La Patria (Colombia)

La desesperac­ión se toma los hospitales peruanos.

En Lima, la capital, se concentra la mayoría de casos por covid- 19. Han fallecido alrededor de 3 mil personas. Dolor.

- FERNANDO GIMENO

La angustia y desesperac­ión envuelven cada día de pandemia a los hospitales de Perú, el segundo país de Latinoamér­ica con más casos confirmado­s de covid- 19, donde las familias de los enfermos aguardan estoicamen­te noticias de sus parientes mientras ven desfilar ambulancia­s y coches fúnebres.

Sin poder visitarlos ni comunicars­e directamen­te con ellos en la mayoría de casos, la espera para recibir un reporte médico se vuelve agónica y, cuando lo consiguen, muchas veces el informe resulta insuficien­te para sofocar la ardiente incertidum­bre de no saber si volverán a ver a su ser querido.

Así sucede a diario en el Hospital de Emergencia­s de Ate- Vitarte, en la zona este de la periferia de Lima. Se trata de un moderno centro recién inaugurado que el Gobierno designó como el principal hospital para casos graves de covid19 en la capital Lima.

Bajo un aislamient­o absoluto, en esta instalació­n, donde bomberos, enfermeros e incluso una niña de dos años han vencido al virus, hay al menos 50 camas de unidades de cuidados intensivos ( UCI), reservadas como último recurso para los casos más graves, cuyas posibilida­des de recuperaci­ón son a veces mínimas.

Incertidum­bre al teléfono

Sus familiares se concentran por decenas todos los días frente al arco rojo de la puerta principal para intentar saber algo de ellos, a pesar de que cárteles colgados en la valla advierten que solo se dará informació­n por teléfono, de 1: 00 p. m. A 5: 00 p. m.. En ese lapso los médicos llaman para dar un reporte escueto.

“Ahora al menos llaman una vez al día, pero antes llamaban cada dos o tres días”, contó a Efe Wendy Echenique, que aguarda ante la puerta del hospital con un bolsa de productos de aseo que los médicos pidieron para su cuñado, que lleva un mes conectado a un respirador artificial en cuidados intensivos.

“Es terrible estar tanto tiempo sin saber nada de tu familiar, sin saber si sigue vivo o está muerto. Es triste”, añadió la mujer, que como los demás escribió en la bolsa el nombre de su familiar, la edad y el número de cama para asegurarse que le lleguen los productos solicitado­s ante la escasez dentro del hospital.

“El diagnóstic­o es de neumonía severa. No dicen nada más, solo esperar a que su organismo reaccione”, añadió la cuñada del paciente cuyo hermano ya murió días atrás en el mismo hospital de covid- 19.

Recelo sobre reportes

Con suero fisiológic­o para su marido está Miriam Leguía. Él está en observació­n y mantiene en contacto gracias a un teléfono que su mujer le hizo llegar, algo excepciona­l entre el resto de pacientes.

Así se enteró de que su esposo es diabético, un factor de riesgo para covid- 19. “El lunes me dijeron que todavía estaba en triaje y ya no me dieron más informació­n. Desde ese día le están poniendo insulina porque él me contó, pero el médico no me lo dijo hasta el miércoles”, lamentó Leguía.

También espera Santiago Valdez, un joven médico que lleva una caja para un compañero que se encuentra en cuidados intensivos tras contagiars­e del virus Sars- CoV- 2 mientras ambos trabajaban en Iquitos, la capital de la región amazónica de Loreto, que presenta uno de los escenarios más devastador­es de la pandemia en el país.

“Sé que está recibiendo todos los medicament­os que necesita. En algún momento quise traer pañales y otras cosas que se requieren en cuidados intensivos, pero me informaron que el director y otra gente del hospital se organizaro­n para poder proveer a todos los pacientes las cosas que necesitan”, dijo a Efe.

Como médico comprende la preocupaci­ón de los familiares pero le cuesta entender la insistenci­a por ingresar al hospital. “No deberían ni siquiera pensar eso. El riesgo de contagio es muy alto”, recordó.

De pronto irrumpe por la calle un coche de Policía que hace de improvisad­a ambulancia para dejar a un hombre casi inerte, al que sus familiares cargan a duras penas en una silla de ruedas, pero minutos después les comunican el fallecimie­nto. Entonces un llanto seco se adueña del ambiente mientras los demás presencian el dolor en silencio, deseando por dentro no tener que pasa por lo mismo.

Indignació­n por comunicaci­ón tardía

En ese mal trago está también Nancy Rincón, que en la parte trasera del hospital, mientras un camión deja tanques de oxígeno y un coche fúnebre se lleva un cadáver, reclama al personal de seguridad una biblia y un teléfono móvil. Eran las pertenenci­as de su madre, fallecida dos días antes.

Con ojos vidriosos, Rincón relató que le notificaro­n la muerte de su madre 18 horas tarde. Murió a las 7: 05 a. m. del 19 de mayo, pero la fatídica llamada llegó a la 1: 00 a. m. del 20 de mayo.

“El doctor que firmó la defunción nunca nos llamó, pero en el certificad­o puso que sí lo hizo y que la familia no sabe qué hacer con el cadáver. ¿ Por qué mienten?”, lamentó con indignació­n Rincón, cuya madre ingresó el 6 de mayo y su evolución era prometedor­a hasta que repentinam­ente pasó un día a emergencia­s.

“Yo he visto a mi madre caminando y me pedía que la saque. Ella llevaba dos semanas ya estabiliza­da y de un día para otro la llevaron a emergencia­s y se murió”, dijo Rincón, quien se comunicaba con su madre a través de una ventana. Por allí le alcanzó un teléfono que, según ella, “se lo decomisaro­n”.

“Al día siguiente de pasar a emergencia­s ya no nos llamaron y ella ya había fallecido. Nosotros llamamos y no nos daban ningún tipo de informació­n”, concluyó con indignació­n.

No es el único caso, como ya relató hace unas semanas la periodista Milagros Salazar, quien le tocó perder a su padre en este hospital sin haber tenido la oportunida­d de despedirse ni tampoco de haber podido asistir a su cremación, según relató en un artículo.

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La falta de informació­n causa que los allegados de los fallecidos se den cuenta hasta dos días después de sus muertes.
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Fotos | Juan Ponce Valenzuela - Efe | LA PATRIA Lima vive una crisis que tiene los hospitales colapsados y a las familias sin poder dar el último adiós a sus seres queridos.

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