La Opinión - Imágenes

Por mi terruño

- Orlando Clavijo Torrado

González está a unos veinte minutos de Ocaña. Pertenece al departamen­to del Cesar. Se cuenta entre los pueblos adscritos a la antigua provincia de Ocaña y a la diócesis del mismo nombre. En tiempos de la Conquista se llamó La Loma y Burgama, pero desde 1729 se le bautizó como San Juan Crisóstomo de la Loma. Cualquiera puede pensar que su nombre de González obedece a algún fundador, o a algún donador o terratenie­nte. No es así. Por el año 1842 era fuerte el liberalism­o radical en la comarca, que impuso la supresión de los nombres de santos de las poblacione­s. Los liberales de Ocaña decidieron rebautizar­la como González, en honor de Florentino González, acérrimo enemigo de Bolívar y conspirado­r en la noche septembrin­a, quien había contraído matrimonio con la bella ocañera Bernardina Ibáñez. Fue la misma época en que de La Cruz (hoy Ábrego) los miembros de aquel partido sacaron montado en un burro, dando frente a la cola del animal, al sacerdote italiano Lorenzo Franza, y dejaron por largo tiempo sin párroco al vecindario.

Pero el cuento va a que en González se conservan intactas las tradicione­s navideñas. Allí presencié la retreta del mediodía de la banda municipal –que hacía mucho tiempo no presenciab­a en otros pueblos–, con quema de pólvora y el paseo por las calles presidido por las personalid­ades. Las campanas entretanto repican. En la noche se cumple el mismo ceremonial. Nuestros espléndido­s an triones, el señor juez Gabriel Bastos y su esposa mi prima Adriana Díaz Torrado, nos condujeron a tan agradable lugar, al que no visitaba desde mi ya lejana niñez.

En Ábrego ocurre igual cosa durante los días de la novena de aguinaldos: suenan con alboroto la pólvora y la música en la madrugada, al mediodía y en la noche. También se pasea la imagen del Niño Dios por las calles aledañas al parque “Guillermo Quintero Calderón”. En estos pueblos no existe la prohibició­n de la pólvora. Vi en la antiquísim­a casa de mi bisabuelo Federico Torrado recámaras listas para “hacerlas totear” a la hora de la misa.

Culturalme­nte, Ábrego progresa: el historiado­r local José de la Cruz Vergel tuvo la amabilidad de obsequiarm­e sus dos últimos trabajos, la novela La Troja, y La maldición del cura Franza y otros escritos.

La Playa de Belén, otro bello rincón de la provincia, lucía como un pesebre con su decoración de lucecitas y faroles.

En Ocaña lmamos el baile carranguer­o en el parque Santander o “29 de mayo”. En el aspecto artístico, muy gentilment­e José Miguel Navarro Soto nos mostró y explicó la labor de restauraci­ón del hermoso retablo de la catedral Santa Ana que adelanta ayudado por cuatro expertos ebanistas y obreros. Aún se tardará unos meses pues los deterioros encontrado­s requieren de mucha paciencia y detalle.

Debo abreviar tantas gratas impresione­s de este periplo de cerca de un mes por la provincia, pero creo justo rematar con el milagro que pregona el taxista Ramón Geovanny Torres, realizado en el Instituto Nacional de Cancerolog­ía. Asegura que a Hugo Chávez no lo pudieron curar en Cuba de un cáncer de huesos localizado en la pelvis, mientras él sí se salvó. Le daban un mes de vida, hace tres años. Y ahí sigue, feliz y contento, con una banda amarrada a las piernas para que no se le abran, pero manejando. ¡Éxitos, Moncho Torres, en el control de estos días!

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Ábrego.
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La Playa de Belén.
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