Marquetalia en el corazón
Antonio María Flórez* Papel Salmón
Marquetalia es un pueblo mítico en la historia de Colombia, tanto antaño como en tiempos recientes. Su nombre es la españolización de un apelativo indígena muy sonoro. Ya en el siglo XVI el lugar aparecía en un mapa que se conserva en el Archivo Histórico Nacional, refiriéndose a unos nativos llamados o de origen Karibe, que poblaban las estribaciones de la Cordillera Central cerca del río Guarinó (afluente del río Grande de la Magdalena). Tuvieron fama de aguerridos y de luchar con ardentía contra otros pueblos vecinos y ante los españoles. No hay referencias de ellos desde el siglo XVII y no están del todo esclarecidas las razones de su desaparición. El territorio que ocuparon estos indígenas estuvo deshabitado durante tres siglos por causas desconocidas, sirviendo sólo y eventualmente, de camino de paso de las tierras de Medellín y Sonsón a Honda.
A finales del siglo XIX, en la tercera oleada colonizadora antioqueña, mi bisabuelo Antonio Ramírez fundó la Aldea que dio origen al pueblo con otros compañeros de empeño, bautizándolo poco después con el nombre de Risaralda, que era el dado a una de las siete minas de oro que enriquecieron la localidad a inicios del siglo XX. Fue su corregidor, alcalde y líder político durante 45 años; y el responsable de que esta aldea pasara a ser primero corregimiento; y, luego, adquiriera su condición de municipio en 1924, en principio con el nombre de Núñez y posteriormente, desde 1930, con el de Marquetalia. Fue él, además, quien llevó la educación primaria formal a la localidad, creando las escuelas Cervantes y Santa Mónica poco antes de ser municipio.
Su hija Natividad, la madre de mi padre, fue una de las transmisoras orales de las leyendas locales y de las gestas de la colonización y poblamiento de la región. Religiosa devota, tradicionalista en sus costumbres, quiso preservar el poder político familiar en tiempos aciagos y cambiantes, con desigual fortuna. De ella aprendí muchas cosas, entre otras a respetar sus asuntos de la Iglesia, a valorar los vínculos familiares y a contar historias. La hice protagonista de una de mis novelas y de algunos de mis poemas de y de
Mi padre, Antonio Flórez, fue muy amigo del parlamentario Orlando Jaramillo y bastante cercano a sus ideas políticas. Estudió medicina en España y allí conoció a mi madre, Matilde Rodríguez, hija de un talentoso pintor y fotógrafo extremeño. De mi padre aprendí el amor por la ciencia, el gusto por la lectura y mi vocación social; lo llamaban De ella, la ternura, la sensibilidad, el orgullo, la tenacidad y la confianza en uno mismo. Siempre vio con buenos ojos mis inclinaciones artísticas y políticas y las animó. Sus tempranas muertes condicionaron la vida de todos sus hijos, ocho en total, especialmente la mía.
La historia de Marquetalia ha estado siempre ligada a las dificultades, a la leyenda (ahí está la de su cacica que en realidad nunca existió), a lo épico, a los malentendidos políticos, a los desencuentros, a los desplazamientos, a la migración forzada y a las tragedias; pero, también, ha sido ejemplo de empeño, de superación, de lucha por su reconocimiento y sus derechos; así como de solidaridad y de reconciliación. A los tiempos de esplendor de la fiebre del oro y del café, se le sumaron luego periodos aciagos como las contra población civil en los años cincuenta en la época de la y la infausta masacre de La Italia, en agosto de 1963, a la que sucedió el ejemplar Banquete del Perdón, unos meses después, en el que el Padre José Domínguez leyó una pieza admirable de exaltación de la paz compuesta por él. Tragedias naturales ha habido muchas (incendios, terremotos, derrumbes, epidemias), pero es de especial recordación la más reciente de octubre de 2018. De todos es conocido la relación del nombre de Marquetalia con la ya inexistente vereda de la zona de Planadas en el Tolima. La caldense nació y vive por razones distintas y quiere ser reconocida por la belleza de su entorno paisajístico, su riqueza agrícola, y la pujanza de sus pobladores, aunada a sus valores culturales.
Este libro es un acto de amor por mi pueblo adoptivo y mis seres queridos, por los sufridores y los caídos en sus tantas tragedias y desastres naturales; y también por los desplazados forzosos y por aquellos que la han abandonado y abandonan en pos de sus más altos sueños; homenaje éste que tiene su más hondo sentido especialmente ahora que vamos a conmemorar el centenario de su erección como municipio en 1924. Hé aquí buena parte de mi trayectoria vital y literaria recopilada para orgullo propio, de mi familia y de los naturales del terruño.
Marquetalia es mi casa, la casa en la que me crie y donde disfruté del paraíso de la infancia, es el lugar que llevo en mi corazón. Bien dijo Julio Llamazares en “Volver” que
Y comparto también lo que expresó el extremeño Gonzalo Hidalgo Bayal en que
Este pueblo es, como bien señaló Javier Marías,
Marquetalia es esa casa llena de animales, flores y chiquillos, como la casa que tenía Pablo Neruda en Madrid, su casa de España en el corazón, asemejada en su espíritu a la que tengo yo en la Marquetalia de mis recuerdos infantiles
Diseñado y maquetado en España este libro, regalo del autor a su pueblo adoptivo, tendrá dos ediciones, una española y otra colombiana, y su presentación será uno de los actos preparatorios de la celebración del centenario de la erección de Marquetalia como municipio en 1924.