Evaluación y autoevaluación
De vez en cuando, una ligera lluvia de agradecimiento nos refresca en los sofocantes días de la docencia.
La evaluación es una dinámica humana y social, y se fundamenta en la necesidad de revisar y cambiar para ser y hacer mejor. Los seres queridos que nos criaron nos evaluaron siempre. Los amigos de juego y chanza se rieron o se disgustaron por nuestras palabras y acciones. La disciplina y el ambiente escolar forjaron nuestros saberes y nuestros per les de crecimiento intelectual, social y espiritual. Todas y cada una de esas evaluaciones vividas en tan diversos espacios determinaron nuestra propia conciencia del juicio, la rectitud, la corrección y el bien.
Siendo lo educativo un microcosmos de lo humano, la evaluación como proceso conjuga la interrelación de elementos tan complejos como el contexto, la pertinencia, la mejora que suscite, el rigor con que se diseñe y ejecute, y la ética con que se desarrolle. Evaluar es primero que todo, asumir una dimensión de realidad que no puede ser estrecha, parcial, sesgada o manipulada. De la riqueza y completud con los cuales se enuncie el proceso de evaluación depende su sentido, su validez, su consistencia, su provecho. De la evaluación que me ha formado como auto evaluador honesto deviene el verdadero crecimiento.
MEJORAR
La razón de ser de la evaluación es la mejora. Mejora en concepciones, prácticas, actitudes, situaciones y estructuras mismas de la educación. Sorprende el hecho de que a pesar de ser tan importante su nalidad, muy pocas veces se constata los cambios efectivos a los que dieron lugar los resultados de la evaluación. En otras palabras, si se evalúa se debe asumir un horizonte de revisión que conduzca a modi caciones, a mejorías. Es desde aquí desde donde asoma la necesidad de entendernos en términos de meta evaluación: no basta la práctica de la evaluación, hemos de revisar, evaluar, a la misma evaluación.
Así, la capacidad del sistema evaluativo de ofrecer datos, análisis, descripciones, explicaciones, sobre lo alcanzado y aquello que puede mejorarse, la dimensión de la retro alimenación, constituyen la lógica para a rmar o criticar las prácticas evaluativas. Ante esto, observamos que muchas prácticas evaluativas, tanto de personas, como de procesos o instituciones, se realizan como meros formalismos, por cumplir, por llenar los formatos remitidos, pero sin la actitud honesta de establecer puntos de cambio.
Evaluar es un compromiso que requiere de cierta sanidad procedimental, y mucha actitud de humilde búsqueda de mejoramiento permanente. El término provoca no pocos pronunciamientos cargados de malestar, resentimiento o simple resistencia emocional o mental. A nadie le gusta que le señalen sus di cultades, o le cuestionen su experiencia y profesionalidad. No es fácil promover la idea de que la evaluación no tiene que verse como un instrumento sancionatorio y descalicador, cuando hemos agenciado esa práctica por mucho tiempo. Evaluar constituye una actitud personal, más que una requisitoria formal. Porque la evaluación cubre todas las dimensiones de nuestra humanidad (teórica, física, ética, laboral, afectiva, familiar, de amistad …etc.), la auténtica evaluación se convierte en autoevaluación.
Mi práctica evaluativa ha querido
ver como unidad los propósitos de la disciplina, las necesidades de crecimiento del estudiante, los grandes elementos culturales y cientí cos, y las posibilidades de autonomía cognitiva. Pero debo reconocer que atiendo más lo teórico-enciclopédico y procedimental que la dimensión de pertinencia al contexto personal. Las di cultades instrumentales, el número de alumnos, la cantidad de asignaturas, el tener que inventar material nuevo con cada nueva generación, y las mil requisitorias legales que se cumplen para estar bajo los parámetros de la educación nacional, todo ello dejan pocas posibilidades de innovar sin caer en la ramplonería. No todo lo novedoso es realmente formativo.
No obstante, tengo muchos relatos satisfactorios. Sólo mencionaré uno: una noche, en un restaurante de comida italiana de aquí de Cúcuta, se acercó a la mesa un joven como de veintiún años y me expresó: “Padre, vengo a molestarlo porque tengo que agradecerle: ahora estoy terminando Medicina en la Nacional, y mucho de lo que soy ahora se lo debo a usted, a sus clases, y a la manera como nos hacía pensar…”. La humildad y el fervor como nos habló ese grandulón de 1.90 mts., casi nos hace llorar. De vez en cuando, una ligera lluvia de agradecimiento nos refresca en los sofocantes días de la docencia.
Referencias: ÁLVAREZ MÉNDEZ, Juan Manuel. Evaluar para conocer, examinar para excluir. Morata, Madrid, 2001. SANTOS GUERRA, Miguel Ángel. Evaluación sin ton ni son. La necesidad de la meta evaluación educativa. Niño Zafra, Libia Stella. Políticas educativas. Evaluación y meta evaluación. UPN, Bogotá, 2007.