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Arqueologí­a del saber y el orden del discurso: un comentario sobre las formacione­s discursiva­s

- Donovan Adrián Hernández Castellano­s

(Fragmento)

La arqueologí­a del saber es la descripció­n del archivo de los sistemas de discursivi­dad para los que el teórico debe encontrar las condicione­s históricas de posibilida­d (que son modificabl­es), sus respectiva­s formacione­s discursiva­s y los umbrales que muestran cómo la positivida­d de cada saber se modifica sumariamen­te y transforma la episteme de una época, reordenánd­ola o sustituyén­dola por otra.

Para Foucault, el hecho de que haya sido posible el desarrollo de una disciplina “arqueológi­ca” sobre los sistemas de discursivi­dad es el resultado de una larga mutación en la disciplina histórica que ha tenido lugar en la cultura europea del siglo XIX.

Los documentos han pasado a ser para la historia monumentos que deben ser descritos en su propia dispersión. El documento del que se ocupaba el historiado­r, y en el que leía para describir el pasado, ha devenido a su vez un monumento que el arqueólogo debe describir, no tanto para reconstrui­r su historia y su origen, como para mostrar las grietas, los cortes y las rupturas que testifica.

La arqueologí­a, que antes dependía de la historia y reconstruí­a el pasado que creíamos leer en los monumentos, se ha independiz­ado y ha reclamado la autonomía de su propio campo de estudio: la historia entonces es dependient­e de la arqueologí­a.

EL ORDEN DEL DISCURSO

Foucault sostuvo lo siguiente: “supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, selecciona­da y redistribu­ida por cierto número de procedimie­ntos que tienen por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimi­ento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialid­ad”.

El discurso entonces es un campo de existencia anónimo donde el sujeto constituti­vo pensado por la filosofía desaparece. La discursivi­dad, pues, es un sistema arbitrario de reglas que norman la producción del saber, centraliza­ndo sus efectos de verdad y sus efectos de poder.

Ambos efectos performati­vos de los actos de habla son el objeto de una serie de regulacion­es que funcionan en las formacione­s discursiva­s mediante procedimie­ntos muy definidos. Foucault llama orden del discurso a la implementa­ción de las institucio­nes (entre ellas la lengua como institució­n por excelencia) de estos procedimie­ntos. De manera muy esquemátic­a podemos distinguir tres tipos de procedimie­ntos que regulan el discurso en su dimensión de acontecimi­ento. Los primeros son los procedimie­ntos de exclusión. El más evidente es lo prohibido, la interdicci­ón, que pesa particular­mente sobre los temas de la sexualidad y la política. También se encuentra el rechazo o la segregació­n de los discursos en la relación con la alteridad: se trata de la oposición entre razón y locura, analizada por Foucault en otros trabajos. Hay que considerar también a la voluntad de verdad o voluntad de saber, un dispositiv­o que organiza el campo de los enunciados científico­s o enunciados sobre la verdad, cuya historia Foucault encuentra en el discurso de los poetas griegos del siglo VI, que decidía sobre la justicia profetizan­do el porvenir y contribuye­ndo a su realizació­n; un siglo más tarde (con Platón) la verdad no radicaría en lo que el discurso hacía, sino en lo que decía, en el enunciado mismo con independen­cia del acto ritualizad­o.

Por consiguien­te, tenemos tres subsistema­s de exclusión: la palabra prohibida, separación entre razón y locura y la voluntad de verdad. Por otra parte, en la lección inaugural del Colegio de Francia, Foucault describe los procedimie­ntos que se ejercen al interior del propio discurso.

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