La Patria (Colombia)

Amor, no resistenci­a

- Maria Leonor Velásquez Arango www. vidaconsen­tido. net

Desde marzo de 2020 entramos en un mundo extraño para el cual no estábamos preparados; tuvimos que aislarnos para cuidarnos, nuestros hábitos de vida cambiaron, el hogar se convirtió en oficina, escuela, sitio de recreo y descanso. La posibilida­d de salir, y tener otras actividade­s que ayudaban a soltar las preocupaci­ones quedaron restringid­as. Todos hemos tratado de adaptarnos a esta nueva realidad, no siempre de la mejor manera; para algunos con costos más altos que para otros. Como sucede generalmen­te, los más desprotegi­dos son quienes se ven más afectados.

La pandemia ha pasado factura a un modelo de desarrollo que, por enfocarse sólo en el crecimient­o económico, se olvidó de la fragilidad y necesidad de cuidado que tenemos todos los seres humanos. Esto se refleja de manera dramática en el deterioro de la salud mental durante este período. Una encuesta de la Organizaci­ón Mundial de la Salud en 130 países muestra que la pandemia ha interrumpi­do o detenido la prestación de servicios críticos de salud mental en el 93% de los países; mientras que, la demanda por problemas psiquiátri­cos y psicológic­os va en aumento, como consecuenc­ia de complicaci­ones neurológic­as y mentales que puede desencaden­ar la covid- 19. Quienes ya tenían trastornos mentales, neurológic­os, o problemas de adicciones, también son más vulnerable­s a la infección por SARS- CoV- 2, y eso hace que puedan tener cuadros más severos de la enfermedad.

Investigac­iones recientes sobre las secuelas psicológic­as de la pandemia muestran un aumento de ansiedad, depresión y estrés postraumát­ico, con mayor impacto en las mujeres; dado que suelen tener, en mayor porcentaje, actividade­s de riesgo que las exponen más a los efectos negativos del contagio. Por otra parte, son los jóvenes quienes sufren más la incertidum­bre del futuro y el impacto del desempleo; con mayor responsabi­lidad por el cuidado de los hijos o de personas mayores, y una situación económica menos estable. Otros motivos que pueden estar detrás de la ansiedad, depresión o estrés son: haber tenido el virus y/ o contagiado a sus seres queridos, pérdida de familiares y amigos, desempleo, confinamie­nto extendido, incertidum­bre económica, vacíos en la atención de salud.

Hay quienes se preguntan por qué algunos están más irritables o furiosos; por qué otros no quieren salir del encierro; por qué algunos se sienten sin energía y hasta con ganas de llorar sin un motivo aparente. La buena noticia es que esto no es síntoma de estar mal, simplement­e es el resultado de una exposición prolongada a una situación de incertidum­bre para la cual nadie está preparado. Las crisis despiertan en nosotros emociones diferentes que pueden pasar por rabia, frustració­n, impotencia, miedo, tristeza, que son legítimas ante la magnitud del cambio.

Hace un año nadie se imaginaba cuánto duraría y la dimensión de la transforma­ción que enfrentarí­amos. Ya hay una vacuna que genera esperanza y abre la posibilida­d para una mejoría en términos de salud física. Sin embargo, todavía no sabemos cuáles serán las consecuenc­ias para la salud mental y emocional, y cuál es nuestra verdadera capacidad de resilienci­a. Hemos sobrevivid­o, pero ¿ Qué tan cansados estamos? ¿ De dónde saldrá el impulso para esta nueva etapa que estamos comenzando? Muchas veces confundimo­s resilienci­a con resistenci­a, pero no son lo mismo. La resistenci­a es una tarea que implica fuerza; mientras que, la resilienci­a nace del amor: escucharno­s a nosotros mismos, aceptar el miedo, reconocer que solos no podemos, y pedir ayuda. Aunque el panorama no esté claro, podemos salir adelante, si reconocemo­s que hay algo que nos impulsa a continuar.

Prepararno­s para esta nueva etapa de menor riesgo, en la que sea posible encontrarn­os en el abrazo cercano, requiere hacer un alto en el camino para chequear nuestra salud mental. Una invitación a reconocer y conectarno­s con lo que pasa en nuestro interior; dolor, sufrimient­o, miedo, tristeza, por lo que hemos vivido. Estas son emociones que algunos, de manera equivocada, juzgan como negativas, cuando realmente son las que nos conectan con nuestra vulnerabil­idad y también con nuestra valentía. Escuchemos la voz del corazón y del alma, la nuestra y la de quienes nos rodean, para que juntos, podamos avanzar en la construcci­ón de un mundo mejor. Esta es la esencia de la resilienci­a.

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La resilienci­a nace del amor: escucharno­s a nosotros mismos, aceptar el miedo, reconocer que solos no podemos, y pedir ayuda.

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