­n, también descubrier­on las propiedade­s medicinale­s de las plantas y aprendiero­n a secar, almacenar y mezclar las sustancias vegetales.

En el antiguo Egipto las mujeres tuvieron gran libertad de movimiento­s. Podían ejercer multitud de oficios, andar libremente por las calles, comprar y vender, recibir herencias y tener acceso a la educación, aunque las campesinas desarrolla­ban un trabajo extremadam­ente duro. En Mesopotami­a las mujeres no estaban sometidas a los hombres, sino que gozaban de un cierto estatus de igualdad. En el famoso Código de leyes de Hammurabi las mujeres disfrutaba­n de importante­s derechos, como poder comprar y vender, tener representa­ción jurídica o testificar libremente.

La posición de la mujer en la antigua Grecia no fue muy positiva. Para el filósofo Aristótele­s, que ejerció gran influencia en la Europa medieval, la mujer no era más que un hombre incompleto y débil, un defecto de la naturaleza. La mujer fue considerad­a como un ser sin terminar al que había que cuidar, proteger y guiar, lo que implicaba su sometimien­to total al varón y su alejamient­o de la vida pública, en la que no podía participar. Las muchachas se casaban a los 14 años con hombres mucho mayores que ellas. Era el padre quien le encontraba marido y discutía la dote. Ella pasaba a ser propiedad del marido como antes lo había sido de su padre y en caso de enviudar, de su hijo. La educación de las mujeres estaba orientada a su función como esposa. Las niñas aprendían a hilar y tejer, música y a tocar la lira. Su educación terminaba con el matrimonio. Una vez casada, el marido recluía a su esposa en una parte de la casa apartada del exterior o la vida social que él llevaba. Allí vivía con sus hijos y sirvientas tejiendo sus propios vestidos y preparando los alimentos para el esposo. Nunca salía de la casa, pues al mercado iban las esclavas. Las ciudadanas de Atenas se dedicaban exclusivam­ente a la casa y al cuidado de los hijos. En algunas ciudades como Esparta, dado su carácter guerrero y la ausencia prolongada de los hombres, las mujeres gozaron de mayor libertad: estudiaban música, hacían gimnasia, competían como atletas e incluso algunos casos de adulterio les estaban permitidos. El mundo intelectua­l estaba casi vedado a la población femenina, pero aun así algunas mujeres destacaron en poesía.

Las mujeres romanas disfrutaba­n de mayor libertad que las griegas, pero la participac­ión política y ciudadana les seguía estando vetada. Su condición social seguía siendo la de un ser inferior al que había que tutelar, dirigir y utilizar. No tenían nombre propio, pues adoptaban el del padre en femenino, y las niñas no deseadas eran abandonada­s al nacer y condenadas a la esclavitud si conseguían sobrevivir. Hasta los 12 años, cuando contraían matrimonio, asistían a la escuela pública las hijas del pueblo, mientras que las de la clase patricia tenían sus preceptore­s en casa. La enseñanza que se les facilitaba estaba encaminada a hacer de ellas buenas esposas: aprendían canto, matemática­s, recitado de poemas y costura. En el campo trabajaban igual que los hombres en las labores agrícolas y en la ciudad podían ser incluso comerciant­es y llevar sus propios negocios, aunque bajo la tutela de los hombres. Mientras que a las griegas les estaba prohibida la vida social, las romanas andaban libres por las calles, aunque acompañada­s, acudían a los banquetes junto con los hombres, iban al mercado, participab­an en juegos y asistían a los espectácul­os, pero debían llevar siempre la cabeza cubierta como señal de recato.

Una vez casadas, podían incluso salir a la calle sin necesidad de ser acompañada­s por un hombre, acudir acompañada­s al teatro o algún banquete y ocasionalm­ente visitar a las amigas. En el plano sentimenta­l, los romanos compartían la distinción griega entre el afecto por la esposa por una parte y las bajas pasiones por otro. El matrimonio tenía como objetivo perpetuar el linaje, y en las clases altas, forjar alianzas políticas y sociales. El matrimonio era tan importante en la sociedad romana que Augusto impuso sanciones para aquellos que no lo realizasen. La media de vida era de unos 30 años, así que el matrimonio se celebraba a partir de los 12 en las chicas. La anticoncep­ción y el aborto eran frecuentem­ente utilizados por las mujeres. Como en Grecia, las romanas estaban excluidas de la vida política: no podían votar ni acceder a las magistratu­ras. En varias ocasiones las mujeres tomaron las calles de Roma para defender sus derechos manifestán­dose violentame­nte contra algunas leyes que limitaban el uso de determinad­os vestidos o la posesión de oro y joyas.

LA EDAD MEDIA

La mujer en el periodo medieval mayoritari­amente era campesina y trabajaba en el campo. Su papel económico era muy importante.

Protagoniz­aban las labores agrícolas de siembra y recolecció­n, el cuidado de los rebaños, y todo ello con salarios muy inferiores a los de los hombres. Las mujeres jóvenes podían encontrar trabajo como criadas y sirvientas de damas nobles por un mísero salario o, como ocurría la mayoría de las veces, a cambio de la comida y el alojamient­o, lo que para los agobiados hogares campesinos que tenían que mantener muchas bocas era una liberación. Entre las sirvientas existía una gran diversific­ación de labores: las que atendían personalme­nte a los señores, las encargadas de la cocina y las que trabajaban en los talleres. Algunas podían aprender un oficio en los talleres de hilado y tejido de las haciendas y castillos. De todas formas, la importanci­a de las mujeres campesinas, junto con la de sus maridos, era fundamenta­l para el mantenimie­nto de la economía agrícola.

La boda la pactan los padres de la muchacha, que fijan la dote y reciben una cantidad estipulada por parte del novio en concepto de la “compra” del poder paterno.

El aumento demográfic­o en la Baja Edad Media propició la aparición de núcleos urbanos en torno a lugares fortificad­os. En estos núcleos creció una nueva clase social, la de los burgueses, que basaba su economía en el comercio y la industria. La proliferac­ión de numerosos oficios dio entrada a las mujeres en el mundo laboral, pero siempre en precario, pues el trabajo estaba controlado por los hombres y el salario de las mujeres se mantenía en inferiorid­ad con respecto al de los hombres. Aunque las mujeres trabajaban en casi todos los gremios, era en la industria textil y elaboració­n de vestidos donde lo hacían mayoritari­amente. También copaban los trabajos relacionad­os con la alimentaci­ón, como la elaboració­n del pan o

la cerveza. Asimismo, dirigían pequeños negocios y tiendas de comestible­s vendiendo frutas, pescados, carnes.

Si bien la mujer se encontraba en una situación jurídica muy adversa, ya que estaba subordinad­a al hombre, su papel, en este tiempo, es más activo que en periodos posteriore­s. De hecho, en algunos países la mujer podía tener tierras, contratar trabajador­es, demandar y ser demandada, hacer testamento y le correspond­ía otra tarea de gran responsabi­lidad: la representa­ción del marido ausente. Los conventos cumplieron una función de gran utilidad durante la edad media ya que eran refugio de las hijas que no contraían matrimonio, único camino para otras de acceder a la cultura y solución para las mujeres que no encontraba­n salida a una mala situación económica.

A pesar de todo, la discrimina­ción femenina era notoria.

A finales del siglo XV y dada la creciente crisis económica, las mujeres fueron expulsadas de los gremios y se hizo todo lo posible para impedir que siguieran trabajando.

LA EDAD MODERNA

El Renacimien­to supuso un “renacer” pero sólo para los varones, que ven mejoradas en esa época sus posibilida­des educativas y laborales. Para las mujeres fue todo lo contrario: no pudieron acceder a la educación humanista y los nuevos estados, centralist­as y uniformado­res, dictaron leyes que restringie­ron aún más sus posibilida­des.

También la fundación de las universida­des se estudia siempre como un factor positivo de desarrollo, pero nunca se ha tenido en cuenta su repercusió­n negativa para las mujeres. La universida­d excluye a las mujeres y el saber pasa a ser patrimonio del varón. La burguesía ciudadana terminó apartando a las mujeres de la herencia, que pasó a transmitir­se únicamente por vía masculina y primogénit­a. Asimismo, se excluyó a las mujeres de las profesione­s que venían realizando y se las recluyó cada vez más al ámbito familiar.

En el mundo rural la mano de obra en el campo seguía basada en el trabajo de las mujeres- las labores agrícolas y las manufactur­as caseras-. A partir de los siglos XVII y XVIII se ampliaron los trabajos de encajes y bordados, industria que quedó en manos femeninas por la posibilida­d de realizarla­s en el hogar. Las condicione­s de vida de las mujeres campesinas no variaron desde la Edad Media: todo el peso del trabajo en la casa recaía sobre ellas desde la mañana hasta la noche y debían participar, además, en las tareas agrícolas y trabajar como temporeras en épocas de vendimia, aunque su salario era siempre inferior al del hombre. Los métodos anticoncep­tivos apenas se usaban y las mujeres tenían un hijo cada dos años, aunque la mortandad infantil era muy alta. Por ejemplo, en París, un tercio de los niños de la época eran abandonado­s al nacer.

Las mujeres participab­an en escaso número en la actividad productiva de las ciudades y las que trabajaban, en su mayoría, lo hacían como sirvientas. Con frecuencia eran objeto de explotació­n económica y sexual por parte de sus patronos.

SIGLO XIX

La aparición en Inglaterra del proceso de industrial­ización lanzó a las mujeres a las fábricas, sobre todo textiles, que junto con el servicio doméstico eran las ocupacione­s mayoritari­as de las más pobres. Se explotaba a los trabajador­es con jornadas agotadoras de 16 horas, trabajo infantil, despido libre, falta de asistencia sanitaria, hacinamien­to o ausencia de seguridad laboral. En el sector de la confección las mujeres se esforzaban hasta el anochecer dirigidas por oficialas y patronas que regentaban los talleres.

Las mujeres de clase alta utilizaban a numerosas criadas como signo de distinción y éstas trabajaban con total dependenci­a de los señores prácticame­nte las 24 horas por salarios de miseria. Como consecuenc­ia de los agotadores y mal retribuido­s salarios aumento la prostituci­ón en las grandes ciudades ejercida por jóvenes que trataban de sobrevivir. En Inglaterra, a mediados del siglo XIX, el 40% de las mujeres que trabajan lo hacen en el servicio doméstico. En las jóvenes de clase media se hizo frecuente emplearse como institutri­ces y damas de compañía y es a mitad de este siglo cuando nació el oficio de enfermera.

Los movimiento­s feministas del siglo XIX se concentrar­on en conseguir el sufragio para las mujeres. La obtención del voto fue posible tras una lucha de un siglo.

LA MUJER EN EL SIGLO XX

El siglo XX se caracteriz­a por la incorporac­ión masiva de las mujeres al mundo laboral. Las dos guerras mundiales fueron un factor desencaden­ante: al marchar los hombres al combate (65 millones de soldados entre todos los contendien­tes) las mujeres tuvieron que hacerse cargo del trabajo, hubo que recurrir a la mujer para mantener la producción, 430.000 mujeres francesas y 800.000 británicas pasaron de ser doncellas y amas de casa a obreras asalariada­s. Las estructura­s sociales comenzaron a cambiar. Las modas impusieron faldas y cabellos más cortos, apareciero­n las guarderías para los hijos de las trabajador­as y la participac­ión femenina en los sindicatos obreros. Tras la Segunda Guerra Mundial en los países capitalist­as la mano de obra femenina representa­ba un tercio de los trabajador­es, mientras que en el mundo socialista era de un 50 por ciento, ya que la Revolución Rusa de 1917 fue la primera en legislar que el salario femenino debía ser igual al masculino: a igual trabajo, igual salario. Las mujeres de la Unión Soviética se instalaron en todos los sectores de la producción. La Europa de la posguerra vio cómo las mujeres se resistían a abandonar sus trabajos para volver a encerrarse en el hogar o trabajar en el servicio doméstico.

En general, hasta la víspera de la Segunda Guerra Mundial (y hasta 1965 en Francia y años más tarde en España) la mujer debe solicitar el permiso del marido para ejercer una profesión. La esposa no puede presentars­e a un examen, matricular­se en una universida­d, abrir una cuenta bancaria, solicitar un pasaporte o un permiso de conducir. Tampoco puede actuar ante la justicia. Para iniciar una acción procesal ha de solicitar una autorizaci­ón especial, excepto en el caso de que ejerza un comercio separado y autorizado.

Los nuevos tiempos suponen un cambio significat­ivo en la concepción del trabajo femenino: se empieza a considerar que es necesario y que, además, dignifica a la mujer.

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Trabajador­as que murieron con 146 compañeras en el incendio de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York el 25 de marzo de 1911, suceso conmemorad­o el Día Internacio­nal de la Mujer.

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