La Opinión - Mundo Infantil

La vanidad

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El cedro vanidoso

Esta es la historia de un cedro presumido y tonto, que se jactaba a diario de su hermosura. El cedro vivía en el medio de un jardín, rodeado de otros árboles más pequeños, y tan bellos como él. ¡Soy en verdad, algo digno de contemplar, y no hay nadie en este jardín que supere mi encanto! – repetía el cedro en las mañanas, en las tardes y en las noches.

Al llegar la primavera, los árboles comenzaron a dar hermosas frutas. Deliciosas manzanas tuvieron el manzano, reluciente­s cerezas aportó el cerezo, y el peral brindó gordas y jugosas peras.

Mientras tanto, el cedro, que no podía dar frutos, se lamentaba angustiado: “Mi belleza no estará completa hasta que mis ramas no tengan frutos hermosos como yo”. Entonces, se dedicó a observar a los demás árboles y a imitarlos en todo lo que hicieran para tener frutos. Finalmente, el cedro tuvo lo que pidió, y en lo alto de sus ramas, asomó un precioso fruto.

“Le daré de comer día y noche para que sea el más grande y hermoso de todos los frutos” exclamaba el cedro orgulloso de su creación. Sin embargo, de tanto que llegó a crecer aquel fruto, no hizo más que torcer poco a poco la copa de aquel cedro. Con el paso de los días, el fruto maduró y se hizo más pesado cada vez, hasta que el cedro no pudo sostenerlo y su copa terminó completame­nte quebrada y arruinada.

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