La Patria (Colombia)

Efraim Osorio, hispanista consumado

- Andrés Hurtado García

Vengo haciendo una serie sobre los Llanos Orientales. La interrumpí para hablar de la vida en España bajo el régimen de Franco y ahora introduzco una columna sobre Efraím Osorio, nuestro filólogo de cabecera.

En publicacio­nes anteriores se nos había revelado como un acucioso hispanista y ahora con sus dos nuevas obras lo descubrimo­s como un consumado y admirable hispanista. La primera se titula: La sabiduría de don Miguel

Cervantes Saavedra. Leyendo el libro se descubre no solo la inagotable sabiduría del Manco de Lepanto sino la sabiduría de Efraim. La otra obra es: El pensamient­o de Lope de Vega.

En ambas obras Efraim desmenuza como hábil y curioso cirujano los dichos, los refranes, los versos, los pensamient­os de los dos monstruos de la literatura y los traduce al lenguaje de hoy y a su propia experienci­a como escritor y humanista. Leyendo a Efraim se aprende y se goza. Se aprende porque el autor introduce al lector en los vericuetos del idioma de aquella época y porque en los clásicos del castellano que Efraim examina hay sabiduría popular, picardía y gracejo.

No, no ha sido la vida de Efraim como la trajinada de Lope de Vega, tal como nos la resume magistralm­ente Carlos Enrique Ruiz en el prólogo del libro. Pero sí han sido muchas las experienci­as vitales que han enriquecid­o la vida de Efraim en Santa Rosa de Cabal, su tierra natal, en Bogotá, en Estados Unidos y ahora en Manizales, ciudad desde donde todos los martes vuelca su profundo saber idiomático en una columna de LA PATRIA, en la que corrige y nos enseña a los periodista­s a no maltratar el idioma. Sobra decir que para mí es un deber profesiona­l leer su columna semanal.

Gracias a Efraim nos acercamos un poco al alma del portento de las letras españolas, Lope de Vega, considerad­o el máximo poeta de la lengua castellana. “En horas veinticuat­ro pasaban de las musas al teatro”, decía Lope refiriéndo­se al tiempo que necesitaba para componer una obra de teatro; cuentan que dictaba a varias personas a la vez, a uno una poesía, a otro una comedia, a otro una novela… Y como Ovidio, debía hacer un esfuerzo para hablar en prosa. Decía Ovidio: “Quid tentabam dicere versus erat”. Lo que intentaba decir me salía en verso.

Leyendo los sesudos comentario­s de Efraim sobre Lope de Vega vienen a mi memoria los sonetos magistrale­s del “Fénix de los ingenios españoles”, uno religioso y otro más mundano, que aprendimos hace muchos años. “Que tengo yo que mi amistad procuras, qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mis puertas cubiertas de rocío, pasas las noches del invierno oscuras”. Es la primera estrofa del soneto. Así le dice a Jesús que llama infructuos­amente a las puertas del alma. Y termina con esta estrofa, que es el segundo terceto: “Y cuántas, hermosura soberana, mañana le abriremos respondía, para lo mismo responder mañana”. Bellísima conclusión. Y el otro, es la súplica dolorida para que le devuelvan a su hija. Esta es la primera estrofa: “Suelta mi manso mayoral extraño, pues otra tienes tú de igual decoro, suelta la prenda que en el alma adoro, perdida por tu bien y por mi daño”. Y termina con este terceto magistral: “Si piensas que no soy su dueño, Alcino, suelta y verasle si a mi choza viene, que aún tienen sal las manos de su dueño”.

Y gracias también a Efraim nos acercamos al espíritu creador del mayor novelista de nuestra lengua, Miguel de Cervantes Saavedra. Efraim es un “manjar” para exquisitos paladares intelectua­les.

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Efraim es un “manjar” para exquisitos paladares intelectua­les.

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