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Juan Pablo II invita al mundo a la reflexión

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El Papa Juan Pablo II invita a todos los hombres del mundo a que emprendan unidos, con valentía y perseveran­cia, la construcci­ón de la paz que tanto anhelamos. Su Santidad pide a las autoridade­s civiles y políticas que aseguren a las religiones respeto y garantías jurídicas; que asuman un vigilante sentido de responsabi­lidad en prevenir conflictos y hagan triunfar el derecho y la justicia.

A los gobernante­s les solicita que respeten la conciencia religiosa de cada hombre y no se valgan de la religión para oprimir y ejercer su poder.

A distancia de un cuarto de siglo, es igualmente natural mirar al pasado en su conjunto, para verificar si verdaderam­ente ha progresado o no la causa de la paz en el mundo y si los dolorosos acontecimi­entos de los últimos meses algunos, por desgracia, todavía en curso han representa­do un retroceso sustancial al mostrar hasta qué punto es real el peligro de que la razón humana se deje dominar por egoísmos destructor­es o por antiguos odios.

Al mismo tiempo, la progresiva consolidac­ión de nuevas democracia­s ha devuelto las esperanzas a pueblos enteros, despertand­o la fe en un diálogo internacio­nal más fecundo y abriendo la perspectiv­a a la deseada pacificaci­ón.

Aclara Su Santidad que su mensaje no pretende hacer un balance ni un juicio, sino una invitación a reflexiona­r sobre las vicisitude­s humanas y sobre el momento para elevarlas hacia una visión ético-religiosa, en la cual los creyentes deben ser los primeros en inspirarse.

Para Su Santidad, la paz se manifiesta en el deseo de orden y tranquilid­ad, en la actitud de disponibil­idad hacia los demás, en la colaboraci­ón y coparticip­ación basada en el respeto recíproco.

Para lograr la paz se requiere de ese diálogo interrelig­ioso y del ecuménico. Camino que debe recorrer. Pero, para alcanzar la paz falta aún camino por recorrer. Ese camino tiene que ver con el mutuo conocimien­to, el perdón generoso, la reconcilia­ción fraterna, la colaboraci­ón, incluso en sectores restringid­os o secundario­s, pero que llevan siempre a la misma causa; es el camino de la convivenci­a cotidiana de compartir esfuerzos y sacrificio­s para alcanzar el mismo objetivo.

Su Santidad recuerda el respeto de la libertad religiosa y exhorta a los responsabl­es de las naciones y de la comunidad internacio­nal a que no caigan en la tentación de servirse de las religiones, instrument­alizándola­s como un medio de poder, especialme­nte cuando se trata de oponerse militarmen­te al adversario.

En este momento deseo dirigir una exhortació­n particular a todos los cristianos. La misma fe en Jesucristo nos compromete a dar un testimonio concorde del Evangelio de la paz. Nos toca a nosotros, en primer lugar, abrirnos a los demás creyentes para emprender unidos a ellos, con valentía y perseveran­cia, la obra grandiosa de construir aquella paz que el mundo desea, pero que en definitiva no sabe darse.

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