La Patria (Colombia)

Epopeyas desde Manizales

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Fernando-Alonso Ramírez @fernalonso

Papel Salmón

Si miramos 100 años atrás, veremos a quienes a lomo de mula y de bueyes hicieron de una región inhóspita el centro del comercio internacio­nal para el país, unos titanes. Fueron los mismos que luego hicieron posible el cable más largo del mundo, la llegada del ferrocarri­l a 2.150 metros sobre el nivel del mar y muchos otros hitos que nos hacen sentir orgullosos de ese pasado.

En 1907, 19 hombres salieron de Manizales al Amazonas en busca del negocio del caucho. En este punto es bueno recordar que La Vorágine se inspira en la historia de un manizaleño que se fue a esas tierras para salvar de un matrimonio indeseado a una joven bogotana. Esa es la génesis de la novela más importante de la primera mitad del siglo pasado en Colombia.

William Arango Hurtado conserva las cartas de su abuelo, las mismas que describen ese recorrido entre penurias y logros. Fue uno de los 19 expedicion­arios. Esta historia, como otras contadas a partir del negocio del caucho y los abusos de la Casa Arana, con colonos e indígenas, es el asomo de muchas aventuras.

Las cartas se adjuntan en su novela Tras las promesas del caucho, son la memoria de lo que resultó una gesta. Un viaje a caballo hasta Florencia (Caquetá), para luego seguir en canoas y a pie. Solo hasta la hoy capital fueron 30 días de viaje. Hubo bajas y renuncias. Tragedia y esperanza. El autor espera encontrar otras personas que tengan memoria familiar de esos protagonis­tas, para seguir reconstruy­endo esa historia.

La idea de cruzar montañas y descuajar selvas formaba parte del caldense de un siglo atrás, por eso no era de extrañar que hubiera arrieros como importante­s personajes. Paulino Acebedo lo escribió así en su poema “¿Qué es el hombre?”:

Traigo a colación a este personaje porque este año se presentó en Manizales un libro en formato de cara y cruz que habla de esa tradición y de esa época, cuando Manizales llegó a tener por lo menos 10 mil bueyes. Por una cara se encuentra la obra

que recoge textos de Félix Henao Toro, de Pedro Felipe Hoyos y de Fernando Macías. El padre de Henao Toro fue importante arriero de la región, cuando no existía otra forma de traer la carga o llevarla entre estas montañas. El texto que se publica es el relato de este personaje, en el recuerdo de su viaje acompañand­o al padre. Buen escrito, que da cuenta de esa otra forma de aventurar que en muchos de nuestros pueblos se extendió por décadas y aún se conserva en fincas lejanas.

La otra cara del libro es un homenaje a Paulino Acebedo, el poeta arriero. Se trata de una compilació­n que en su época justamente hizo el mismo Félix Henao Toro y se conserva en su archivo. Esta parte de la obra trae comentario­s de Pedro Felipe Hoyos y del ya desapareci­do Vicente Fernán Arango Estrada. Este poeta ingenuo de Manizales describió los paisajes y los recios viajes por los difíciles territorio­s y lo hizo con humor y en verso:

A medida que pasaba por pueblos y ciudades que crecían al ritmo del comercio y el café, Acebedo se fue haciendo un poeta del camino, pues dedicó versos a poblados, montañas y personajes en algunos de esto sitios y, por supuesto, exaltó el trabajo de la arriería y también era testigo de los cambios que en su oficio se avecinaban:

Versos más adelante, el poeta que veía en los trenes paisajes bucólicas, definitiva­mente temía que el cable aéreo fuera su ruina, tanto que la trató de “empresa miserable”. Y esto nos da pie para hablar de un cuarto libro, este también netamente histórico, que apareció este año: Cables

aéreos de Caldas... una historia, de Ángel María Ocampo y Luis Fernando Sánchez.

Esta obra nos muestra el contexto histórico en el que se da esta empresa titánica que se inauguró en Manizales hace 100 años y que vio frustrado su crecimient­o por razones varias, principalm­ente las económicas. Fue esa década de gloria para la ciudad, cuando se tuvo un sistema integrado de transporte, no para movilizars­e internamen­te, sino para conectarse con el mundo: el caballo, el cable y el ferrocarri­l se combinaban. Contaba mi suegra que viajaba en cable de Aranzazu y llegaba a la Estación La Camelia, donde con su papá alquilaban bestias, que los llevaban hasta la estación del Ferrocarri­l en la hoy Universida­d Autónoma y continuar el viaje en ferrocarri­l a Buga, donde se iba a peregrinar.

Leer esta obra permite entender lo que fue el auge y caída de este modelo de transporte, que también se combinó con el río Magdalena en Mariquita y con las carreteras que se empezaban a extender por el país. Es historia y bebe de fuentes conocidas, pero su mayor valor está en la revisión de documentos de primera mano para validar qué pasó con las propiedade­s que pertenecie­ron al cable aéreo y tiene un pasaje bandoleril. Este trata de la cantidad de personas que se dedicaron a asaltar las estaciones y hasta las vagonetas cuando estas pasaban bajas en algunos sectores.

El cable es una metáfora de los sueños de los manizaleño­s y de sus ambiciones, también de cómo fueron desmesurad­os y debieron abandonar empresas titánicas, como el trazado al Chocó, que alcanzó a levantar torres hasta el sector de Las Margaritas, entre Arauca y Risaralda. Plata perdida, como muchos temen hoy que será la de cierto aeropuerto en esa misma zona.

Quedarse en la nostalgia es dañino. Hay que conocer la historia para reconocer que otros abrieron el camino de nuestros sueños. Es satisfacto­rio ver hoy salir de aquí a empresario­s para competir en el difícil mundo digital, incluida la meca de este negocio en Sillicon Valley; o que son capaces, alrededor de la cadena metalmecán­ica, reparar barcos a 2.150 metros sobre el nivel del mar; o que han logrado mantener arriba la creación de empleo, a pesar de los políticos.

No obstante, hubo una época en que buena parte de los hijos de los aventurero­s de la primera mitad del siglo XX se durmieron en las laureles de la renta del café y permitiero­n que la ciudad se rezagara. Solo unos pocos mantuviero­n ese ADN de aventurars­e a innovar, y a ellos les debemos que emprendedo­res de hoy se sigan aventurand­o.

Una novela, una antología poética y dos historias de Manizales nos hablan de nuestras epopeyas. Hay mucho de qué sentirse orgulloso en esta región como para andar actuando de turiferari­os de estados de papel, pero para saberlo hay que combatir la ignorancia con lectura. #HablemosDe­Libros y de la historia caldense

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