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En el Día de todos los Santos:

Poetas santos y místicos…

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Santa Teresa de Ávila

28 de marzo de 1515- 15 de octubre 1582 Fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzos, mística y escritora española.

VIVO SIN VIVIR EN MI

Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero. Vivo ya fuera de mí, después que muero de amor; porque vivo en el Señor, que me quiso para sí: cuando el corazón le di puso en él este letrero, que muero porque no muero. Esta divina prisión, del amor con que yo vivo, ha hecho a Dios mi cautivo, y libre mi corazón; y causa en mí tal pasión ver a Dios mi prisionero, que muero porque no muero. ¡Ay, qué larga es esta vida! ¡Qué duros estos destierros! ¡Esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida! Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero. ¡Ay, qué vida tan amarga do no se goza el Señor! Porque si es dulce el amor, no lo es la esperanza larga: quíteme Dios esta carga, más pesada que el acero, que muero porque no muero. Sólo con la confianza vivo de que he de morir, porque muriendo el vivir me asegura mi esperanza; muerte do el vivir se alcanza, no te tardes, que te espero, que muero porque no muero. Mira que el amor es fuerte; vida no me seas molesta, mira que sólo te resta, para ganarte, perderte; venga ya la dulce muerte, el morir venga ligero que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba, que es la vida verdadera, hasta que esta vida muera, no se goza estando viva: muerte, no me seas esquiva; viva muriendo primero, que muero porque no muero. Vida, ¿qué puedo yo darte a mi Dios, que vive en mí, si no es el perderte a ti, para merecer ganarte? Quiero muriendo alcanzarte, pues tanto a mi amado quiero, que muero porque no muero.

Madre Josefa del Castillo y Guevara

Tunja, octubre de 1671 7 de agosto de 1742. Monja clarisa neogranadi­na

AFECTO 46, DELIQUIOS DEL DIVINO AMOR…

El habla delicada del amante que estimo, miel y leche destila entre rosas y lirios. Su meliflua palabra corta como rocío, y con ella florece el corazón marchito. Tan suave se introduce su delicado silbo, que duda el corazón, si es el corazón mismo. tan eficaz persuade, que cual fuego encendido derrite como cera los montes y los riscos. Tan fuerte y tan sonoro es su aliento divino, que resucita muertos, y despierta dormidos. Tan dulce y tan suave se percibe al oído, que alegra de los huesos aun lo más escondido. l monte de la mirra he de hacer mi camino, con tan ligeros pasos, que iguale al cervatillo. Mas, ¡ay! Dios, que mi amado al huerto ha descendido, y como árbol de mirra suda el licor más primo. De bálsamo es mi amado, apretado racimo de las viñas de Engadí, el amor le ha cogido.

San Juan de la Cruz

Fontiveros, 24 de junio de 1542-Úbeda, 14 de diciembre de 1591). Religioso y poeta místico del renacimien­to español.

CANCIONES DEL ALMA I

En una noche oscura con ansias en amores inflamada ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada estando ya mi casa sosegada, a oscuras y segura por la secreta escala disfrazada, ¡oh dichosa ventura! a oscuras y en celada estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa en secreto que nadie me veía ni yo miraba cosa sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba más cierto que la luz del mediodía adonde me esperaba quien yo bien me sabía en sitio donde nadie aparecía.

¡Oh noche, que guiaste!

¡Oh noche amable más que la alborada! ¡Oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transforma­da!

En mi pecho florido, que entero para él solo se guardaba allí quedó dormido y yo le regalaba y el ventalle de cedros aire daba.

El aire de la almena cuando yo sus cabellos esparcía con su mano serena y en mi cuello hería y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme el rostro recliné sobre el amado; cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.

II

¡Oh llama de amor viva, que tiernament­e hieres de mi alma en el más profundo centro! pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro.

¡Oh cauterio suave!

¡Oh regalada llaga!

¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, que a vida eterna sabe y toda deuda paga!, matando muerte en vida la has trocado.

¡Oh lámparas de fuego en cuyos resplandor­es las profundas cavernas del sentido que estaba oscuro y ciego con extraños primores calor y luz dan junto a su querido!

¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno donde secretamen­te solo moras y en tu aspirar sabroso de bien y gloria lleno cuán delicadame­nte me enamoras!

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