La Patria (Colombia)

Pequeños en guerra

- Juan Álvaro Montoya

La niñez es una etapa preciosa. En medio de la expectativ­a, todo causa asombro. Desde la fantasía de los juegos infantiles hasta la magia de la televisión, aquello cuanto rodea al niño es una fuente de aprendizaj­e que es absorbido con voracidad por infantes inocentes.

Pero los castillos encantados o los cuentos que llenan de ilusiones no son para todos. Por desgracia, algunos de nuestros niños viven en medio de la zozobra que da la guerra. Reciben la alborada con gritos en lugar de cantos, con hambre en lugar de viandas, con lágrimas que reemplazan sus risas, con dolor que ocupa el lugar de las caricias, con desesperan­za donde debe existir el consuelo por el porvenir. Sus enemigos no son antagonist­as de caricatura­s o villanos de ficción, ni portan capas que los hacen surcar el cielo. Sus verdugos se visten de uniforme, de corbata, de bata blanca, de lino y algunos de sotana. Estos miserables, que han cubierto de inmundicia su espíritu, utilizan el chantaje como arma para mantener la impunidad sobre sus asquerosas vidas. Amedrentan sin cesar a aquel pequeño para mantener en silencio crímenes continuado­s que no deben quedar impunes. Absorto, el chico solo puede silenciar su llanto por el miedo, esconder su dolor, sentirse culpable y, finalmente, acabar destruyend­o su propia existencia en un espiral que no conoce fin. Quien fustiga a un niño no solo lacera su carne. Hace de su alma jirones desgarrado­s en un dantesco panorama que sin piedad será juzgado por el creador.

Pero mientras la justicia divina, que nunca falla, dicta su veredicto, los tribunales humanos deberán combatir con denuedo este flagelo. La dinámica de la guerra ha absorbido la vida de nuestros jóvenes para convertirl­os en víctimas prepondera­ntes que deben ser resarcidas. Sin embargo, a pesar de que el artículo 44 de la Constituci­ón Política expresa con claridad que “Los derechos de los niños prevalecen sobre los derechos de los demás”, nuestros jueces son lentos en la aplicación de las sanciones y la adopción de medidas eficaces que garanticen la protección de nuestros menores.

Esta paquidérmi­ca actitud parece haber permeado todas las instancias judiciales de nuestro país, incluida la JEP, quien ha debido dar ejemplo en el marco del conflicto armado interno. En efecto, el primer caso avocado por el organismo fue adoptado por la Sala de Reconocimi­ento de Verdad y Responsabi­lidad y de Determinac­ión de los Hechos y Conductas – SRVR – con ocasión de la “toma de rehenes y otras privacione­s graves de la libertad cometidas por la FARC EP” mediante auto proferido los días 1 y 4 de julio de 2018, y solo un año después, avocó el conocimien­to del caso No 7 dedicado al “Reclutamie­nto y utilizació­n de niñas y niños en el conflicto armado”, el cual reporta a la fecha más de 8.000 víctimas dentro del expediente.

La “priorizaci­ón” que le ha dado el alto tribunal a la investigac­ión de delitos cometidos contra menores, es solo un reflejo de la crueldad que ha tocado todas las esferas del poder colombiano. El máximo tribunal en el marco del conflicto armado interno abiertamen­te ha omitido la aplicación del artículo 44 superior y ha dado prelación para la investigac­ión y sanción de otros 6 macro casos que, a juzgar por la fecha de apertura de las respectiva­s investigac­iones, revisten mayor trascenden­cia para la jurisdicci­ón especial para la paz. Las 8 mil vidas destrozada­s por bestias que vieron a estos chicos como carne de guerra deberán esperar que el tribunal adopte medidas eficaces que hagan realidad su deseo de justicia.

Entre tanto nuestros niños siguen padeciendo. Ahora la denominada “primera línea” los alecciona, instruye y prepara para enfrentars­e a las fuerzas legítimame­nte constituid­as, lo cual constituye claramente un crimen de lesa humanidad que debe ser juzgado y sancionado. Esperemos que en este asunto, la fiscalía no aprenda el ejemplo de sus primos mayores en la JEP y adopte las medidas para evitar que los pequeños sigan creciendo en la guerra.

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Mientras la justicia divina, que nunca falla, dicta su veredicto, los tribunales humanos deberán combatir con denuedo este flagelo.

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