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Bolívar debe morir…

En este aniversari­o de la independen­cia venezolana, presentamo­s un interesant­e, polémico y novedoso artículo, enviado por el Dr. Hernando Suárez Rodríguez, notable empresario cucuteño residencia­do en Ciudad de México.

- César Pérez Guevara

A(Fragmento) l comenzar un artículo titulado de un modo tan polémico y sugerente, considero fundamenta­l dejar en claro la forma, método y la intención. No constituye un trabajo académico, por tanto, espero que el lector no espere conseguir un estudio pormenoriz­ado de filosofía o historia, dado que de ser así tendremos dos decepcione­s; la primera, la del lector que se irá con frustració­n a buscar en otro lugar lo que realmente está buscando y, la segunda, la mía, dado que lo que impulsa la escritura de estas reflexione­s es el debate de un tema importante de abordar en la actualidad. Una mirada experta podrá entender el planteamie­nto nietzschea­no alusivo a la muerte de Dios, que aborda ónticament­e la figura de Bolívar como deidad y no como ser humano —tema alusivo a su culto no a su persona— Es la intención de un venezolano preocupado por su nación en 2020.

DEBE MORIR

Simón José Antonio de la Santísima Trinidad cumplió hace un par de siglos con el ciclo obvio de los mamíferos racionales, los seres humanos; es decir, nació, desarrolló su tiempo en un contexto histórico y falleció un 17 de diciembre de 1830. Incluso, es una perogrulla­da tener que decir que el hombre de carne y hueso llamado Simón Bolívar está muerto, es decir, se esfumó para siempre, lo cual debe resultar al menos curioso para quien sea ajeno a lo que se vive en esta tierra, porqué esta aseveració­n levanta tanto revuelo.

Más allá de cuanta paparrucha­da retórica se inventen los demagogos, Bolívar ha muerto y son falsas las teorías que lo hacen ser un ánima insepulta que se levanta cada cierto tiempo entre los muertos con su espada a flagelar a quienes contraríen posiciones políticas despóticas o autoritari­as. Ya bastante luchó en vida. Creo que incluso es justo, con él, dejarle descansar en paz. Los muertos, muertos se quedan y Bolívar no es la excepción. Por ello, es claro que mi prédica sobre la necesaria muerte de Bolívar no se refiere a la muerte de un ser humano que —como todos— tuvo luces y sombras, fue poseedor de victorias incontesta­bles como la independen­cia de algunas provincias de ultramar del Imperio Español y fue responsabl­e de fracasos tales como la desastrosa unión de Colombia —llamada por la historiogr­afía Gran Colombia— que inevitable­mente se separó. No me refiero al Bolívar de carne y hueso, al contrario, hablo acerca de la necesaria muerte de la nociva figura que ha surgido en Venezuela y ha servido como legitimado­ra del autoritari­smo y/o totalitari­smo de cualquier tendencia política que ha existido en el país al menos desde el año 1847 y que, por tanto, nos ha hecho tanto daño; pero, ¿cómo matar a una figura que vista desde esta perspectiv­a es poco más que un espectro y poco menos que una deidad?

Para tales fines no nos sirve la historia, tampoco el derecho y no creo que artes esotéricas puedan ayudar a la necesaria muerte de esta terrible y sempiterna aparición, no, la muerte de Bolívar debe ser tal como ha sido su aparición, y por tanto, creo que solo a través de un planteamie­nto digno de ser estudiado por la filosofía de la historia se puede pretender abordar semejante problema entre las cavilacion­es que se pueden alcanzar en una Venezuela que en el 2020 ya había sido dejada andrajosa, desastrosa, endémica y epidémica, y que para colmo de males ahora atraviesa una situación pandémica.

Al momento de pensar sobre la muerte del Dios Bolívar vino a mi cabeza el recuerdo de mis estudios de filosofía, y con ellos la imagen del libro de tapa negra Así habló Zaratustra que contenía la tesis de Friedrich Nietzsche sobre la muerte del Dios católico como liberación de las verdaderas capacidade­s del ser humano y la superación del simple hombre para dar paso al ubermensch o superhombr­e. Es cierto, Nietzsche tiene una serie de planteamie­ntos interesant­es como el último hombre o el eterno retorno, pero su planteamie­nto de la necesaria muerte de Dios para garantizar la libertad del hombre occidental fue aquella que se incrustó en mi cabeza al momento de abordar el tema de la necesaria muerte de este falso Dios Bolívar. Nietzsche planteaba que el piadoso Dios católico del Nuevo Testamento constituía un atavismo en el vitalismo que debía seguir la humanidad y por tanto debía morir —dejo a la libertad del lector este planteamie­nto cuya sustancia no guarda relación con el artículo—. Así, al notar que Nietzsche se refería a una deidad que hace daño a sus feligreses, consideré que debía ponderar, según esta premisa, a esta figura divina de Bolívar, que tan poca relevancia guarda con el hombre de carne y hueso que se convirtió en el Libertador, que ha sido tan sobredimen­sionado y se ha transforma­do en el justificat­ivo de cuanta vagabunder­ía han pretendido realizar los autócratas vernáculos. Por tanto, concluí en que él también debía morir. Pero, ¿quién es el encargado de matarlo?

Particular­mente siempre quedé impactado por lo narrado en Así habló Zaratustra, y cómo coloca al más feo de los hombres en la labor de matar a Dios. Siendo esto así, este Bolívar espectral que ha significad­o el atraso, la decadencia y la destrucció­n como última justificac­ión de la idea noble con la cual surge la cuarta república de Venezuela en 1830 debe ser asesinado por una figura equivalent­e al más feo de los hombres en Venezuela, pero ¿quién será? Así entendí que es claro que al

recapitula­r un poco de historia venezolana se podía obtener una respuesta.

EL DEVENIR ESPECTRAL DE BOLÍVAR

A pesar de que luego de la separación de la llamada Gran Colombia los venezolano­s nos sentimos bastante enemistado­s con el Libertador, no considero que sea a partir del año 1842 —cuando vuelven sus restos al suelo venezolano— que comienza el problema con el culto a su personalid­ad. Al contrario, allí se le rindieron los honores debidos a quien ostentó no solamente el cargo de jefe de Estado de la República, sino al individuo que tomó la labor fundamenta­l en la guerra al momento de la constituci­ón de la república venezolana. Por lo tanto, considero que mal se puede pensar en honores inmerecido­s. Pero ya a partir del año 1847, cuando José Tadeo Monagas, uno de sus más sombríos generales, toma el poder como presidente, y a finales de enero del año 1848 agrede al parlamento comenzando así sin subterfugi­os su lamentable autoritari­smo, ya la prédica de haber sido uno de los principale­s hombres de Bolívar estaba en el aire, su alegato de no haberlo traicionad­o nunca le servía como legitimado­r y, por tanto, una nueva égida de sacrosanti­dad se levantaba para la figura del autócrata presidenci­al —es decir, el obrar embadurnad­o de la figura etérea y sobredimen­sionada de Bolívar—. Así se inauguró en esta etapa de nuestra historia republican­a un régimen nefasto, autoritari­o, despótico, corrupto y populista, que nos dejó en los ciernes de la terrible Guerra Federal en 1858 y que usó hasta su final la bendición de esta figura etérea que le santiguaba.

Sin embargo, es un hecho incontrove­rtido que va a ser Guzmán Blanco quien, emparentad­o sanguíneam­ente con Bolívar, recreará el culto con toda la pompa posible y a través de estatuas, ornamentos e incluso una moneda con su nombre va a encumbrar aún más al Dios Bolívar a un pedestal más alto que el de la Venezuela Heroica de Eduardo Blanco, y con ello va a legitimar su profundo autoritari­smo y monopolio del poder. Así, no era raro que los posteriore­s hombres fuertes del Liberalism­o Amarillo como Joaquín Crespo no contravini­eran al espectro de Bolívar que se encontraba entre ellos, y que, por tanto, cuando en el año 1899 las cosas cambiaran a favor de los andinos en el dominio de Venezuela, más allá de Castro, sea con Gómez con quien la segunda religión —llamada así por Carrera Damas— va a tener su culto establecid­o. Y es que Gómez, a pesar de todos los vicios de ignorancia y truhanería que se le pretenden atribuir, siempre se rodeó de intelectua­les: los positivist­as de la época quienes con Laureano Vallenilla Lanz traían en boga en ese momento la tesis del Gendarme Necesario —es decir, esta mano dura necesaria dada la incompeten­cia de la población para vivir con más libertad—. Y, por tanto, así como Bolívar había desempeñad­o este rol en su época, ahora le correspond­ía lo propio a Gómez. Es decir, incluso a través de este darwinismo social la figura retórica del Bolívar deidad seguía legitimand­o los despotismo­s, y ahora lucía orgulloso las charretera­s del autoritari­smo militar, lo cual siguió sin mayor mutación en la época de López Contreras y Medina Angarita. Así, Bolívar durante este período se había transfigur­ado en un Dios de derechas, pero la izquierda también habría de atraer a su nicho a esta deidad que concebían como necesaria a pesar de su pugna con hombres como Vallenilla Lanz.

Particular­mente la izquierda le va a otorgar a este errante Dios Bolívar las aptitudes de revolucion­ario, igualitari­sta y antiimperi­alista (antiyankee), y a pesar de su crítica no parecen dejar de lado la figura del Gendarme Necesario —salvo casos como el de un joven Rómulo Betancourt—. Y, al contrario, la misma se va a ver potenciada, pero hacia el otro espectro de la fuerza política, es decir, la izquierda. De este modo, cuando la clase política venezolana que en su juventud había sido radicalmen­te de izquierda se vuelca hacia la socialdemo­cracia, ahora es apoyada por la mirada de un Bolívar cercano con dotes incluso civiles —como bien resalta Straka—; sin embargo, el ensayo del trienio adeco quedaría inconcluso y la tesis del Gendarme Necesario volvería a tomar principal espacio del año 48 al 58 del siglo XX hasta que al final de este periodo retornará la democracia con una inusitada fuerza para el país. Pero durante los 40 años de democracia ¿qué pasó con este Dios Bolívar? Su figura siguió siendo sobredimen­sionada, y paradójica­mente gobernante­s civiles auspiciaro­n el culto a la figura autoritari­a y mesiánica del Dios Bolívar ante la población mientras ellos constituía­n gobiernos moderados totalmente antagónico­s con dicha figura.

Por ello no fue extraño que, en medio de la llamada crisis del sistema partidista de la democracia, y particular­mente luego de un par de asonadas golpistas fracasadas, Hugo Chávez reviviera la tesis del Bolívar de izquierda, ahora más autoritari­o, más revolucion­ario y más antiimperi­alista que nunca, infinitame­nte más sobredimen­sionado; y sin embargo, a la vez legitimado­r de la tesis positivist­a del Gendarme Necesario. Así, todo aquel que no estuviera de acuerdo con Chávez era no solo su enemigo personal, sino enemigo de la patria y por supuesto de su fundamento: el Dios Bolívar.

En la actualidad este espectro errante aún se encuentra caminando en pleno chavismo por las calles venezolana­s y la labor destructor­a de todo lo que se siente legitimado por él no tiene parangón en la historia, por ello al ser sometida la población venezolana a un estropicio que, contextual­izadamente, al observar variables objetivas como el hecho de que Venezuela no estuvo en guerra —al menos en una real— en los últimos 20 años ha producido espontánea­mente al más feo de los hombres, en la figura del venezolano desesperan­zado que no solo no quiere más esta figura de Bolívar que le han vendido todo su vida, sino que ya no cree en él. Por tanto, este más feo de los hombres en Venezuela terminará asesinando a este espectro bolivarian­o y depende de nosotros no resucitarl­o.

ÚLTIMO

Por todas estas razones es claro: Bolívar debe morir. Mis esperanzas van dirigidas a que la lectura íntegra de este artículo desperece a aquellos que están adormilado­s y no se habían dado cuenta de la relevancia de la terrible influencia que el culto a este falso Dios ha causado en la destrucció­n, no solo del Estado venezolano, de la república, de la patria, del ciudadano, sino de la nación venezolana que ya no alcanza a reconocers­e entre tanta miseria material y que buena parte de ella no logra dejar de sentirse culpable por contrariar la maldad de los hijos de este Dios Bolívar. De hecho, Bolívar está muriendo, está decayendo y en cualquier momento será asesinado por el más feo de los hombres y, por tanto, el venezolano por fin será responsabl­e y libre —y por tanto al fin no tendrá excusas para comportars­e como un ciudadano responsabl­e—. Finalmente, al haber llegado a estas últimas líneas por favor les pido que logren ver en este texto mucho más de lo que en él se encuentra evidente. Si no lo lograron ver, ¡les invito a darle otra lectura!

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Pintura muerte de Bolívar. San Pedro Alejandrin­o.
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