Un inolvidable congreso del PEN en méxico
Joanne Leedom- Ackerman ha publicado parte de sus memorias como alta funcionaria y vicepresidenta del emérita del Pen Internacional, y se ha referido esta semana al exitoso congreso realizado en 2003 en el Hotel Fiesta Americana de la Ciudad de México con delegados de todo el mundo y la presencia de una amplia muestra de poetas de las diferentes comunidades indígenas del país. Entre las figuras presentes figuraron dos premio Nobel, Nadine Goordimer y Mario Vargas Llosa, y escritores conocidos como Michael Ondaatje, quienes participaron con otros autores en lecturas en el Palacio de Bellas Artes.
Este congreso inolvidable se realizó bajo la coordinación del entonces presidente del Pen Internacional, el poeta mexicano y militante ecologista Homero Aridjis, y la presidenta del Pen México Maria Elena Ruiz Cruz, quienes hicieron hasta lo imposible para garantizar el éxito histórico del evento y dar el mayor protagonismo a la obra de los indígenas mexicanos, quienes leyeron en sus lenguas originales. El congreso tuvo el alto nivel que corresponde a un país milenario como México, cuya cultura variada y sincrética tiene el rango profundo de los países donde han existido grandes civilizaciones como Egipto, India, China, Japón, Perú y Grecia, entre otros.
El Pen, fundado en Londres por la pacifista Catharine Ami Dawson- Scott y cuyos dos primeros presidentes fueron John Galsworthy y H. G. Wells, cumplirá su centenario en 2021 y LeedomAckerman está escribiendo el testimonio de su experiencia de tres décadas vividas en la institución en el paso de un milenio al otro.
Varios asuntos se pueden destacar de ese gran congreso de México. Los organizadores lograron que los reflectores se dirigieran hacia escritores mayas, tzotziles, zapotecos, mixtecos, tojolobales, cuya voz sigue siendo inaudible pese a la Revolución y a los esfuerzos de décadas realizados por universidades y academias para que su voz se difunda. Por su lado, Nadine Gordimer, entonces vicepresidenta de la organización, destacó el grave problema de los feminicidios ocurridos en México, especialmente en Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos.
En lo personal, tengo el bello recuerdo de una conversación con Nadine Gordimer explicándome con extraordinario sentido del humor en una recepción nocturna en la embajada sudafricana sobre el origen del licor Marula que degustábamos y que se hace con una sustancia extraída de la corteza de un árbol que suelen comer los elefantes de su país para embriagarse y causar desastres a su alrededor, o la mirada alerta de Mario Vargas Llosa, siempre rodeado por elegantes y entusiastas damas, entre ellas la famosísima Tongolele, estrella del cine de oro de cabareteras.
También es de recordar la recepción dada al Pen por el entonces joven alcalde de la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador y una conversación que tuve con unas delegadas muy simpáticas del Pen catalán, a quienes explicaba que ese joven opositor desconocido que pronunciaba el discurso en la sede de la alcaldía, situada al lado del Palacio Nacional, algún día podría llegar a la presidencia del país, como realmente ocurrió dos décadas después.
Pero como todo tiene su fin, también no olvido la novelesca cena de cierre realizada en las alturas del Palacio de Chapultepec. Patrocinado por un importante periódico nacional, el ágape se tornó un acto casi cómico, ya que el dirigente de ese diario pronunció sin tacto un discurso interminable que exasperó a los cientos de delegados, quienes empezaron a libar tequila, a atacar la comilona y a conversar en alta voz, mientras el hombre, que llevaba el cabello y el bigote teñidos, leía y leía y leía incómodo y bañado en sudor decenas y decenas de páginas que nadie escuchaba.
El suceso, ocurrido en el Palacio donde gobernó el dictador Porfirio Díaz antes de la Revolución, nos hizo sentir a algunos al interior de la novela Tirano Banderas, la cómica y terrible obra del hispano Ramón del Valle Inclán, el genial manco y barbudo madrileño que cuenta la historia de un mandamás tropical de un país imaginario con elementos sincréticos de Cuba, México y Perú. Los invitados siempre debemos respeto y silencio al anfitrión, pero a veces éste, por falta de proporción y maneras, exaspera a los convivios y los incita a la rebelión delirante como en una película surrealista del gran Luis Buñuel, amigo y cómplice de Salvador Dalí.
El ágape se tornó un acto casi cómico, ya que el dirigente de ese diario pronunció sin tacto un discurso interminable.