La rapidez no siempre es la solución
El andar del ser humano tiene diferentes enfoques entre los que se deben tener en cuenta, la edad, el género, el terreno, la intención de cada persona y el requerimiento de otros seres, incluyendo sus congéneres. Unos serán veloces y otros lentos. La rapidez y la parsimonia pueden ser cualidades permanentes o transitorias, además pueden convertirse en factores positivos o negativos dependiendo de las necesidades.
Cada persona puede hacer sus propias consideraciones sobre la velocidad de sus actos. Igualmente, la actitud puede ser valorada, a veces injustamente, por otros con la denominación de rápida o tarda. Aparentemente, puede haber un cruce entre oportunidad y aceleración, pero las condiciones son diferentes y atienden a aspectos que no coinciden.
La oportunidad está en relación con la diligencia y ésta no siempre atiende indistintamente a la velocidad. Una acción puede ser lenta porque atiende más a la pericia cuando ésta es necesaria, y el tiempo no es importante sino la calidad de la acción, la cual está determinada por las condiciones que se interrelacionan de distinta manera.
Las figuras populares de liebre y tortuga son usadas para distinguir personas casi siempre sin un análisis preciso, y su empleo es más por lo que parece ser que por lo que realmente es. La velocidad física humana no siempre se acompaña de rapidez mental, y la lentitud corporal de las personas no siempre indica una tardanza de los procesos mentales.
La sociedad ha premiado la velocidad física de las personas. En los siglos recientes la rapidez mental ha sido mostrada como cualidad admirable.
En tiempos de los faraones existían recorridos de personas en el equivalente a 100 kilómetros que debían hacer en 8 horas.
Los griegos tenían carreras pedestres entre sus diferentes formas de competición, en donde el tiempo y el recorrido eran los jueces.
Los Juegos Olímpicos son el producto de una cultura deportiva expresada en todo el orbe bajo diferentes estrategias que en resumen proponen: Más rápido, más alto, más fuerte. El deseo de competir ha llegado a que las personas con discapacidades tengan sus propios juegos como una expresión de la importancia del ser humano, sus limitaciones, sus esfuerzos y sus capacidades.
Algunos recuerdan al atleta checoeslovaco Emil Zátopec quien en 1951 corrió el maratón de 20 kilómetros en menos de una hora. Luego, por primera vez, 1954, hizo los diez mil metros en menos de 29 segundos. Fue considerado en el 2013 el corredor más grande de todos. Decía: Si quieres correr, corre una milla; si quieres cambiar tu vida, corre un maratón.
Las figuras populares de la liebre y la tortuga son fuente de enormes reflexiones a pesar de ser unos ejemplos prosaicos que indudablemente llevan a adoptar decisiones útiles a todos.
La última epopeya de la velocidad humana comenzó cuando los estadounidenses Jim Hines, Ronnie Ray Smith y Charles Greene preparándose para los Juegos Olímpicos de 1968 en México, lograron correr los 100 metros en menos de 10 segundos. Lo fantástico llegó con el jamaiquino Usaín Bolt en Berlín, cuando en el 2009 paró el cronómetro en 9,58 segundos en 100 metros, con viento a favor de 0,9 metros por segundo.
De la misma manera en 1988, la estadounidense Florence Friffith- Joyner, empleó 10,49 segundos en recorrer 100 metros.
Hace dos semanas, Keneth Mora anunció que la hormiga plateada del Sahara, Cataglyphis bombycina, era la más rápida del mundo al correr 855 milímetros por segundo y el evento lo han equiparado a 200 metros por segundo si fuera del tamaño de un ser humano. La medición se hizo a temperatura por encima de 60 grados centígrados cuando avanzaba hacia la cavidad en busca de alimento. ¡ Correr, correr y correr!
La comunidad humana piensa ahora que la velocidad siempre es sinónimo de eficiencia. La respuesta contundente es no. La rapidez no blinda contra la injusticia, la mentira, la duda, los malos resultados, la maldad, la desvergüenza, la deslealtad, la soberbia, la corrupción, la impericia y el error,
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