Salvador Camacho Roldán: Fundador de la sociología en Colombia
Camacho Roldán nació en Nunchía (Casanare) en 1827 en el seno de una familia de clase media profesional vinculada con la tierra. Su padre era abogado y un miembro activo del partido del general Santander, a cuyo lado ocupó altas posiciones políticas e importantes cargos relacionados con la administración de justicia. Siguiendo las huellas del padre, el joven Camacho se hizo abogado en 1847 y al momento comenzó su carrera pública como juez de rentas. Sus vínculos con la política fueron inmediatos. En 1860, con 33 años, ya había sido gobernador de Panamá, representante y senador por Casanare y scal de la Cámara en el juicio al presidente José María Obando por las anomalías de su administración.
Este fue también el período en el cual Camacho comenzó a publicar sus primeros artículos sobre asuntos políticos y económicos, donde mostró un estilo conciso lejos de toda retórica, que fue depurando aún más con el paso de los años. Como hombre de acción, su invariable punto de partida eran las relaciones entre economía, sociedad y política. Entre 1860 y 1880, Camacho multiplicó sus actividades políticas y su labor periodística. Asistió a la famosa Convención de Rionegro de 1863, ejerció el poder ejecutivo por ausencia del presidente Santos Gutiérrez en diciembre de 1868, ocupó la Secretaría de Hacienda en el gobierno de Eustorgio Salgar, y a mediados de 1871 su nombre fue postulado para la presidencia de la República. Sus Memorias de Hacienda de 1871 y 1872 son célebres en su género por la precisión de la información ofrecida, por el conocimiento de los problemas económicos del país y por la claridad de las políticas defendidas en sus páginas. En ellas hizo especial énfasis en el desarrollo de las comunicaciones y en sus consecuencias económicas y políticas. A su juicio, al poner en contacto a los hombres de los lugares más diversos y distantes del territorio, las vías fomentaban las relaciones y creaban la imagen de afecto y pertenencia, de “comunidad de costumbres, de idioma, de instituciones, de recuerdos, de estado social, pero sobre todo de intereses y esperanzas.”
En el decenio siguiente, la década de la Regeneración, Camacho se aleja paulatinamente de la política y sus labores se concentran en la escritura y la docencia. En 1887 visita los Estados Unidos, dejando un agudo registro de sus impresiones en Notas de viaje. En 1882 pronuncia en la Universidad Nacional su famoso discurso sobre la sociología, su trabajo singular más importante desde el punto de vista de la originalidad y la perspicacia teóricas. Recogiendo sus meditaciones anteriores —donde hay algo de Comte y mucho de Spencer—, de ne el campo de la sociología como la ciencia “que se re ere a las leyes que por medio de las tendencias sociales del hombre, presiden el desarrollo histórico de los seres colectivos llamados naciones.”
Su concepto de sociología proviene de las observaciones de la experiencia colombiana y latinoamericana. Su interés estaba volcado en el estudio de cómo los individuos que viven en un territorio determinado, comienzan a adquirir sentimientos comunes y visiones solidarias. Para Camacho la idea de nación es un equivalente al concepto de sociedad, al de unión de hombres conscientes de sus intereses y de sus semejanzas, al de grupo de personas ligadas por idénticos lazos materiales, intelectuales y morales. Y esto era lo que encontraba en la historia reciente de la América española. Después de las varias y repetidas guerras y luchas intestinas que siguieron al período de independencia, aquellas antiguas extensiones ibéricas se estaban convirtiendo en sociedades organizadas: en naciones. Por esta vía inesperada. Camacho le abrió a la ciencia de Comte la posibilidad de original aclimatación de su saber teórico y práctico en el Nuevo Mundo. En los últimos años de su vida, se retiró a su hacienda El ocaso en el municipio de Zipacón. Allí murió en 1900, en la aurora del siglo XX, a sus 73 años de edad. Fue sepultado en Bogotá y en su tumba —como en la de su padre— todavía se pueden leer las alentadoras palabras de Horacio: Non omnis moriar, “no moriré del todo, algo de mí sobrevivirá.” (La Red Cultural del Banco de la República)