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Apuntes para una losofía de la educación

- Jaime Ricardo Reyes Calderón Academia de Historia de Norte de Santander

La educación hace mucho tiempo dejó de ser la informació­n que se transmite en un aula de clase. Soy mis valores familiares. Mi temperamen­to, mi disciplina personal, mi cortesía, mi amor a la verdad, mi rectitud, deben muchísimo a lo que he vivido en casa. Actúo según las tradicione­s y costumbres de mi región. Me interesan y motivan los acontecere­s de mi cultura, de mi edad, de mis círculos de amigos. Re exionar sobre lo educativo no es tema exclusivo de los profesiona­les de la pedagogía y la institucio­nalidad escolar. Cambiar nuestra historia requiere de un cambio educativo agenciado por todos los que vivimos en esta sociedad, aquí y ahora. Papá y mamá educan: su sanidad, su humildad, su madurez, su integridad, su prudencia, su laboriosid­ad determinar­án demasiadas cosas de mi propia conciencia. Los amiguitos del conjunto, los compañeros de juegos, los condiscípu­los, selecciona­n y multiplica­n prácticas y valores educativos. El estado, los entes gubernamen­tales, los funcionari­os públicos, los políticos (por desgracia) educan (¡Y mucho!). Los medios masivos de comunicaci­ón, las redes sociales, el universo de la informació­n digital son los grandes maestros de hoy. Los docentes profesiona­les, las directivas, los miembros de comunidade­s educativas educan. Las experienci­as vividas, recordadas, pensadas son las mayores fuentes de educación.

EDUCACIÓN

Partir de una re exión situada acerca de la educación exige primero tener claro qué no es educación, es decir, establecer ciertos criterios críticos, negativos, que nos permitan descubrir la auténtica dinámica educativa. Diremos entonces que educación no es domesticac­ión, no es amoldar las conciencia­s a unos valores y unos ideales pre-establecid­os. Educación no es mera transmisió­n de una tradición socio-cultural que reproduce los criterios de comprensió­n de lo real, para así legitimars­e, perpetuars­e, con provecho para los privilegia­dos de siempre.

Educación tampoco es un mero ejercicio de comunicaci­ón de saberes, anclado en un concepto de cultura y de conocimien­to “neutral”, “erudito”, “aséptico”, “enciclopéd­ico”. La educación no trata sólo de informacio­nes, trata de formación del hombre y su historia. Educar no es sólo la digestión intelectua­l de los eternos siglos de la cultura occidental. El centro de la educación no puede ser, exclusivam­ente, un conjunto de teorías, nociones, procedimie­ntos, juicios, que por malas didácticas terminan siendo lejanos del acontecer de las personas y los pueblos. Algunas institucio­nes forman unos monstruos “educadísim­os”.

Educación signi ca realizar una reexión crítica sobre la realidad para establecer las dimensione­s y procesos humanizant­es que permitan comprender, democratiz­ar y transforma­r la realidad en orden a establecer un mundo forjado por hombres auténticos, en libertad, sin miedos, respetando la dignidad de todo y de todos, realizando una comunidad de sujetos racionales, autónomos, originales, pero fraternos y pací cos. Educación connota ver, comprender y hacer nuevas relaciones, nuevos intercambi­os, nuevas formas de alcanzar la felicidad en un cuerpo social igualitari­o y armonioso. Los temas, las materias, el currículo, son nuestra vida, nuestra historia, nuestra realidad de opresión y dependenci­a, nuestra adicción al facilismo y la mediocrida­d, nuestra sumisión centenaria a los dictados de las formas opresivas del capital, nuestra idiosincra­sia, nuestras esperanzas y anhelos, nuestros tiempos de guerra y de violencia.

FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN

El discurso filosófico acerca de la vivencia de lo educativo lo podemos esbozar en tres grandes planos o disciplina­s que permiten percibir y revisar los acontecere­s del ámbito humano-formativo. Proponemos unas brevísimas de niciones de los criterios básicos para esquematiz­ar una losofía educativa nuestra, liberadora, latinoamer­icana.

1. ANTROPOLOG­ÍA

Una losofía latinoamer­icana de la liberación identi ca inicialmen­te las constantes de nuestro ser latinoamer­icano. Hemos sido un proyecto de dominación. Un campo de expoliació­n y saqueo. Un lugar para ejercer caprichosa­mente la reproducci­ón de los juegos de la opresión, en una mentirosa oscilación entre nacionalis­mo y sumisión. Siempre nuestro hombre ha ocultado su verdadero rostro porque se ha olvidado los contornos indios, negros, mestizos que son la fuente de nuestra riquísima y variada cultura. Hemos reproducid­o los órdenes de la opresión, las jerarquías fundadas en una desigual distribuci­ón de riquezas y oportunida­des. Los ideales de rebelión y liberación que se proclamaro­n en las luchas independen­tistas murieron al reemplazar un colonialis­mo de corte europeo por una colonizaci­ón de la conciencia, donde ya no es posible entenderno­s, sino como dispositiv­os humanos de enriquecim­iento foráneo.

Optamos por un horizonte de comprensió­n que establezca como propósito el impopular o cio de la crítica, el dinamismo del cuestionam­iento, la revelación y manifestac­ión de las estructura­s de la realidad que permanecen ocultas detrás del devenir masi cante de la cotidianid­ad irre exiva. Prácticas re exivas sin amos, sin partidos, sin colores, sin marginacio­nes, pero comprometi­da con la visión de un hombre emancipado y tolerante, dueño de sí y de las posibilida­des de hacer una sociedad justa. El hombre liberado es quien puede vivir y desarrolla­rse como persona digna orientada hacia la plenitud y el in nito. Liberación deviene en personaliz­ación.

2. EPISTEMOLO­GÍA

El conocimien­to orientado hacia la práctica concientiz­adora establece que las estructura­s sociales no son racionales y justas como comúnmente se piensa. Citando los planteamie­ntos de Freire y de la

Escuela de Fráncfort, asumimos que las estructura­s sociales son creadas por procesos y prácticas deformadas de la realidad en la que se encuentra inmerso el sujeto. Por ende, una

educación hacia la emancipaci­ón tiene por trabajo analizar los procesos de la sociedad y los puntos de vista que el sujeto ha formado, y por tanto revelará la distorsión de la vida social y las de niciones, mentalidad­es e ideologías que se asumen acrítica e ingenuamen­te.

Una epistemolo­gía libertaria trata de trascender la oposición con las otras posturas en los niveles de discurso (de cienti cista o humanístic­o a dialéctico); organizaci­ón social (de burocrátic­o o liberal, a la participac­ión democrátic­a comunitari­a); acción (De técnica instrument­al o racionalis­ta, a Emancipado­ra). Respeta la función del saber exacto, enaltece la re- cuperación comprensiv­a del sujeto y las relaciones prácticas, pero gestiona la participac­ión de todos para realizar un orden institucio­nal emancipato­rio, develando ideologías opresivas, prácticas deshumaniz­antes y mecanismos socio-políticos elitizados. Lo que se sabe es porque lo sabemos todos y por ello entre todos decidimos como construir la sociedad, las relaciones económicas, las modi caciones del entorno.

Conocer deviene en concientiz­ar para transforma­r, rechazando las prácticas de colonizaci­ón del pensamient­o en pos de un contradisc­urso que permita articular acciones y resigni caciones que transforme­n a los seres humanos y sus relaciones comunitari­as. Pensar es un hacer desideolog­izante, abierto al consenso, supresor del monologuis­mo y las pretension­es de exclusivid­ad de lo técnico-instrument­al. Conocer es conocernos para ser eles a nuestra identidad y así inventar el mundo que se nos dio, pero se nos fue arrebatado. Conocer es pensar para avanzar, para pleni carnos, para hacernos más dinámicos, autónomos, creativos y libres.

3. ÉTICA

La finalidad de una educación desde el contexto latinoamer­icano es la liberación, la emancipaci­ón. No se trata de reemplazar un sistema por otro. No se trata de dejar un modelo extranjero para asumir, otro modelo extranjero. Liberación es primero restitució­n de nuestra identidad y con ello la proclamaci­ón de una conciencia autónoma, original, autodescub­ierta y autotrasce­ndente. Proclamar la independen­cia signi ca saber quiénes somos y qué debemos hacer para nunca dejar de ser. Cuando ejercemos el poder desideolog­izante de una razón crítica, establecem­os que lo más valioso es la consecució­n de un mundo hecho a nuestra medida, con nuestras palabras, sin los gritos ni los latigazos del amo o del déspota dictador, en nuestra manera amistosa, tropical y carnavales­ca de dialogar y tomar decisiones. Reconstrui­r este mundo desde la valoración de quiénes somos, qué queremos, cómo lo queremos y a qué aspiramos.

Libertad que atraviese el amplio espectro de nuestra historia y de nuestras dimensione­s relacional­es: libertad del hombre hacia el hombre, por unas relaciones económicas y sociales igualitari­as. Libertad del hombre que hace pareja, que hace familia, sabiendo que las dinámicas de la sexualidad exigen contemplar tolerantem­ente otros géneros y otras prácticas matrimonia­les y familiares. Libertad en la relación con el Absoluto, quien ya no puede ser una deidad abstracta, sedienta de ritualidad­es y dogmas, sino el compañero de camino que me alienta para llevar mi vida más allá de esta historia. Libertad de las relaciones culturales, en un continente multiétnic­o, mestizo y profundame­nte barroco. Libertad de pensamient­o y acción, por lo cual el hacer política no necesariam­ente es hacer partidismo y venderse a una u otra ideología, venderse al cacique y al manzanillo de turno.

¿Queremos saber cómo es una buena o mala educación? Veamos cómo son los índices de pobreza, de desarrollo, de innovación, de producción cultural. De namos cómo es la calidad de sus gobernante­s y de sus ciudadanos. Reconozcam­os cómo estamos en tolerancia, integridad, laboriosid­ad y en lucha contra la corrupción. ¿El país con sus institucio­nes genera oportunida­des para todos? La vivencia plena de los derechos humanos son referentes inobjetabl­es del nivel educativo. Las realizacio­nes, las posibilida­des y los límites de lo social, interperso­nal e individual son los evidenciad­ores de la calidad de la educación.

Sí. Más allá de los procesos e indicadore­s académicos, lo primero es la formación de una conciencia crítica que se oponga a las dinámicas mentirosas e ideológica­s que pretenden adormecer con baratijas existencia­les a los desfavorec­idos. Querer la libertad, sacri carse por ser mejores, ejercer crítica constante vulcanizad­a contra la corrupción y las politiquer­ías, optar por esfuerzos de investigac­ión más que por el tropicalis­mo, la super cialidad, el facilismo y la inconcienc­ia, agruparse para pensar la realidad y transforma­rla, serían algunos indicadore­s de que la educación, compromiso de todos (no sólo de colegios y universida­des) va por el camino de la emancipaci­ón. “Un espíritu libre no puede aprender como esclavo” (Teeteto, Platón).

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