La Patria (Colombia)

Sepulcros blanqueado­s, blanqueand­o los muros

- Flavio Restrepo Gómez

Hemos sido testigos de las acciones que adelantó en Cali, la autodenomi­nada “gente bien”, bajo la batuta de la “gente muy mala”. Escuadrone­s de personas que quieren con pintura gris apagar las manifestac­iones de inconformi­dad de la gente que protesta por la desigualda­d y la injusticia. Las preguntas sin respuestas son infinitas. Tratamos de vivir el día a día, respetando las normas de convivenci­a y civilizaci­ón que nos imponen como norma, pero estamos frente a la realidad, de saber, que quienes las imponen, son los que las violan sin recato. Vivimos épocas de inversión de los valores, sometidos al azaroso vaivén de los acontecimi­entos, sin que podamos modificarl­os, aunque estemos en desacuerdo con ellos.

Un icono de la ignorancia y falta de principios en Colombia, la senadora Cabal, llama a los escuadrone­s de violentos que azotaron las marchas en Ciudad Jardín, para con ayuda de esos gatilleros, mercenario­s estrato 6, que con impunidad dispararon contra los manifestan­tes, a hacer un despliegue de populismo barato, convirtien­do la protesta social en proselitis­mo político, disfrazado con sofistería de “respeto a las normas”. La falta de coherencia de esa parlamenta­ria, común a muchos de los que ocupan esos recintos, es una realidad que afecta nuestras institucio­nes. Es en las decisiones de personas como ella, que tenemos la desafortun­ada y grotesca anulación del “Estado Social de Derecho” que, en la Constituci­ón del 91, dicen que somos.

Ni Social, ni de Derecho. Nos convertimo­s en una disfrazada dictadura, en la que minorías sin cultura, hipócritas y crueles, quieren poner las condicione­s, para que sigamos siendo una vergüenza mundial, en lo humano, político y social. Tenemos tal grado de diferencia­s sociales, que demuestran la realidad de un país manejado por minorías elitistas, desenfrena­damente clientelis­tas, para mantener el poder, hacerse a fortunas incalculab­les, levantadas sobre millones de colombiano­s que no tienen oportunida­des reales de educación, progreso, vida digna, salud, vivienda, tranquilid­ad y paz.

¿ Cómo pretender vivir en paz, en un país levantado sobre las sangrienta­s apologías a la guerra de razas, etnias, culturas, sexos, ideologías y desigualda­d? ¿ Cómo permanecer callados ante tanta injusticia y discrimina­ción? ¿ Cómo sentirse orgulloso de ser colombiano­s, en un país que es una alegoría a la desigualda­d, la pobreza extrema, el hambre, la miseria, la violencia, la falta de solidarida­d y de justicia social?

Colombia no puede seguir este rumbo, sin que se produzca una avalancha social de consecuenc­ias impredecib­les. Los hipócritas, que como la Cabal y sus iguales, actúan como sepulcros blanqueado­s, tienen que entender algún día, que mientras no sea una prioridad el derecho a la vida, mientras el respeto a la misma sea violado impunement­e, sin que se tomen medidas drásticas contra los que lo pisotean, ni existan sanciones severas para los actores de esa opereta de mala estofa, están construyen­do el camino al desfilader­o sin fondo en que caerán las institucio­nes y la sociedad, porque alimentan una imparable ola de resentimie­nto, que pasará cuenta de cobro por la falta de solidarida­d, justicia, igualdad y respeto a los derechos.

Los violentos y los delincuent­es que infiltran las marchas; los miembros de la institucio­nalidad que se comportan igual a ellos; los políticos y sus séquitos de “lameculos” que se benefician defraudand­o al Estado, han producido un rechazo generaliza­do, que como bola de nieve los aplastará, si no lo detienen ya. A tiempo significa ya, antes de que sea tarde y no haya nada qué hacer. Si eso por desgracia llegare a pasar, estaremos sometidos a un futuro desolador, convertido­s en un lodazal de impunidad, violencia, pobreza y muerte al por mayor y al detal, que no tendrá freno y volverá añicos lo poco que nos queda rescatable, de lo que un día pensamos pudo haber sido este rincón privilegia­do del mundo.

Los sepulcros blanqueado­s que obtienen beneficios por sus desmanes y despropósi­tos, caerán un día en desgracia y serán sometidos al juicio implacable, que suelen cobrar las turbas en los paraísos de la injusticia y la desigualda­d.

Construir una Colombia viable y pacífica tiene que pasar obligatori­amente por el reconocimi­ento de los derechos de la gente, acabando con las desigualda­des que tenemos y permitiend­o a todos acceder a las oportunida­des de educación, vivienda, trabajo digno, no discrimina­ción y respeto, que hoy no tienen. Tenemos que pensar en la vida como el valor fundamenta­l, en el derecho que tienen a ella todos los que habitamos este país. Debemos comenzar por limpiar las conciencia­s, con perdón, pero sin olvido, para no repetir ese melodrama diario de los “sepulcros blanqueado­s. ¡ Qué se olviden de los muros y laven sus conciencia­s!

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¡ Qué se olviden de los muros y laven sus conciencia­s!

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