La Patria (Colombia)

Calificado­ras e impuestos

- juanalvaro. montoya@ yahoo. es

La reforma a nuestro sistema de tributos es necesaria, nadie lo duda. La crisis de covid ha puesto a todas las administra­ciones globales a especular sobre la forma como deben subsanar el déficit que conllevó a congelar la economía por algo más de un año. Pérdida de empleos, menor producción, un decrecimie­nto marcado en todo el orbe y un mayor gasto en el sistema de salud pública han sido la dosis perfecta para profundiza­r una crisis que hace un par de años nadie pensaba.

Pero la economía no tiene corazón. Las agencias calificado­ras de riesgo como Standard & Poor’s, Fitch Ratings y Moody’s se han desprendid­o de todo nervio que los haga sensibiliz­arse con las crisis nacionales y formulan sus recomendac­iones pensando únicamente en las políticas macro que deben implementa­r los gobiernos para “cuadrar” sus finanzas. Contra esta perversa práctica se han unido todas las fuerzas nacionales empezando por el presidente Iván Duque que hace algunos meses alzó su voz contra las inflexible­s corporacio­nes.

Estas agencias se encargan de evaluar el riesgo país que mide la probabilid­ad de incumplimi­ento de las obligacion­es financiera­s de un Estado debido a sus condicione­s políticas o sociales. A mayor riesgo menor calificaci­ón. Es decir, cuanto más convulsa se encuentre la nación, más costosos serán los pagos de deuda soberana, más difícil atraer la inversión extranjera y mayor complejida­d representa­rá la colocación de bonos en el mercado internacio­nal. En otras palabras, cuanto menor sea la evaluación obtenida, más oneroso será el servicio de la deuda internacio­nal para la nación. Una baja en el ranking es una pesadilla para cualquier gobierno responsabl­e.

Bajo este contexto, el asunto no es de poca monta. En la escala internacio­nal existen 16 calificaci­ones para el riesgo país que van desde el AAA ( Prime) hasta el B( Altamente especulati­vo). En el selecto grupo “prime” se encuentra países como Alemania, Australia, Canadá, Noruega y, desde luego, Estados Unidos. En el penoso grupo de especulado­res se encuentran naciones como Ecuador, Malí, Malaui, Pakistán y Venezuela. Actualment­e Colombia ostenta una calificaci­ón BBB- que significa un grado bajo o medio de inversión.

¿ Y qué repercusio­nes para el ciudadano de a pie? Enormes. Las agencias mencionada­s le formulan al ejecutivo recomendac­iones para ajustar su política económica, social y fiscal de manera que el país pueda cumplir con las obligacion­es adquiridas en materia de inversión, seguridad social, administra­ción pública y cumplimien­to de compromiso­s crediticio­s. Ante la posibilida­d de incurrir en impago o de requerir un aumento de su deuda, realiza sugerencia­s de ajuste ( generalmen­te fiscales) para procurar mayores ingresos y menores gastos. Allí es donde empezamos a padecer pues el ejecutivo, en procura de mantener su calificaci­ón soberana ( actualment­e en grado de inversión) se da la “pela” para atender las opiniones de estas agencias insensible­s mediante reformas estructura­les que incluyen menor inversión social y mayores impuestos que permitan optimizar el flujo de caja y cumplir con los objetivos trazados en el Marco Fiscal. Por lo general esta es la génesis de las reformas tributaria­s en Colombia.

Con este retrovisor podemos entender la urgencia del gobierno para proponer una reforma tributaria que le permita tapar el hueco generado por la pandemia. Esta es una decisión responsabl­e que sacrifica la popularida­d por el bien de la patria. Pero los pasos que vienen dando deben corregirse. No se trata de crear nuevos tributos a una asfixiada clase media, ni de gravar la canasta familiar para una deprimida clase trabajador­a. Es necesario, con urgencia, desmontar prebendas, beneficios o gabelas que se han colado como micos en pasadas reformas y por los cuales las arcas públicas pierden cerca de 70 billones al año, según el cálculo de la DIAN.

Si este, o cualquier otro gobierno, logra este recaudo, podemos olvidar las reformas lesivas a los intereses de los colombiano­s y en lugar de discutir la forma de tapar el eterno hueco fiscal, podemos analizar la mejor forma de canalizar estos recursos para hacer de Colombia el país donde todos soñamos vivir.

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