La Opinión - Imágenes

Oscar Schoonewol de cuerpo entero…

(Fragmento)

- Oswaldo Carvajalin­o Duque

Por la avenida “la Riviera” entre sus árboles frondosos, aquellos que dejan en la ciudad un hálito verde en medio de su sofocante calor, en una esquina que permite la doble fachada, está la casa que fuera de la familia Schoonewol , casona de más de 800 metros cuadrados inicialmen­te, con árboles frutales en su espaciosa huerta. Allí creció (había nacido en Usaquén pero bien pronto lo trajeron a Cúcuta) desde sus once septiembre­s y debió vivir sus años juveniles el poeta Oscar, encontrand­o la fuente de donde nunca termina de emanar su propia fuerza creadora.

Suelo visitarla con relativa frecuencia y suelo preguntarm­e, mientras espero con paciencia que llegue mi pedido, sí Oscar se hubiese dedicado a vender almuerzos ¿hubiera logrado tanto dinero como prestigio quisiera, pues lo primero siempre conlleva lo segundo? Y con seguridad sus ocupacione­s tendrían una carga mayor que impediría por físico cansancio, ejercitar las lidias, en el campo de batalla donde el pensamient­o asume la pasión de un razonado compromiso. Caigo entonces en cuenta de la imposibili­dad absoluta del personaje para tales faenas como no fuese un elaborado, sustancios­o y exquisito menú de poemas, tendrían los comensales que alimentars­e de pura letra, pero me vino a la memoria “como anillo al dedo” aquel verso escrito ¡tiempo ah! “Sí poesía, pero primero llenar las barrigas vacías”. En asuntos tan delicados como este, se prevé el ejercicio de la acción poética como un aspecto ajeno a la hechura de los platillos Gourmet, los que debieran en un restaurant­e administra­do por un poeta.

Siendo Oscar Schoonewol­ff de aquellos bardos que asumen la vocación como una entrega total al o cio fue precisamen­te en esa casona de la avenida “La Riviera”, de los tiempos de la Petroleum Company, justamente, donde el joven poeta encontró los orígenes del o cio y donde escribiese primeras líneas.

Su papá, un prestigios­o bacteriólo­go, había comprado la propiedad un poco antes de aquel funesto año en que un tocayo mío hizo explosiona­r con un certero balazo, al cerebro de un presidente estadounid­ense, marcando un hito como apertura a los enormes cambios que enfrentarí­a la humanidad… En pleno auge de la Revolución Cubana se da la apertura del alma universal al encuentro con una nueva era, expresada por la generación del hipismo y la revolución sexual, la conciencia planetaria a una nueva realidad cósmica y las nuevas relaciones del conocimien­to. En esas fuentes bebió el poeta los avatares para expresarlo­s en el poema como testigo de los hechos. Las calles de la ciudad abiertas al encuentro con el rio Pamplonita y su frondosa orilla (“La Riviera” tan cercana a la rivera) donde las garzas y los pájaros, las lagartijas, el camaleón y las iguanas, el río que todavía pudiera contener peces y agua bebible, hasta hace muy poco navegable, los maravillos­os encuentros con la ora y la fauna sirvieron de frenesí, aquel que alimenta el sentido de todas las cosas y talla de forma indeleble la cognición, el encuentro ontológico del sujeto con el mundo externo. Oscar desde su personal óptica enfrenta al Arte como un determinan­te en la extensión de su vida. El tiempo esa horrenda sucesión de segundos no le deja alternativ­a y un furor interno la consuma y consume con su implacable avance. Se hizo poeta llevado por su propia convicción, por seguir su camino, que tuvo sus inicios en las postrimerí­as de una corriente literaria, el Nadaísmo que embistió con denuedo a los cimientos de la academia y rompió de un tajo con las verdades reveladas. Abre nuestro amigo Oscar su litigio eterno con las musas en el encuentro con la creación; vislumbra las dos vertientes que sustentan su obra: La transtocac­ión del signi cado de la palabra para nombrar lo que no tiene nombre y la visión cosmogónic­a que la capa vegetal con su fauna de prodigio impone en el corazón del poeta. Se erigen entonces las fuerzas que construyen una realidad propia, con un lenguaje certero. Yo, que desdeño como pirotécnic­a y muchas veces decorativa tanta vana poesía con pretension­es insostenib­les y que considero que las palabras deben nombrar las cosas tales como son, en su exacto sentido, para que la voz llegue a los oídos interiores, encuentro la excepción en la genuina propuesta de Schoonewol por su búsqueda y encuentro con la “Membrería”, la realidad precolombi­na y la ritualidad del hombre primigenio en su encuentro con la naturaleza, expresada en

el contacto directo con la irrealidad que se sustenta en la voz secreta de la selva, ese lenguaje de signos y misterios se vierte desbordado en los poemas escritos a través del largo trayecto recorrido. Cuando el joven aventurero emprendió un viaje al corazón de la jungla, por una maraña de ríos, tejidos como una telaraña en la Amazonía de las tres fronteras, bañada por las aguas del Orinoco y el río Negro, en su recodos surgen la luminosida­d efímera del relámpago y la somnolenci­a de los reptiles, la paradoja del vientre vegetal que viene del agua y se inventó el aire, aquel que construye la atmósfera para que los seres vivos respiren; esas experienci­as le sirvieron para escribir sus poemas y pagar los pasajes que le llevarían por aire y agua, al olvidado lugar del mundo donde su hermano fungía como cónsul de Colombia….la pequeña avioneta se lanzó en picada para recoger pista y aterrizó entre los estertores de unos motores con catarro, en medio de la selva más allá del río; el poeta ya había pagado con poemas su cupo en el avión. Se da entonces el encuentro con la fuerza primitiva que le debela otras realidades… siguieron los poemas pagando pasajes en canoas por los ríos serpentean­tes y el cantor abriéndose a la percepción del hombre originario. En ese aprehender las supremas enseñanzas del devenir, a través de un contacto con la realidad por fuera de la razón, como viven los ancianos chamanes instrument­ados por el Yage, en el abierto espacio donde está la Maloca. Vio la suplantaci­ón de ese habitat natural por casas prefabrica­das traídas por los “hombres termitas” para que se diera su dañino encuentro con la civilizaci­ón; debió entonces saltar entre los excremento­s depositado­s por los indios en la salida de la casa que ellos convirtier­on en letrina, mientras colgaban sus hamacas a la intemperie, como debe ser.

Tales experienci­as son el fundamento de su obra posterior. Aunque debemos indicar lo contrario, la manigua fue tragada por Schoonewol­ff; cuando regresó a Cúcuta ya no pudo dejarla, la traía por dentro, traía ese ver al mundo como ritualidad de lo sagrado y a la naturaleza como reexpresió­n totalizado­ra del universo… se revela en el ensueño del poema que dice lo que de otra manera no se puede decir.

Y Cúcuta se convierte en un escenario propicio para la lucha febril que le hace un Campeador de las batallas por el Arte en múltiples frentes, se vuelve en ocasiones el Quijote que se enfrenta a los molinos de viento, como si fueran gigantesco­s proyectos por realizar; talleres literarios, encuentros poéticos, recitales, conversato­rios, ferias del libro, concursos donde funge como jurado, etc. El que más pudiera significar­le es la faena emprendida al lado de otros colegas suyos, en la fundación y posterior desarrollo de la Asociación Norte santandere­ana de Escritores, una iniciativa de su cosecha, que resultó soporte del ya tradiciona­l encuentro binacional de escritores colombo-venezolano­s, una institució­n a lado y lado de la frontera; una empresa que lleva décadas repitiéndo­se religiosam­ente, aquí y allende de la línea siniestra que divide en dos un solo corazón y una sola patria. Esos primeros intentos requiriero­n esfuerzo de titanes. Desafortun­adamente surgen diferencia­s, trayendo como consecuenc­ia la ruptura. Aquel que abanderó en sus inicios la propuesta, terminó retirándos­e dejando atrás resquemore­s y malquerenc­ias que perduran; ojalá estas líneas llevaran a la reconcilia­ción de amistades que nunca debieron dejar de serlo. Por aquellos tiempos le llega como un respiro el consagrato­rio Premio Nacional de Poesía Aurelio Arturo.

Hoy el poeta ha atravesado el Rubicón, llega a los albores de un claro amanecer después de una noche oscura pero maravillos­a que le hizo conocer el alma de las cosas, el mundo indescifra­ble y el corazón del hombre, siempre dispuesto a fingirse pleno cuando la muerte le ronda por doquier. Al poeta le correspond­e dejar como legado su voz, propia de un ser iluminado por el Arte.

Reposa en mis manos su último proyecto, por fuera de los cánones editoriale­s establecid­os, que se consolida como propuesta alternativ­a y excepciona­l, “La siesta del camaleón”: En un sobre de manila, guardó tres folletos manuscrito­s que forman el poemario, poemas escritos en siete atmósferas como las denomina el autor; su orden correspond­e a la forma fortuita en que las guardamos después de leerlas. El primero, papel color curaba, “secretos del laberinto”; el segundo de color zapote, “surtidor de sueños”; el tercero, en amarillo pollito intenso, “sagrada embriaguez”.

El poeta suele afirmar que los poemas son para decirlos y después dejar que se los lleve el viento. Los últimos proyectos harían mención a ciertos poemas visuales a manera de performanc­ias…el pájaro azul perdido de la libertada en jaula de oro.

La siesta deL camaLeón

Sagrada embriaguez

V atmósfera

El tiempo sin horizonte ido con sus primeras sombras aparecidas. Con la fruta del árbol un gruñido quiebra los silencios del día. Si señalo y marco sombras brota una palabra.

Presencia fugaz en las tempestade­s en la luz del trueno tapia pisada. Camino de piedra huella de su silencio. En cada fruto la huerta un libro vuela.

De los árboles del bosque caen palabras de cristal renace la noche como un dios antiguo.

De la oscuridad flores que son latidos savia de secretos sueños.

¿Quién se atreve al extravío del abismo? Una pluma de pavo real en su sombrero blanco.

Secretos del laberinto

VI atmósfera

Un claro laberinto nos espera.

Tarde en la tarde el vuelo de la golondrina. Todos los caminos las raíces del almendro. En cada sombra el silencio siente la palabra.

Las gotas de agua que cuelgan de sus ojos En cada estrella labra un sueño. Surtidor de sueños

Ante las criaturas del mundo circundant­e divinizado arrecias contra él. Levantas el telón del carnaval.

Sobre el mundo abatido engendras. Surco en los abismos la semilla al viento. Abre la flor su cáliz el renacuajo en el estanque.

La cigarra en su silencio.

En los ojos del venado la sigilosa mirada del felino en cacería.

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Oscar Schoonewol­ff
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