La Opinión - Imágenes

Solo el fuego y el mar pueden mirarse sin fin

- Alfredo Serra

TEMA DE FUEGO Y MAR

Solo el fuego y el mar pueden mirarse sin fin. Ni aún el cielo con sus nubes. Solo tu rostro, solo el mar y el fuego. Las llamas, y las olas, y tus ojos. Serás de fuego y mar, ojos oscuros.

De ola y llama serás, negros cabellos. Sabrás el desenlace de la hoguera. Y sabrás el secreto de la espuma. Coronada de azul como la ola. Aguda y sideral como la llama.

Solo tu rostro interminab­lemente. Como el fuego y el mar. Como la muerte.

EL OLVIDADO

Ahora tengo sed y mi amante es el agua. Vengo de lo lejano, de unos ojos oscuros. Ahora soy del hondo reino de los dormidos; allí me reconozco, me encuentro con mi alma.

La noche a picotazos roe mi corazón, y me bebe la sangre el sol de los dormidos; ando muerto de sed y toco una campana para llamar el agua delgada que me ama.

Yo soy el olvidado. Quiero un ramo de agua; quiero una fresca orilla de arena enternecid­a, y esperar una flor, de nombre margarita, para callar con ella apoyada en el pecho.

Nadie podrá quitarme un beso, una mirada. Ni aún la muerte podrá borrar este perfume. Voy cubierto de sueños, y esta fosforesce­ncia que veis es el recuerdo del mar de los dormidos.

SONETO SEDIENTO

Mi tú. Mi sed. Mi víspera. Mi te-amo. El puñal y la herida que lo encierra. La respuesta que espero cuando llamo. Mi manzana del cielo y de la tierra.

Mi por-siempre jamás. Mi agua delgada, gemidora y azul. Mi amor y seña.

La piel sin fin. La rosa enajenada. El jardín ojeroso que me sueña.

El insomnio estelar. Lo que me queda. La manzana otra vez. La sed. La seda. Mi corazón sin uso de razón: me faltas tanto en esta lejanía, en la tarde, a la noche, por el día, como me faltaría el corazón.

ELEGÍA PURA

Aún me dura la melancolía.

Allá por el sinfín cantaba un gallo agrandando el silencio perla y malva en que el lucero azul se disolvía.

Olía a cielo, a ella, a poesía.

Sin volver a mirar me fui a caballo. Maduraban las frutas y sus frutas. A ella y a jardín secreto, olía.

Me fui, me fui como por un romance donde fuera el doncel que nunca vuelve… la casa se quedó con su ventana,

hundida entre la ausencia, al pie del alba. Flotó su mano y yo me fui a caballo. Aún me dura la melancolía.

AZUL DE TI

Pensar en ti es azul, como ir vagando por un bosque dorado al mediodía: nacen jardines en el habla mía y con mis nubes por tus sueños ando.

Nos une y nos separa un aire blando, una distancia de melancolía; yo alzo los brazos de mi poesía, azul de ti, dolido y esperando.

Es como un horizonte de violines o un tibio sufrimient­o de jazmines pensar en ti, de azul temperamen­to.

El mundo se me vuelve cristalino, y te miro, entre lámpara de trino, azul domingo de mi pensamient­o.

La Isla del Diablo fue creada en 1851 por Napoleón III para castigar desde asesinos comunes a criminales políticos. Más de 80 mil desdichado­s gimieron bajo el látigo de los trabajos forzados, las balas por la espalda o la guillotina … Hubo un hombre que rompió la estadístic­a y las bestiales condicione­s del penal. Henri Charrière, nacido en Francia el 16 de noviembre de 1906, y conocido como Papillon (mariposa) por el tatuaje de su pecho: una mariposa de colores y con las alas desplegada­s…

Nació en Ardèche, perdió su madre a los 11 años. En 1923, a sus 17, se alistó en la Armada. Abandonó el uniforme dos años después y, en sus correrías por los bajos fondos, convertido en un proxeneta como medio de vida más rentable que un trabajo honesto, un soplón de la policía lo acusó falsamente del asesinato de otro proxeneta: Roland Legrand, alis Roland le Petit.

Sin pruebas ni juicio formal, fue arrojado a la Isla del Diablo. Padecidos los trabajos forzados y los castigos –culatazos y latigazos–, enfocó la fuerza de su cuerpo y de su espíritu hacia una obsesión: la fuga y la libertad.

En 1933, internado en el hospital de la isla y ayudado por un enfermero, se escapa con dos compañeros: Clousiet y André Maturette. En un bote navega por Trinidad y Tobago hasta Riohacha, Colombia, donde lo auxilian leprosos y una familia británica…, pero un terrible temporal le impide seguir navegando. Capturado por la policía colombiana, lo extraditan: ¡otra vez a la Isla del Diablo!

Elude la guillotina porque en su fuga no ha herido ni matado a un guardia, pero lo encierran dos años en solitario: un inmundo cuartucho de tres por tres, a oscuras, y sin más contacto que una pequeña puerta de metal por la que le pasan la comida: por lo general, una desabrida sopa con poca verdura y nada de carne.

El apodo de la espantosa celda era: “la devoradora de hombres”. Aunque macilento –piel y huesos–, sobrevive y vuelve al infierno menor: los trabajos forzados: acarreo piedras para construir la “Carretera cero”…, porque no conduce a punto alguno.

Logra, por un contacto y pagando el poco dinero conseguido en Colombia, la promesa de un bote. Pero a punto de partir, el sujeto lo traiciona: –El alcalde me paga el doble para delatar a los fugitivos –le dice. Otra condena en solitario. Pero esta vez… ¡cinco años!

Finge locura: vista fija, rigidez facial, oídos ajenos a toda palabra o sonido. Destino: el manicomio. Y desde allí, sin vigilancia, otro intento de fuga: se lanza al mar, pero una ola lo estrella contra una roca y lo deja exánime.

Retorna a la celda, a los grilletes, al trabajo forzado. Cierto día, advierte que las olas se mueven en matemático orden: seis leves e iguales, y una séptima más alta y fuerte que empuja a las otras lejos de la orilla…Si logra arrojarse otra vez, esa corriente continua lo llevará hacia la libertad.

Después de varias pruebas consigue bolsas, las llenó de cocos, y logra urdir una balsa flotante y despensa a la vez: la pulpa de coco lo alimenta durante la larga travesía, y quiere el azar que los tiburones lo ignoren.

Se refugia en la Guayana británica, logra llegar a Venezuela, y como con Francia no hay extradició­n, el 18 de octubre de 1945 logra el perdón provisorio de su país-verdugo, y en 1967 prescribe la causa.

¡Es un hombre libre después de 36 años de avatares que desafían la imaginació­n más febril! En Venezuela y con sus últimos dólares se casa con la dama Rita Alcover, compra el Bar Restaurant­e Gab y el Scotch Club, y crea varios clubes nocturnos: Gambrinus, Mi Vaca y Yo, Le grand Café, el Madrigal, que rebautiza Ninoska, y el Normandy, y la Compañía Pesquera Capitán Chico. Naufraga… Dos años más tarde, un estafador lo deja en bancarrota.

En su Grand Café, empieza a escribir sus memorias. El libro, “Papillon”, se publica en París –vaya paradoja– en mayo de 1969 –, vende un millón de copias y lo traducen a veintitrés idiomas. En más de un reportaje, confiesa: –El setenta y cinco por ciento de lo narrado es la pura verdad. El resto son espantosos sufrimient­os padecidos por mis compañeros. Y fue justo. Un hombre castigado, un fantasma, un ex hombre salvado de la muerte por coraje y azar, no tiene razón para mentir. Ese horror sufrido por sus compañeros también le pertenece…Un horror que desde 1852 hasta 1946 cobró la vida del 40 % de los prisionero­s en el primer año de reclusión.

Henri Charrière, Papillon, plegó las alas en Madrid el 29 de julio de 1973. Tenía 66 años. Lo mató un cáncer de esófago. Sus últimas palabras fueron: –Después del horror de la isla, todo lo que siguió fue placer. Alegría de vivir…

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Eduardo Carranza
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Charriere, en una visita a su antigua prisión. Con su camisa abierta, se deja ver el tatuaje de la mariposa en su pecho.

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