La Opinión - Imágenes

“Te hablo de una voz que me es brisa constante…”

La Unión, Nariño; 22 de febrero de 1906 - Bogotá; 24 de noviembre de 1974

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MORADA AL SUR

En las noches mestizas que subían de la hierba, jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes, estremecía­n la tierra con su casco de bronce.

Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro. Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo. La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles. (Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas, sepultadas dentro de árboles gemían aún en la espesura). Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos.

Una vaca sola, llena de grandes manchas, revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga, es como el pájaro toche en la rama, “llamita”, “manzana de miel”.

El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla. Pero ya en la represa, salta la bella fuerza, con majestad de vacada que rebasa los pastales.

Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.

El viento viene, viene vestido de follajes, y se detiene y duda ante las puertas grandes, abiertas a las salas, a los patios, las trojes.

Y se duerme en el viejo portal donde el silencio es un maduro gajo de fragantes nostalgias.

Al mediodía la luz fluye de esa naranja, en el centro del patio que barrieron los criados. (El más viejo de ellos en el suelo sentado, su sueño, mosca zumbante sobre su frente lenta). No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño se enredaba a la pulpa de mis encantamie­ntos.

Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo, al sur el curvo viento trae franjas de aroma.

(Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos

de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos).

II

Y aquí principia, en este torso de árbol, en este umbral pulido por tantos pasos muertos, la casa grande entre sus frescos ramos.

Es sus rincones ángeles de sombra y de secreto En esas cámaras yo vi la faz de la luz pura. Pero cuando las sombras las poblaban de musgos, allí, mimosa y cauta, ponía entre mis manos, sus lunas más hermosas la noche de las fábulas

Te hablo de días circuidos por los más finos árboles: te hablo de las vastas noches alumbradas por una estrella de menta que enciende toda sangre: te hablo de la sangre que canta como una gota solitaria que cae eternament­e en la sombra, encendida: te hablo de un bosque extasiado que existe sólo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa violas, arpas, laúdes y lluvias sempiterna­s.

Te hablo también: entre maderas, entre resinas, entre millares de hojas inquietas, de una sola hoja: pequeña mancha verde, de lozanía, de gracia, hoja sola en que vibran los vientos que corrieron por los bellos países donde el verde es de todos los colores, los vientos que cantaron por los países de Colombia Te hablo de noches dulces, junto a los manantiale­s, junto a cielos, que tiemblan temerosos entre alas azules: te hablo de una voz que me es brisa constante, en mi canción moviendo toda palabra mía, como ese aliento que toda hoja mueve en el sur, tan dulcemente, toda hoja, noche y día, suavemente en el sur.

III

En el umbral de roble demoraba, hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito, un viento ya sin fuerza, un viento remansado que repetía una yerba antigua, hasta el cansancio. Y yo volvía, volvía por los largos recintos que tardara quince años en recorrer, volvía.

Y hacía la mitad de mi canto me detuve temblando, temblando temeroso, con un pie en una cámara hechizada, y el otro a la orilla del valle donde hierve la noche estrellada, la noche que arde vorazmente en una llama tácita.

Y a la mitad del camino de mi canto temblando me detuve, y no tiembla entre sus alas rotas, con tanta angustia, un ave que agoniza, cual pudo, mi corazón luchando entre cielos atroces

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Aurelio Arturo

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