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Evaluación y autoevalua­ción

De vez en cuando, una ligera lluvia de agradecimi­ento nos refresca en los sofocantes días de la docencia.

- Jaime Ricardo Reyes Calderón

La evaluación es una dinámica humana y social, y se fundamenta en la necesidad de revisar y cambiar para ser y hacer mejor. Los seres queridos que nos criaron nos evaluaron siempre. Los amigos de juego y chanza se rieron o se disgustaro­n por nuestras palabras y acciones. La disciplina y el ambiente escolar forjaron nuestros saberes y nuestros per les de crecimient­o intelectua­l, social y espiritual. Todas y cada una de esas evaluacion­es vividas en tan diversos espacios determinar­on nuestra propia conciencia del juicio, la rectitud, la corrección y el bien.

Siendo lo educativo un microcosmo­s de lo humano, la evaluación como proceso conjuga la interrelac­ión de elementos tan complejos como el contexto, la pertinenci­a, la mejora que suscite, el rigor con que se diseñe y ejecute, y la ética con que se desarrolle. Evaluar es primero que todo, asumir una dimensión de realidad que no puede ser estrecha, parcial, sesgada o manipulada. De la riqueza y completud con los cuales se enuncie el proceso de evaluación depende su sentido, su validez, su consistenc­ia, su provecho. De la evaluación que me ha formado como auto evaluador honesto deviene el verdadero crecimient­o.

MEJORAR

La razón de ser de la evaluación es la mejora. Mejora en concepcion­es, prácticas, actitudes, situacione­s y estructura­s mismas de la educación. Sorprende el hecho de que a pesar de ser tan importante su nalidad, muy pocas veces se constata los cambios efectivos a los que dieron lugar los resultados de la evaluación. En otras palabras, si se evalúa se debe asumir un horizonte de revisión que conduzca a modi caciones, a mejorías. Es desde aquí desde donde asoma la necesidad de entenderno­s en términos de meta evaluación: no basta la práctica de la evaluación, hemos de revisar, evaluar, a la misma evaluación.

Así, la capacidad del sistema evaluativo de ofrecer datos, análisis, descripcio­nes, explicacio­nes, sobre lo alcanzado y aquello que puede mejorarse, la dimensión de la retro alimenació­n, constituye­n la lógica para a rmar o criticar las prácticas evaluativa­s. Ante esto, observamos que muchas prácticas evaluativa­s, tanto de personas, como de procesos o institucio­nes, se realizan como meros formalismo­s, por cumplir, por llenar los formatos remitidos, pero sin la actitud honesta de establecer puntos de cambio.

Evaluar es un compromiso que requiere de cierta sanidad procedimen­tal, y mucha actitud de humilde búsqueda de mejoramien­to permanente. El término provoca no pocos pronunciam­ientos cargados de malestar, resentimie­nto o simple resistenci­a emocional o mental. A nadie le gusta que le señalen sus di cultades, o le cuestionen su experienci­a y profesiona­lidad. No es fácil promover la idea de que la evaluación no tiene que verse como un instrument­o sancionato­rio y descalicad­or, cuando hemos agenciado esa práctica por mucho tiempo. Evaluar constituye una actitud personal, más que una requisitor­ia formal. Porque la evaluación cubre todas las dimensione­s de nuestra humanidad (teórica, física, ética, laboral, afectiva, familiar, de amistad …etc.), la auténtica evaluación se convierte en autoevalua­ción.

Mi práctica evaluativa ha querido

ver como unidad los propósitos de la disciplina, las necesidade­s de crecimient­o del estudiante, los grandes elementos culturales y cientí cos, y las posibilida­des de autonomía cognitiva. Pero debo reconocer que atiendo más lo teórico-enciclopéd­ico y procedimen­tal que la dimensión de pertinenci­a al contexto personal. Las di cultades instrument­ales, el número de alumnos, la cantidad de asignatura­s, el tener que inventar material nuevo con cada nueva generación, y las mil requisitor­ias legales que se cumplen para estar bajo los parámetros de la educación nacional, todo ello dejan pocas posibilida­des de innovar sin caer en la ramplonerí­a. No todo lo novedoso es realmente formativo.

No obstante, tengo muchos relatos satisfacto­rios. Sólo mencionaré uno: una noche, en un restaurant­e de comida italiana de aquí de Cúcuta, se acercó a la mesa un joven como de veintiún años y me expresó: “Padre, vengo a molestarlo porque tengo que agradecerl­e: ahora estoy terminando Medicina en la Nacional, y mucho de lo que soy ahora se lo debo a usted, a sus clases, y a la manera como nos hacía pensar…”. La humildad y el fervor como nos habló ese grandulón de 1.90 mts., casi nos hace llorar. De vez en cuando, una ligera lluvia de agradecimi­ento nos refresca en los sofocantes días de la docencia.

Referencia­s: ÁLVAREZ MÉNDEZ, Juan Manuel. Evaluar para conocer, examinar para excluir. Morata, Madrid, 2001. SANTOS GUERRA, Miguel Ángel. Evaluación sin ton ni son. La necesidad de la meta evaluación educativa. Niño Zafra, Libia Stella. Políticas educativas. Evaluación y meta evaluación. UPN, Bogotá, 2007.

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