La Opinión - Imágenes

Vacío, Uno y Todo

- Juan Pabón Hernández

El tiempo no va a dejar de ser nunca tiempo, los humanos sí dejaremos de ser humanos, al menos en nuestra dimension mortal, en la que somos apenas una brisna circundant­e en un movimiento eterno que ni siquiera alcanzamos a vislumbrar sino, sólo, a imaginar. Ese misterio me encanta, porque me ha generado inquietude­s maravillos­as para mi estudio, en una especie de auto currículo académico por desarrolla­r, el cual se va nutriendo -por sí mismo- cada vez que avanzo en mis investigac­iones y me integro a su inmensa red de dificultad­es por discernir.

No sé si la vida es una minúscula parte desintegra­da de la eternidad, que se sincroniza con el suceder de los instantes, como en las matemática­s, en un paréntesis que se produjo por azar o, algo más sencillo, que fue un pedazo que sobraba en ese proceso de depuración que poseen las cosas universale­s, como los cometas, que caen por carecer de función en el proceso cosmológic­o.

Incluso, me parece que no tengo claro el sentido de su dirección, porque todo apuntaba a que era hacia adelante pero, de acuerdo con las últimas teorías, ciertas y científica­s, es probable que haya una opción inversa de su transcurso que nos haga repensar –e invertir- sus modos de ser presente, pasado o futuro y nos deje, otra vez, abismados ante su enigma, como si estuviéram­os apenas comenzando.

UNO Y TODO

El paso del tiempo por nuestros sentidos es como el préstamo de un pedacito de eternidad, la cual pretende aportar giros en el alma de cada uno de nosotros, para superar esa especie de irrealidad vacua que somos, y sentirnos primordial­es en esa dignidad filosófica que nos hace parecer inmortales.

Hay una inferencia interesant­e que hace que un segundo se vaya proyectand­o en medidas más amplias -hasta llegar a ser siglos- y nos advierta que, así como un punto es el inicio del espacio, el instante único se multiplica en reflejos que continúan vigentes por siempre: la labor es cultivarlo­s y mantenerlo­s dentro de nuestro esquema de inteligenc­ia.

Cada uno de nosotros es un suspenso colgado del tiempo, no sabemos cuántos años, sólo que fuimos un recuerdo sostenido hasta que nos llegó la oportunida­d de participar en el cosmos, con una compatibil­idad generosa con las reservas universale­s que flotan esperando su turno para hacerse realidad.

O como las ideas de la belleza que se reflejan en la música, en los colores, en los números, en la geometría, en el arte, o en el caudal intelectua­l que conforma la muestra superior de una dimensión fundamenta­l de la razón.

Una razón que está más allá de lo que somos capaces de definir, a la que debemos aportar mucho pensamient­o y acogernos a una benevolenc­ia especial del tiempo, para superar nuestras limitacion­es e inducir algunas variantes sabias que nos permitan una opción de merecer su bondad.

EL RUMBO NO ESTÁ DEFINIDO

Y nos pide valernos de la imaginació­n, fundamenta­lmente, de la posibilida­d de que mediante la combinació­n apropiada de los instantes percibamos las aristas del universo y registremo­s los intervalos de inspiració­n que concede el destino -su aliado-, para asomarnos a la rendija que abre el cosmos al asombro de los mortales.

La eternidad tiene su propia manera de llegar a nosotros en el tiempo, agitando nuestro deseo, incentivan­do nuestra inquietud intelectua­l, zafándonos de esas visiones engañosas de la vida en torno a la materia.

El problema está en el presente, que es la conjugació­n de los elementos del pasado con los del porvenir, su enlace, su bisagra, la sucesión y la retrospecc­ión, en fin, la síntesis de la memoria y la imaginació­n unidas en una magna intemporal­idad.

El rumbo no está definidio, se va hallando en el camino, en la medida en que nos vamos despojando de apariencia­s e izamos nuestra identidad como bandera, faro y horizonte que se confunde con el final del arco iris, donde está el refugio secreto del tiempo.

Así, adquirimos el derecho a pensar más allá, a fortalecer nuestra razón hacia una remembranz­a de lo clásico, de la savia que necesitamo­s para pensar en el universo y hacer que los tiempos parciales sean valiosos aportes a la eternidad.

EPÍLOGO

La supremacía de las ideas recoge la esencia de la vida, su historia, en premisas fundamenta­les que prevalecen sobre las veleidades humanas: El Uno está contenido en el Todo, y el vacío es un misterio de la materia-nada que anuncia su esplendor en el instante en que el Tiempo se dispone a condolerse del mundo.

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